Fuera cual fuera el destino de nuestro viaje, tenía la sensación de que allí habría otros perros: de su orín, de sus heces, incluso de sangre mezclada con pelo y saliva. Madre se aplastaba contra el suelo, intentando clavar las uñas para no resbalar. Sin embargo Fast y yo nos movíamos de un lugar a otro con el morro pegado al suelo, olfateando y distinguiendo el olor de un perro al de otro. Fast intentaba marcar las esquinas de la jaula, pero cada vez que trataba de mantenerse sobre tres patas, el camión botaba y el salia despedido hacia el otro extremo de la jaula. Una de las veces aterrorizo a Madre, por lo cual se llevo un buen mordisco.
Yo lo mire con desaprobación. ¿Es que no se daba cuenta de que Madre estaba triste?
Al final, aburrido de oler perros que ni siquiera estaban allí, apreté el morro contra la rejilla de alambre e inhale con fuerza el aire del exterior. Mientras lo hacia, recordé la primera vez que enterré el morro en una de las suculentas latas de la basura, que había sido nuestra principal fuente de comida. Ahí afuera había miles de olores inidentificables.
Cada uno de ellos llegaba hasta mi con tanta fuerza que no podía dejar de olerlos.
Fast se coloco en el extremo opuesto de la jaula y se tumbo. No quiso unirse a mi porque oler el aire no había sido idea suya. Y cada vez que yo olisqueaba, el me miraba, malhumorado, como advirtiendome de que la próxima vez que quisiera hacerlo le pidiera permiso. Y cada vez que mi mirada se encontraba con la frialdad de sus ojos, yo miraba a Madre, pues, aunque estaba intimidada por todo lo que había pasado, por lo que a mi respectaba ella seguía estando al mando.
El camión se detuvo. La mujer se acerco a nosotros y nos hablo mientras aplastaba las manos contra la pared de la jaula para que se las lamieramos. Madre permaneció donde estaba, pero Fast se dejo engatusar tanto como yo y se puso a mi lado, meneando la cola.
- Sois tan monos. ¿tenéis hambre, pequeños? ¿Tenéis hambre?
Nos habíamos detenido delante de una casa grande y baja. El suelo, la hierba alta sobresalía por entre los neumáticos del camión.
-¡Eh, Bobby!- grito uno de los hombres.
La respuesta fue desconcertante: de detrás de la casa nos llegó un alboroto de ladridos. Tantos que no pude contarlos.
Fast se puso a dos patas y apoyo las manos contra la pared de la jaula, como si así pudiera ver mejor.
El alboroto continuaba. Otro hombre salio de uno de los lados de la casa. Tenia el pelo castaño y la piel tostada por el sol; al caminar, cojeaba ligeramente. Los otros dos hombres lo miraron, sonriendo con cierta expectación. Al vernos, se detuvo en seco y con los hombros caídos.
- Oh, no, señora. No mas perros. Ya tenemos demasiados.
Un sentimiento de resignación y de tristeza emanaba de el, pero no percibí nada parecido al enojo.
La mujer se dio la vuelta y se le acerco.
-Tenemos dos cachorros y a su madre. Deben de tener unos tres meses. Había otros dos: uno se escapo; el otro murió.
-Oh, no.
-La madre se puso como fiera, la pobre. Esta aterrorizada.
-Ya sabe lo que le dijeron la ultima vez. Tenemos demasiados perros...y no nos darán la licencia.
-No me importa.
-Pero señora, no tenemos espacio.
-Bueno, Bobby, sabes que eso no es cierto. Además, ¿que podemos hacer? ¿dejar que vivan como animales salvajes? Son perros, Bobby, unos cachorros, ¿lo ves?
La mujer regreso a la jaula y yo menee la cola para mostrarle que había estado escuchando con toda atención, a pesar de que no había comprendido nada.
-Si, Bobby, ¿que son tres mas?- pregunto uno de los hombres.
-Cualquier día de estos no tendremos dinero para pagarte; todo se habrá ido en comida para perros- repuso el hombre que se llamaba Bobby.
Los otros hombres se encogieron de hombros y sonrieron.
-Carlos, quiero que te lleves una hamburguesa y vuelvas al arroyo. A ver si encuentras al que se ha escapado- dijo la mujer.
El hombre asintió con la cabeza, riendo al ver la expresión de Bobby. Comprendí que la mujer estaba al mando de esa familia de humanos. Así pues, le volví a lamer la mano, para lograr convertirme en su preferido.
-Oh, buen perro, buen perro- me dijo, y yo me puse a dar brincos y a menear la cola tan deprisa que le di un golpe en la cara a Fast, que parpadeo, un poco molesto.
El hombre al que llamaban Carlos olía a carne con especias y a algún aceite exótico que no fui capaz de identificar. Se acerco y metió un palo en la jaula para enganchar a Madre. Fast y yo los seguimos hasta uno de los laterales de la casa, donde había una gran valla. Los ladridos eran ensordecedores. Sentí un escalofrío de miedo. ¿En que nos estábamos metiendo?
Bobby desprendía un aroma cítrico (a naranjas), a polvo, a piel y a perro. Abrió la puerta de la valla un poco, bloqueando la entrada con su cuerpo.
-¡Atrás! ¡atrás! ¡ahora! ¡atrás! ¡vamos!- insistía.
Los ladridos disminuyeron un poco. Cuando Bobby abrió del todo la puerta para que Carlos empujara a Madre por ella, dejaron de oírse por completo. Todo aquello me asombraba tanto que ni siquiera note el pie de Bobby en la espalda cuando este me empujó al interior del recinto.
Perros.
Había perros por todas partes. Algunos eran tan grandes como Madre (incluso había alguno mas grande). Otros eran mas pequeños. Pero todos ellos se paseaban con libertad por aquel enorme recinto, un espacioso patio rodeado por una alta valla de madera. Me lance a la carrera hacia un grupo de perros de aspecto amistoso que no parecían mucho mayores que yo; justo antes de llegar donde estaban me detuve en seco, fingiendo estar fascinado por algo que había en el suelo. Los tres perros que habían delante de mi tenían un pelaje de colores brillantes y eran hembras, así que hice pipí seductoramente sobre un montón de tierra antes de unirme a ellas y ponerme a olisquear con educación sus traseros.
Me sentía tan feliz por como estaban yendo las cosas que tuve ganas de ladrar, pero Madre y Fast no lo estaban pasando tan bien. Madre, en realidad, estaba recorriendo la valla con el hocico pegado al suelo, buscando una manera de escapar. Fast se había acercado a un grupo de machos: estaba tenso, la cola le temblaba. Los demás perros levantaron la pata por turnos ante un poste de la valla.
Uno de los machos se puso delante de Fast, cerrándole el paso; otro se coloco detrás para olisquearle inquisitivamente. Y fue entonces cuando mi pobre hermano se derrumbo. Bajo el trasero y, mientras se daba la vuelta para ponerse de cara al macho que tenia detrás, la cola se le coló entre las patas. No me sorprendió que, al cabo de unos segundos, se tumbara de espaldas en el suelo con una actitud desesperadamente juguetona. Supuse que había dejado de ser el jefe.
Mientras todo eso sucedía, otro macho, musculoso, alto y con unas largas orejas que le colgaban a ambos lados de la cabeza, se detuvo en medio del patio y se quedó inmóvil mirando a Madre, que continuaba se desesperado rodeo del perímetro. Algo me dijo que, de todos los perros que había allí, ese era con el que había que tener cuidado. En efecto: en cuanto avanzo la valla, los perros que rodeaban a Fast se quedaron quietos y levantaron la cabeza, alertas.
Cuando estuvo a unos diez metros de distancia de la valla, el macho arranco a correr hacia Madre y se echo encima de ella. Madre se agacho con actitud sumisa. El macho se coloco con los hombros contra ella, bloqueándole el paso, con la cola recta como una flecha. Madre se dejo olisquear por todas partes sin modificar su postura, agachada contra la valla.
Tuve el impulso-y estoy seguro de que Fast sintió lo mismo- de correr en su ayuda, pero por algún motivo supe que estaría mal hacerlo. Ese perro era el jefe. Era un mastín de huesos grandes, cara oscura y marrón, con los ojos legañosos. La sumisión de Madre respondía, simplemente, al orden natural.
Después de un minucioso examen, Top Dog dirigió un corto chorro de orín contra la valla- que Madre se apresuro a oler- y se alejo al trote sin prestarle mas atención. Madre parecía desmoralizada y se alejo discretamente hasta un montón de traviesas de vía de tren.
Al cabo de un rato, un grupo de machos se acerco para examinarme a mi también, pero yo agache y les lami la cara, dejando claro que no tendrían ningún problema conmigo: mi hermano era el problemático. Yo lo único que quería era jugar con las tres chicas y explorar el patio, que estaba lleno de pelotas, de huesos de goma y de todo tipo de olores y de entretenimientos. Un chorro de agua clara caía incesantemente a un abrevadero, y allí podíamos refrescarnos cada vez que queríamos. Una vez al día, un hombre llamado Carlos entraba en el recinto y lo limpiaba. De vez en cuando con cierta regularidad, todos nos poníamos a ladrar, sin otro motivo que la pura alegría de hacerlo.
¡Y las comidas! Dos veces al día, Bobby, Carlos, Señora y otro hombre venían y nos separaban en dos grupos según nuestra edad. Llenaban unos enormes cuencos con el contenido de bolsas de comida: nosotros metíamos el morro en ellos y comíamos todo lo que eramos capaces de comer.
Bobby se quedaba por ahí. Cada vez que creía que uno de los perros ( normalmente una de las chicas mas pequeñas) no recibía suficiente comida, le daba un puñado y nos apartaba al resto de nosotros.
Madre comía con los perros adultos. De vez en cuando, se oía un gruñido procedente de alguno de los que estaban a su lado. Sin embargo, cuando miraba, lo único que veía eran colas agitándose en el aire. Fuera lo que fuera que estuvieran comiendo, tenían un olor delicioso. Si alguno de los mas jóvenes intentaba acercarse allí para ver que sucedía, uno de los hombres se interponía en su camino y no le dejaba continuar.
La mujer, Señora, siempre se agachaba y nos besaba en el hocico, nos acariciaba el pelaje y no paraba de reírse. Mi nombre, según dijo, era Toby
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La razón de estar contigo
Adventure«Una conmovedora historia que abrirá los corazones de todas aquellas personas que la lean» Alice Walker, ganadora del Premio Pulitzer. Reconfortante, profunda y repleta de momentos de felicidad y de risas, La razón de estar contigo no es tan solo la...