Sábado. Me gustan los fines de semana. Considero que son un tiempo para dedicarme a mí mismo, un tiempo en el que puedo recuperar todo lo que no he podido realizar a lo largo de la semana. Madrugo, y me despierto sobre las ocho y media de la mañana, puesto que mi madre me había pedido que la ayudase a hacer la compra, dado que teníamos la nevera prácticamente vacía, exceptuando la comida precocinada que compramos en un supermercado de camino hacia aquí. Así que me visto y bajo a recibir a mi madre, que estaba preparada para salir a conocer el nuevo pueblo, como yo.
- ¿Qué tal tu primera noche, cariño? – me pregunta con un alegre tono mañanero.
- Pues la verdad, como todas nuestras primeras noches, un tanto extraña, pero supongo que es cuestión de acostumbrarse, si es que esta vez nos da tiempo.
- Te comprendo, pero sabes por lo que estamos aquí, y sabes la importancia que tiene para tu padre. Anda, corre y sube a tu habitación, ¡que se ve que con tanta prisa se te ha olvidado coger algo de abrigo! – me dice soltando una breve carcajada mientras pronuncia la frase.
Y así es, se me ha olvidado coger el abrigo, como para olvidarlo en estas circunstancias. Subo a mi habitación y cojo una de mis chaquetas favoritas, un abrigo bastante grande, marrón, y con un tipo de forro blanco y sintético en su interior, con una cantidad indecente de bolsillos y cremalleras, que no utilizaba ni la mitad, pero ahí estaban. Cojo también algo de dinero, que nunca se sabe cuándo vas a necesitarlo, y bajo corriendo para que mi madre no tuviese que esperar más.
Mi madre arranca el coche, aparcado justo en frente de nuestra puerta delantera, a una breve distancia del pequeño jardín que tenemos, y pone rumbo al centro del pueblo, donde se encuentra la zona comercial, el foco del pueblo. La zona residencial bordeaba todo el pueblo, como si de una muralla de casas semi adosadas se tratase, albergando en su interior el centro, con una gran cantidad de establecimientos, el instituto y bastantes servicios más, y tan solo a diez minutos en coche, no nos podíamos quejar, aunque supongo que andando me supondría una caminata de unos veinte minutos, siguiendo el ritmo de mis pasos acelerados, lo que creo que es una cantidad generosa pero necesaria a su vez.
Mi madre aparca en un sitio disponible, en frente de lo que parece ser una cafetería con un estilo vintage, y me hace una señal para bajar del coche. Estábamos yendo a desayunar, y esa era una buena noticia para empezar el día.
Entramos en la cafetería, y un dulce olor a bollería francesa y a café recién hecho me golpea nada más entrar. Una camarera nos recibe con una sonrisa, junto con un gesto indicándonos una mesa vacía, al fondo del establecimiento, junto a una ventana. Cuando estoy sentado, me detengo a mirar con gran detalle la combinación de colores del sitio, unas paredes de un color marrón chocolate que combinaban de maravilla con la gran cantidad de imágenes en blanco y negro situadas en las paredes, y por no mencionar la cantidad de plantas que tenía el local. Cada vez me gustaba más. La misma camarera de antes nos ofrece una carta, tanto a mi madre como a mí. Mi vista va directamente al apartado de especialidades, a lo que mi madre se ríe, ya que sabe a la perfección cuál va a ser mi desayuno de hoy. Y no cabía error en su deducción, una crepe con dulce de leche en su interior y un café de tipo moca, le indico a la camarera, mientras que mi madre le pide un zumo de naranja natural y una rebanada de pan tostado con un poco de mantequilla. Supongo que tenemos gustos distintos para empezar la mañana.
Mientras nos traían nuestros desayunos, mi madre, me hace una serie de preguntas.
- ¿Qué esperas de nuestra nueva vida?
- Pues lo mismo que todas las anteriores, mamá. La verdad es que solo espero que alguna vez le den un proyecto largo al papá, tanto cambio no me sienta bien, pero bueno, eso no depende de mí.
- Lo sé cariño mío – me responde - Pero ya sabes que tu padre trabaja por encargo, y que las posibilidades de que le surja algo estable son muy complicadas. No te desanimes, por lo menos, ya sabes que podrás completar tu último curso en este pueblo, ¿no es genial? – me pregunta mientras nos traen el desayuno.
Mi madre, siempre tan optimista. En el fondo, ambos sabemos que a ella tampoco le hace mucha gracia el trabajo de mi padre, sobre todo, porque nunca suele estar en casa, y cuando está, siempre llega cansado y sin mucha energía como para hacer algo. Lo bueno es que siempre trae anécdotas graciosas e interesantes, y las cenas se hacen más amenas. A ella le ha llegado a afectar mucho el constante cambio de sitio y la relación de mi padre con su trabajo. Una mujer volcada a su familia, que intenta trabajar de lo que puede cuando puede, siempre quiere tener el apoyo incondicional de su marido. En cambio, este se dedica a investigar plantas. Supongo que la vida es más curiosa de lo que parece.
Entre tanto, mi madre paga la cuenta y en un breve paseo de unos cinco minutos, un poco más, hemos llegado a lo que parece ser una de las plazas principales del pueblo, que alberga un gran mercado en una de sus aceras colindantes.
Después de haber dado vueltas incontables y haber pasado por los mismos puestos veces repetidas, mi madre consigue salir con diez bolsas de plástico llenas de comida. Frutas, verduras, carnes, pescados y algún que otro lácteo serían ahora los inquilinos de nuestra nevera, de lo cual me alegro, ya que detesto la comida precocinada, y mi madre tiene muy buen gusto para la cocina.
Pasa la una del mediodía cuando logramos llegar a casa. Descargamos el coche, y le ofrezco a mi madre mi ayuda para colocar cada cosa en su sitio, seguida de la gran pregunta en mi casa, "¿qué vamos a comer?". Mi madre se ríe, pero no me contesta, y me dice que no me preocupara, que ella seguía, así que, como no tengo nada que hacer, subo a mi cuarto en busca de algún tipo de entretenimiento. Y así es, desembalo una caja que me quedaba pendiente en mi habitación, en la que ponía "hobbies" y cojo un cuaderno donde tenía mis bocetos. No es que fuese un gran dibujante ni nada por el estilo, pero simplemente me entretenía. Así que me siento en mi buen amigo el banco, y me pongo a contemplar el nubloso día de hoy, y a dibujarlo, claro está.
Las vistas son comunes, la calle, llena de casas vecinas, pero me fijo en una en concreto, que me había llamado la atención la gran cantidad de flores que contenía el jardín, y decido que es un buen paisaje para ilustrar.
Así estoy hasta la hora de comer, en la que ceso mi dibujo y me reúno con mi madre. Mi padre, como de costumbre, no come en casa, puesto que come con el equipo en su puesto de trabajo. Imagino que hoy estará en la oficina que tiene en el centro del pueblo, aunque todavía no controlo muy bien su horario, y no sé cuándo tiene turno de investigación de campo y cuándo turno de oficina.
Mi madre había preparado una especie de guiso de carne especiada, la cual estaba bastante bueno de sabor. Suena la música, como siempre cuando solemos comer los dos solos. A ambos nos gusta mucho escuchar la radio, en concreto ritmos de jazz y de blues. Así que un solo de saxofón nos acompaña durante toda la comida, aumentando así las sensaciones al comernos el guisado.
- Sabes qué – me dice mi madre – creo que deberías salir esta tarde de casa. Ya sabes, ir a dar una vuelta por el pueblo. A lo mejor conoces a tus compañeros de clase y todo. Nunca se sabe qué te deparará el futuro.
- Me lo pensaré, la verdad es que no tengo nada mejor que hacer. – me quedo pensando por un segundo - ¿Crees que lograré encajar a estas alturas del curso? Tengo diecisiete años, pero sigo siendo una persona muy insegura para ciertas cosas, la verdad.
- Cariño mío, claro que sí. Sal ahí y cómete el mundo, como tú sabes, con un poco de pimienta, que siempre le da mejor sabor. – se ríe, y consigue que yo haga lo mismo.
Terminamos de comer y recojo la mesa, mientras que mi madre friega los platos. Eso que ha dicho mi madre, tenía razón, lo que pasa es que, con tanto cambio, uno no sabe qué tipo de gente se va a encontrar, y todavía tengo malos recuerdos de experiencias previas, pero supongo que es algo a lo que se expone una persona con tanto cambio.
El reloj marca las tres y media cuando terminamos de recogerlo todo, y subo a relajarme un rato en la cama. Me pongo un poco de música a volumen ambiente y me pongo a pensar en mis cosas. Quizás la idea de salir esta tarde al final no sea tan mala.
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DESTINO
أدب المراهقين¿Qué pasa cuando una persona, cansada de vivir de un lado para otro, encuentra su lugar ideal? Alexander, un chico de 18 años, cree que todo está escrito, que todo pasa por un motivo. Es por eso, que cree que su nueva vida en su lluvioso pueblo está...