Cap 1: ¡No puedes hacer eso!

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Dulce Espinoza empujó la puerta de urgencias del hospital y entró dando zancadas en el pasillo que llevaba hasta información. Estaba calada hasta los huesos. Había tomado un taxi, pero se habían quedado atrapados en uno de los típicos atascos de la ciudad de Denver, así que se había bajado y había ido caminando dos manzanas hasta el hospital.

—Me han dicho que han traído aquí a mi hermana. El apellido es Espinoza —dijo con tranquilidad.

Se alegraba de que su imagen de serenidad, que tanto la favorecía en su trabajo como abogada, escondiera los ansiosos latidos de su corazón. La imperturbable enfermera comprobó sus papeles, estuvo a punto de hacer un comentario y, después, viendo la expresión de Dulce, se lo pensó mejor.

—La encontrará en la UCI. Tome el ascensor hasta la sexta planta.

¿En la UCI? ¡Dios Santo! ¿Por qué no le habían dicho que era tan grave? Intentando convencerse a sí misma de que no había ocurrido lo peor, Dulce se dirigió hacia el ascensor, sin prestar atención a la curiosa mirada de la enfermera.

Cuando se abrieron las puertas, salió y miró a su alrededor. No parecía haber nadie a quien pudiera preguntar pero, acostumbrada a tomar decisiones rápidas, se dirigió sin dudarlo hacia la derecha. Fue mirando habitación por habitación y entró rápidamente en una de ellas cuando vio una figura familiar.

En lugar de estar tumbada en una cama, su hermana estaba paseando arriba y abajo en la salita de espera.

—Cuando me dijeron que estabas en la UCI pensé que te encontraría malherida —dijo Dulce tensa.

— ¿Desilusionada?

Dulce y Miranda Espinoza eran gemelas idénticas. Tenían veintisiete años y eran dos mujeres bellísimas, con unos ojos de un azul tan profundo que a veces parecía violeta y un aspecto tan delicado que las hacía parecer frágiles. Tenían la piel de porcelana, en magnífico contraste con el brillo negro de su pelo. Las dos eran altas y con muchas curvas.

La única diferencia que saltaba a la vista era que Dulce, Dul para los amigos, llevaba el pelo más corto. Las diferencias realmente importantes no se veían. Precisamente por esas diferencias las dos hermanas habían dejado de verse hacía mucho tiempo.

Miranda era una secretaria excepcionalmente buena pero, en lugar de usar su cerebro, usaba su aspecto físico para conseguir lo que quería. Los hombres, decía, pensaban con otra parte de su anatomía y podían ser utilizados para mejorar de posición en la vida.

Por contraste, el aspecto físico era un hándicap para Dulce en su trabajo. Tenía que trabajar el doble para convencer a la gente de que no era sólo una cara bonita sino una buena abogada.

A pesar de que, por deseo de Miranda, sólo se veían en raras ocasiones, a Dulce le seguía importando su hermana. Era la única familia que tenía.

—Parece que estás bien —dijo burlona.

— ¿Bien? ¡Mira esto, me va a quedar una cicatriz, ya lo verás! —exclamó Miranda señalando un pequeñísimo corte en su mejilla derecha que había sido limpiado y que ni siquiera había necesitado puntos.

Por la fuerza de la costumbre, Dulce ignoró el comentario de su hermana y buscó información.

— ¿Qué ha pasado? Lo único que me ha dicho la policía es que habías sufrido un accidente 
—dijo recordando el miedo que había sentido pensando que había perdido a su único familiar. 

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