Prólogo

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~Arev~

-Hace ya tanto tiempo del origen que nadie sabe cuándo ocurrió con exactitud. Los más cultos y sabios afirman que fue mucho antes de que el hombre pisara la tierra. Cuando Ímara entera era una gran piedra preciosa por pulir y reinaban criaturas totalmente distintas a las de hoy día. En aquel entonces, fue cuando los Aereth aparecieron.

Con poco menos de dos metros de altura, dos brazos, dos piernas, una cabeza y un número variable de dos hasta ocho alas; en función de su poder y, por tanto, relevancia en su comunidad. Nunca se supo de donde llegaron, pero sí que su sabiduría rozaba puntos tan elevados que ningún otro ser en el universo los podría llegar a comprender al completo. Ellos vivían en una gran ciudad suspendida en el cielo que ellos mismos hicieron a partir de cero.

Su enorme ciudad estaba un poco más al sur que los filos de Ulón, y abarcaba gran parte de la región al sur de estos.   Allí vivían y rara vez se les veía en el suelo, cuando lo hacían por lo general era para llevarse algún espécimen animal para investigarlo, o bien buscando recursos para sobrevivir. Muchos años después de su llegada hicieron algo que ni ellos se esperaban. Crearon al hombre. No tardaron en comprender la utilidad de la inteligencia de estos, así que aprovecharon su gran potencial como mano de obra en el continente, ellos sobrevivían y además les ayudaban a sobrevivir. Así se fundó Tsölia, la primera gran ciudad de Ímara.

A cambio de los recursos, los Aereth protegían a los hombres de otros animales y seres del mundo. Los Aereth eran considerados prácticamente dioses por los humanos; pero para desgracia de los líderes, los humanos cada vez pensaban más. Algunos hasta empezaron a negarse a ayudarlos. Los humanos sentían ira y eran capaces de odiar. Algunos empezaron a enfrentarse entre ellos. Decepcionados, los Aereth dejaron de recurrir a ellos.

El líder de los Aereth por aquel entonces; Arev, el más sabio y poderoso de los suyos, pensó que si los humanos habían creado esa parte oscura de sí mismos era porque sus creadores también la tenían. Para evitar que los suyos pudieran entrar en algún conflicto que acarreara un peligro para toda Ímara, decidió emplear todo su poder en deshacerse de la maldad de los de su especie. Arev, no sin antes entregarles a los humanos más puros y nobles que encontró su libro y su orbe; para ayudarles con la magia a sobrevivir a su propia maldad, se dirigió a la región más al sur de Ímara y allí en un acantilado entró en una fase de meditación de casi un centenar de años, en la cual; tras un enorme consumo de su energía, consiguió fraccionar a los Aereth en ellos mismos, ahora más puros y benignos y en su contraparte, unos nuevos Aereth, los cuales eran maldad y odio en forma de un ser vivo.

De Arev nació Vera. Una Aereth peligrosa y malvada, la cual conseguiría engañar al propio Arev y aprisionarlo. Y como con Arev y Vera también pasó con las reliquias que había entregado a los hombres. Los humanos que los tenían por aquel entonces malinterpretaron el suceso, tomando los nuevos objetos como su nueva responsabilidad; devolviendo los otros a los Aereth. Volviendo a equivocarse sin saberlo y entregándoselos a los Aereth malvados. Entonces Vera aumentó su poder, avivó el odio de los humanos, corrompió a los humanos más poderosos, y pudo dominar el mundo desde el trono del propio Arev, y escondió las reliquias de Arev en un lugar donde jamás las recuperara. Pero cometió un error, pensó que el presidio donde había encerrado a su mayor enemigo sería suficiente para mantener a Arev lejos de interferir en sus planes. Pero no fue así.

Cuando hubo recuperado sus fuerzas, estuvo preparándose para expulsar a los Aereth malvados de Ímara. La guerra sin aún saberlo acababa de comenzar. En poco menos de un año la hermosa ciudad flotante se había convertido en aquello que Arev había intentado evitar; en un campo de batalla, pero ahora lo que más le preocupaba era detener a Vera más que cualquier otra cosa.

Durante la encarnizada batalla entre los dos bandos de Aereth pudo ver que cuando uno moría, su contraparte también moría, y eso le explicaba a la perfección la razón de que Vera no había acabado con él. En ese momento un plan vino a su cabeza.

Los tiempos no eran de guerra sólo para los Aereth, los humanos habían comenzado una horrible guerra entre ellos. La gran guerra de los Reyes enfrentaba tanto a humanos como al resto de razas de Ímara a raíz de un enredado conflicto ideado por la malévola mente de Vera. Ahora las criaturas tenían acceso a una magia más poderosa de la que eran capaces de comprender. Y la usaban de manera descontrolada y caótica.

Arev encaró a Vera en una batalla de la que probablemente ninguno de los dos lograría salir con vida. Pero la osadía de Vera hizo que bajara la guardia, y entonces fue cuando Arev tuvo al fin la oportunidad que buscaba. Exprimiendo hasta la última gota de su energía creó un portal que llevaba a otro plano, a otra dimensión, y arrojó a Vera dentro de este; allí ella seguiría viva, pero no tendría ningún poder en este mundo. Por desgracia; aunque Vera había sido frenada, ella ya había hecho antes su último movimiento.

Tres poderosas magas corrompidas por Vera habían desencadenado el conjuro más poderoso y destructivo que jamás se había visto. Lo arrojaron sobre la ciudad más importante de los humanos, la cual aún para aquel entonces seguía siendo Tsölia, la ciudad de justo debajo del centro de la ciudad flotante; y este conjuro arrasó con todo a su paso. De aquella verde y prospera región sólo quedó un basto desierto. Prácticamente todo había sido reducido a polvo. El conjuro fue tan poderoso que rompió el que sostenía la ciudad de los Aereth flotando, y esta, se precipitó sobre la explosión.

De los pocos Aereth que sobrevivieron a la batalla entre ellos, muchos murieron por cuenta del hechizo de las magas. Sólo Arev y un puñado más lograron salir de aquel infierno. Los Aereth viajaron al sur, al lugar donde Arev había ido tiempo atrás para comenzar una larga meditación; para ahora allí levantar un pequeño santuario, donde vivirían hasta el fin de sus días, apartados de los humanos y del resto de seres. Desde entonces fueron los humanos quienes gobernaron Ímara.

Tiempo después un barco en pleno naufragio llegó a la escarpada costa. Los Aereth los rescataron y llevaron a su santuario. Algunos de los marineros habían sido heridos de muerte, y los Aereth más viejos decidieron dar hasta su último aliento para salvarlos y que pudieran volver a sus casas. Abandonaron sus cuerpos para revivir a los humanos; de entre los que dejaron su cuerpo atrás Arev fue uno de ellos. Cuando todos los marineros se habían recuperado al completo, entre los escasos Aereth que quedaban y los humanos hicieron un nuevo navío, uno tan bueno que hoy, tanto tiempo después se dice que sigue en algún lugar del océano máximo, navegando por toda Ímara. Después, los hombres partieron de vuelta a su hogar, y los Aereth enterraron los cuerpos sin alma de los que habían sacrificado hasta su última gota de energía.

Mientras que las almas de los Aereth y esta historia se fueron olvidando de generación en generación, los humanos volvieron una vez más al santuario; esta vez para reconstruirlo y hacer un gran templo al pie del mar. Los humanos que habían llegado eran miembros de La Iglesia, una organización religiosa que rendía culto al mismísimo Arev, después de tanto tiempo.

- ¿Y qué fue de Arev, abuelo? -Interrumpió una voz joven.

- Pues nadie lo sabe con exactitud, pero se dice que hoy día sigue entre nosotros, o al menos lo hace su magia, y también que algún día volverá para vencer a Vera una vez más.

- Algún día conoceré a Arev, abuelo. Y juntos derrotaremos a Vera.

- Por supuesto cielo, estás hecha toda una guerrera. Pero ahora tienes que descansar, ¿de acuerdo? -Dijo el hombre mientras arropaba a la niña.

- Buenas noches abuelo.

El hombre le dio un beso en la frente y apagó la lampara de aceite, luego mientras salía de la habitación susurró:

- Buenas noches, Odey.

Los Vientos de ÍmaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora