Resumen: Héctor e Imelda están a nada de ser pareja, pero Ernesto sufre al saber que Héctor y él nunca podrán tener una relación formal.Lo del escote pudo haber sido un gran obstáculo, pero el muchacho tenía buen corazón y era más que evidente que no tenía ninguna mala intención. Sólo bastaron un par de encuentros para notar su verdadera personalidad y la mujer quedó encantada. Desde entonces fueron Héctor e Imelda, para todo: A la plaza, al mercado, al campo, a la tienda, a la casa de la vecina, en la cocina, en el patio… Y alguien no podía soportar la idea, no tan fácilmente luego de haber sido Héctor y Ernesto toda la vida.
La relación de su amigo era miel sobre hojuelas, y a Ernesto le gustaba la miel. Quería poder tener un poco, saborearla, dedearla, comérsela todas las veces que quisiera y no compartirla con nadie. Pero no, ahí estaban las hojuelas, y a él no le gustaban las hojuelas.
De saber que les iría tan bien ni siquiera se hubiera tomado la molestia de animarlo a que le hablara, o a que pasearan por el campo a las afueras del pueblo, o a llevarle serenata. Pero no era tan tonto, procuraba no dejarlos solos.
Si estaban en la plaza Ernesto generalmente les seguía de cerca, si iban a caballo… bueno, él tenía que asegurarse de que su caballo estuviera bien. También era acompañamiento en las serenatas por que era más romántico dos guitarras que una. Incluso cuando debían estar solos se hacía presente, a tal grado de ofrecerse a tocar algo de música para ellos mientras pasaban un rato tranquilo cerca del río, haciéndolo aún si le decían que no.
Héctor más que encantado, pues que mejor que tener a su amigo del alma y al amor de su vida en momentos tan especiales. Pero esos momentos debían ser entre dos, no más.
Si, Imelda agradecía que les hubiera ayudado a evitar a los borrachos que los seguían cuando andaban a altas horas de la noche dando vueltas en el pueblo, o con alguna otra situación desagradable con la que no pudieran lidiar solos, pero cuando quería acercarse un poco más a su hombre no faltaba que hiciera algo para entrometerse: A veces carraspeaba, a veces sacaba un acorde fuera de tono (cosa que ganaba la atención y la risa de Héctor), a veces hacía énfasis en lo tarde que era, y otras veces de plano les hablaba de alguna cosa nada que ver.
Y no era de sorprender que irrumpiera una y otra vez, ya lo presentía, sabía que poco faltaba para que se hicieran pareja, y la sangre de Ernesto hervía con la pura idea. Estaba perdiendo a Héctor a causa de sus propios actos, SU Héctor.
No, no era el plan. Héctor debía haberle hablado bonito, robado un beso, una caricia, y cuando la otra abriera las piernas sería un buen momento para no volver a pensar de ella. Creyó que era ‘el amor de su vida’ del mes, pero no, Héctor no era como él.
Era obvio para cualquiera que él nunca le arrebataría el honor a cualquier señorita solo por orgullo. Héctor era muy tierno, dulce, compasivo, empático, amable, un poco torpe a veces y, aunque era enamoradizo, sus sentimientos eran reales. Amaba profundamente, pero lo mismo le llevaba a sufrir horrores cuando algo no salía bien, las dos semanas que se ilusionó con Juanita eran evidencia muy clara. Era como si estuviera necesitado de mostrarle afecto a alguien, pero Ernesto no comprendía la necesidad de haber buscado alguien más para esparcir su cariño.
Esa noche, como muchas otras, practicaban en el cuarto de Héctor lo que esperaban fuera el exitazo que los sacara de pobres, pero las cosas no iban tan bien. El más alto estaba bastante distraído, así que la sesión no había tenido muchos progresos. Sugirió dejar el asunto hasta ahí, pero la negativa de su amigo no se hizo esperar.
—Pero tenemos que practicar, sigues perdiendo el ritmo de tu propia canción. — Replicó el mayor, notablemente frustrado.
—No, es que ya le dije a Imelda que… —Y sin más, fue interrumpido.