Días 56-170

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Después de casi medio año sin escribir en esta historia, creo que es justo no sólo que la actualice con todo lo que ha pasado en estos 115 días, sino que les informe que ha llegado a su fin. Los 170 días se cumplieron el 9 de enero, fecha en la cual aterricé en Lisboa y me lancé a los brazos del hombre con el que llevo casi 3 años de relación. Ahora, ¿qué ha pasado en todo este tiempo?

Creo que debo comenzar por la Universidad, sitio donde pase el 60% de mi tiempo, y donde logré finalizar el semestre (aunque no con las notas esperadas, pues aún hay profesores que siguen siendo un pedazo de mierda inútil y negligente). Fue uno de los sitios de los que más tardé en despedirme, pues pase 7 años de mi vida queriendo estudiar ahí y ahora debía decir adiós. No mentiré, aún duele, y pesa saber que la próxima vez que pise un aula de clases no será ahí, pero todo el conocimiento que adquirí ahí lo llevaré el resto de mi vida conmigo, y prometo llevar su nombre bien en alto. En ese año y medio de Universidad conocí personas increíbles que aún siguen conmigo, y a los cuales no me alcanzará la vida para explicarles cuanto los admiro, los quiero y los extraño; y para mi, esa es una de las mejores cosas que puede darte una casa de estudios.

Mis últimas semanas en el trabajo fueron un verdadero infierno, pues estaba agotada intentando terminar todo bien, sacar buenas notas y finalizar lo de mis papeles para poderlos llevar. Debo mencionar que mi jefe es una de las personas más increíbles que pude conocer, y aún el día en que finalicé todo, insistió en brindarme desayuno como una despedida y como un enorme gracias; y aunque estaba trasnochada, con la misma ropa del día anterior, despeinada, con ojeras y dolor de cabeza, no pude evitar sentirme bien conmigo misma, pues no sólo había completado mi primera experiencia bibliográfica, también me llevaba cientos de lecciones de vida de un admirable señor, y un hermoso recuerdo.

Mis últimos días consistieron en mi familia y mis amigas; no pude estar con todos en persona, pero me asegure que supieran que aunque no iban a verme por un tiempo, siempre iba a estar ahi.  Despedirme de mis sobrinos fue quizás lo más difícil, porque siento que sólo los dos mayores entendieron realmente lo que significaba mi adiós, pero realmente puedo ayudar más aquí que allá. Mis amigas aun con todo el estrés de la vida diaria, se aliaron y, a escondidas mias, organizaron la reunión más bonita que he visto nunca (digna de Pinterest chamas, las amo). Es la última pijamada que haremos en un buen tiempo, pero disfrute cada segundo.

Al vivir en la capital, llegas a detestar muchas cosas y muchos sitios, simplemente por la cantidad de gente, pero el Ávila y Bellas Artes realmente eran zonas que quería visitar una última vez, y la vida se encargó de que pudiera hacerlo. La próxima vez que visite esos lugares seré una extraña para mi país y, probablemente (y conociéndome), termine perdiéndome porque no recuerde nada; pero fue bueno poder estar ahí una última vez.

Mi primera crisis vino la noche antes del viaje, cuando aún no había hecho las maletas, y me di cuenta que muchas cosas no entraban en ellas. Juro que aún con todas las palabras que sé, y lo escritora que me considero, jamás podré describir esa angustia, molestia, tristeza, sensación rara que te da cuando te toca empacar. Muchas cosas no podía traerlas, pues delataban que era emigrante y debía estar bajo perfil, otras no entraban, otras sencillamente tuve que admitir que no eran necesarias; pero aún así, a tres meses de esto, extraño muchas cosas que dejé. Nada te prepara para ello.

Estuve un mes en España con mi tío, mi hermana y mi mamá, y aunque fue uno de los mejores meses de mi vida, luego tuve que afrontar 3 despedidas juntas. La de mi mamá fue la última, y creo que en parte fue la razón por la que no lloré casi en el avión de ida, pero ese día, aunque tenía a mi novio a mi lado y sabía que ella me visitaría en un mes, lloré como si el mundo se me hubiera acabado. Pensé en que ahora ambas estaríamos solas, en que podría perderla como a mis abuelas, en todas las veces que quise decirle "te amo" y no lo hice... Y aunque mi mamá es una de las mujeres más fuertes que he conocido, y aunque intentó echarme broma para que no llorara, yo vi como sus ojos se aguaron al pasar esa puerta, y sé que lloró en ese avión, tanto como yo lo hice en tierra.

A los pocos días cumplí años, y aunque mi madrugada consistió en llorar como si no hubiera mañana, porque extraño a mi familia y se me hacía extraño no verlos ese día, en la noche me hicieron la pregunta más hermosa del mundo: "Quisieras casarte conmigo?". Y si, la misma tonta que criticaba las reacciones de telenovela, es la misma que reaccionó igual, tapándose la cara y llorando mientras decía si.

Cuando entro en crisis y extraño todo, sólo recuerdo que mi abuela emigró con sólo 17 años a Venezuela, y aunque hizo toda una vida allá, estoy segura que también lloró, que también sufrió, que también extrañó tantas cosas, aunque nunca figuraron en sus historias. Emigrar no es fácil, y estos meses no han sido fáciles, pero no pienso rendirme. Me fui precisamente para luchar por un futuro, y es lo que pienso hacer.

Si tu has leído esta historia, ya sea porque querías ver el desenlace de la historia de amor, porque querías ver como era mi proceso para irme o simplemente por pasar tus tardes leyendo algo, quiero darte las gracias. Muchos escritores dicen que sólo escriben para desahogarse, pero es mentira, todos necesitamos a alguien que nos escuche, que nos lea; gracias por estar aquí. Que tengas una linda vida.

Vettel Lesser.

170 días sin tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora