Prólogo

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Qué nerviosa se sentía, le temblaban las piernas. No recordaba, o eso creía, haber pasado un día tan emocionante como ese. Su cumpleaños número doce. 

No podía dejar sus manos quietas y se mordía el labio, nerviosa.

Si, estaba nerviosa. Su padre le había dicho que su regalo estaba escondido en las caballerizas. Se podía imaginar perfectamente cuál era su regalo. 

Respiró profundamente y entró al lugar. Aquel familiar olor a caballo y paja entró por su nariz. Lo respiró más aun… quizás fuera la última vez que lo hiciera. 

Entró del todo y miró a su alrededor, para luego volver a mirar al frente. Su regalo estaba ahí. Una amplia sonrisa surcó su rostro, y sin poder evitarlo apresuró sus pasos hacia él. 

Siempre quiso un caballo negro y al fin lo tenía. Mordió sus labios, de nuevo, y comenzó a disminuir el paso. Un nuevo sentimiento acaparó toda su emoción. Miedo. Tenía miedo. Era lindo, pero era muy grande, para ella, y no sabía como iba reaccionar.

—No le tengas miedo —escuchó como alguien le hablaba.

Giró para encontrarse con él. Le dedicó una tímida sonrisa y sus mejillas se enrojecieron. Siempre se enrojecía cuando él estaba cerca. Sentía aquel cosquilleo lindo en el estomago y sentía aquellas molestas ganas de tomarle la mano y no soltarlo. 

—¿Qué haces aquí? —le preguntó y se armó de valor para mirarlo. 

Su amiga, Cher, siempre le decía que un niño se da cuenta de que una niña gusta de él cuando esta no lo mira a los ojos. Tenía que mirarlo si o si.

—Te estaba buscando. Mañana te vas a la capital, y no sé cuando nos volveremos a ver —le dijo él.

Ella sintió que las cosquillas se hacían más seguidas y algo parecido a la angustia se coló entre sus emociones. Sabía que no iba a volver por mucho tiempo. Su padre había decidió enviarla a estudiar a Londres. Lo iba a extrañar tanto.

—No pienses en eso. Volveré —dijo dulce.

—¿Cuándo?

—No lo sé. Pero volveré.

—Mi madre dice que Lotres…

—Londres —lo corrigió esbozando una pequeña sonrisa.

—Lo que sea —continuó —Queda muy lejos… tomé prestado un mapa del señor Greg para cerciorarme. Y sí, queda muy lejos ¿Y si te pasa algo? ¿Y si me necesitas? —preguntó él con impaciencia.

—Habrá mucha gente para cuidarme, salvaje —dijo divertida. 

Él no pudo evitar sonreír, dejando ver sus dos paletas separadas. Salvaje, apodo que ella le había puesto un día que ambos jugaban en los matorrales del campo y él se había comportado tal y como ella lo había llamado.

—Sé que habrá mucha gente cuidándote —continuó. Se rascó la nariz y luego el mentón. Se sentía nervioso —Pero son gente desconocida…

—Mi amiga Cher está allá —comentó.

—Esa niña exasperante… —murmuró. Ella rió por lo bajo.

—Me gusta que utilices las palabras que te he enseñado —le dijo. 

—Odio esas palabras que me enseñaste —aseguró —En la escuela se ríen de mí por tu culpa…

—No conozco a tus compañeros de escuela. Nunca los has traído a la casa o me has hablado de ellos. ¿Por qué? —ella caminó un poco hacia un costado acercándose, inconcientemente, al caballo. 

Dark Horse. [Tristan Evans]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora