Cuando salgo de la ducha, un olor muy conocido me llega desde el piso de abajo. Es el famoso caldo de verduras de mi madre, revitalizante en cualquier tipo de situación. Así que, aún teniendo el frío de la lluvia instalado en mis huesos, el caldo sería un regalo divino para mi cuerpo. Bajo por las escaleras, y mi padre estaba preparando la mesa para la ocasión. Una mesa redonda, lo suficientemente grande para caber los tres, pero con algún que otro hueco por si en alguna ocasión viniese alguna visita inesperada. Sinceramente, me sorprende ver a mi padre haciendo ese tipo de tareas, ya que, cuando llega a casa, siempre suele ir a su estudio hasta la hora de la cena, y no suele colaborar mucho con las tareas domésticas, que digamos.
Nos sentamos a cenar, con música de ambiente, como de costumbre, hasta que mi madre le hace la típica pregunta a mi padre.
- ¿Qué tal hoy en el trabajo Josh?
- Bastante cansado, la verdad. Hemos estado inspeccionando todo el pueblo y sus afueras para familiarizarnos con la vegetación, investigando cualquier tipo de peculiaridad y más o menos todas las familias vegetales que se encuentran por la zona. Un trabajo de muchos kilómetros hoy – sorbe una cucharada de sopa – ¡Qué rica está la sopa Helen!
- Sí mamá, te has salido, como siempre. ¿Alguna vez te he mencionado la idea de escribir tu propio libro de recetas? Tendría mucho éxito, la verdad.
- Apoyo totalmente la idea – dice mi padre, extendiéndome la mano para que choquemos – Me gusta cómo piensas Alex – en ese momento soltamos una pequeña risa por la boca, impidiéndonos seguir tomando la sopa.
- Qué cumplidos sois cuando queréis eh – dice mi madre con tono irónico. – la risa no para.
- Bueno, ¿qué os parece el pueblo? – pregunta mi padre con mucho interés. Siempre solía hacernos ese tipo de preguntas cuando nos instalábamos en una nueva casa.
- Apagado, pero tiene su encanto – no miento al decir mi opinión – Sobre todo por la lluvia – y hago una referencia al hecho ocurrido esta tarde, a lo que mi madre me responde con una mirada de complicidad mientras mi padre se extraña y se pone a hablar del parte meteorológico.
Cuando terminamos de cenar, mi padre se ofrece voluntario para quitar la mesa y fregar los platos, quizás algo en él estuviese cambiando. Decido si quedarme con mi familia en el piso de abajo viendo una película juntos, o subir a mi habitación a sentarme en mi querido banco con una taza de leche caliente y una manta a contemplar las calles. Gana la segunda opción, así que no me apresuro en prepararme la taza de leche y calentarla, ya que tenía mucha noche por delante. Cuando suena el microondas, saco el vaso, me despido de mis padres hasta el día siguiente, deseándoles que pasasen una buena noche, y subo con mi taza expulsando humo hacia mi habitación.
Me doy cuenta de que quizás me haya pasado un poco con la temperatura de la leche, pero para qué engañarnos, en mi estado de exposición al frío durante toda la tarde, no basta sólo un plato de caldo para eliminarlo de mi cuerpo, así que me tomo la taza de leche como la segunda parte de la terapia anti frío.
Ya sentado en el banco, me doy cuenta de que la iluminación en esta calle es un poco escasa, pero las farolas estaban situadas estratégicamente, iluminando las partes centrales de las casas y las zonas colindantes de una manera justa. Las farolas creaban unos círculos lumínicos perfectamente simétricos y alineados que, a mi parecer, carecían de un bello valor artístico, por tanto, decido coger mi valioso cuaderno y mis colores para reflejar esa perfección de una manera no tan perfecta, pero convincente para la vista humana en mi cuaderno.
El reloj de pared de mi habitación marcaba las once y cuarto de la noche, así que decido dejar el dibujo en el que había gastado cuarenta y cinco minutos para la noche siguiente. Fijo brevemente mi vista en un grupo de adolescentes, parecido al que me encontré aquella tarde, que pasaban por delante de una casa, concretamente, la de en frente. Tocan al timbre, esperando a una respuesta, que les llega en forma de persona cuando abren la puerta desde dentro. Es un chico, con pinta bastante atlética, vestidos con la típica chaqueta de algún equipo deportivo del instituto, pero todos la llevaban, incluso una chica morena, la única de los cuatro que podía contar, incluyendo al nuevo integrante situado en el marco de su puerta. Cierra la puerta y los cuatro desaparecen de mi vista, caminando por una acera que se desviaba hacia el centro del pueblo.
Me quedo un rato asimilando que los sábados lo más sensato sería pasar la noche con tus amigos, cosa que nunca me ha sucedido, y espero que me pase en este pueblo, ya que presiento que este pueblo va a aportar cosas muy positivas para mi vida.
Me tumbo en la cama, boca arriba, pensando en todas aquellas cosas que habría podido hacer si desde un principio hubiese tenido una relación estable con un grupo de amigos de toda la vida, como parecían aquellos, que, presuntamente, son mis vecinos. Yo podría ser uno de ellos, yo podría salir ahora de casa, pasármelo bien un rato, y luego volver, aunque supusiese aplazar la hora de mi taza de leche caliente. Yo podría ser un chico popular, al que le invitasen a cualquier evento, en cualquier lugar, de cualquier persona, yo podría brillar en el mundo de la pintura, o en el mundo de la danza, o en el mundo del deporte, yo podría ser el chico al que todos recurren cuando necesitan hablar con alguien de confianza, el chico con el que todo el mundo quiere pasárselo bien. Yo podría ser el chico que destaca por ser como es, si me lo propusiera...
Yo podría hacer tantas cosas.
YOU ARE READING
DESTINO
Teen Fiction¿Qué pasa cuando una persona, cansada de vivir de un lado para otro, encuentra su lugar ideal? Alexander, un chico de 18 años, cree que todo está escrito, que todo pasa por un motivo. Es por eso, que cree que su nueva vida en su lluvioso pueblo está...