Prólogo.

128 14 4
                                    

Época victoriana. Londres es una de las ciudades más exquisitas, con sus jardines de rosas perfumadas, árboles frondosos y el pasto recién regado por la lluvia de la noche anterior, dejando un rocío que brilla como pequeños diamantes encima de cada flequillo verdoso. Sin embargo, Lee Minhyuk, el heredero juvenil de la fortuna de su abuelo; no recibió el crepúsculo durazno por su cuenta, sino gracias al impecablemente vestido mayordomo que forma parte de la servidumbre, que interrumpiendo su sueño incógnito deslizó las cortinas lapislázuli con grabados en oro.

Dió los buenos días, trayendo en una fina bandeja plateada el té y el correo. Dos, tres invitaciones a una reunión por la tarde y a continuación, una carta decorada con un sello que llamaba la atención de sus somnolientos ojos; sin alterar la apariencia porcelanosa de su tez y los sedosos cabellos carmín que la decoran. Solo sus labios tenuemente coloreados se curvaron en una sonrisa.

— Alistair, ¿Es esa carta de Shin Hoseok?— Finalmente su voz se hizo presente en la habitación, siendo dulce y amable con el hombre que vertía en una taza con decoraciones chinas en el juego un té de exquisito aroma.

Así es, señor. Esta mañana vino uno de sus sirvientes a entregarla. — Rectificó el hombre, después de colocar el atuendo que iba a vestir para el desayuno su amo y por último, abandonando la alcoba, dejando al apuesto joven en la soledad. Había algo diferente, mas no parecía notarlo todavía. Minhyuk pasaba desapercibido el aroma del chai imperial que acariciaba con su retorcido vapor las fosas nasales, las golondrinas trinar en el hermoso jardín de su casa, ocultas entre los pinos que daban un frescor inigualable y ayudaba a terminar de despertarse.

Con una navaja logró rasgar cuidadosamente el sobre que le invitaba a ir al hogar del remitente, para terminar los detalles del trabajo más costoso que había realizado últimamente. Desayunó sin prisas, dos horas después llegando al hogar de su fiel amigo, artista reconocido con el que compartió distintas sesiones en el estudio, entre carboncillos, lienzos incompletos, el estado que le dejaba embelesado al recostarse en el diván aterciopelado de color guinda.
Minhyuk con sus características de niño fascinaba a cualquiera que tornaba su mirada hacia él, se escuchaban los suspiros de conmoción, en las bocas dulces de doncellas danzaba su nombre al preguntar si alguna de ellas tenía la oportunidad de estar cerca suyo.

Es bueno verte de nuevo, Minhyuk. — Saludó Wonho con una sonrisa y reverencia hacia su camarada. Desde la perspectiva del pelirrojo, Wonho rebosaba de talento y carisma. Pese a que actuaba de una forma seria, su sensibilidad le volvía un espécimen sin igual, aquel que fascinaba su ser con un cosquilleo particular, curiosidad que provocaba una sonrisilla cautivadora.

— También es bueno verte, Wonho. He venido a la hora que me has dicho, ya sabes que el tiempo es importante para ambos, no se puede desperdiciar.—
Fue a sentarse el más joven en el diván, a lo que Wonho pronto negó, señalando una silla barroca en medio del estudi; aquel con estantes de caoba color chocolate y con una fragancia que le daba gracia, óleo y el persistente perfume de las flores afuera del patio, que parecía una pradera más allá del porche. Lilas asomaban sus tiernas cabecitas, como si llamaran la atención de Minhyuk para ir a jugar.

¡Estoy harto de sentarme, Wonho! Lo único que me has pedido durante las últimas semanas hasta ahora ha sido eso.— Protestó con un tono berrinchudo, dando un golpecito con el tacón de su zapato a la alfombra persa que adornaba la madera que pisaba.

— Solo un poco más, lo prometo. Estoy a nada de terminarlo.—
El de hebras doradas trató de apaciguar su fastidio con aquella oración, levantando una mano como si aquello fuese a detener los quejidos. Si bien el trabajo de Hoseok llevaba tiempo para crecer, la espera siempre valía la pena. Cualquier lienzo que el llenara era un boleto gratuito a una dimensión distinta. Sus cuadros de paisajismo, especialmente aquel de los Alpes Suizos, te dejaba sentir el frío rejuvenecedor de las cúspides blanquecinas y rocosas. También, el acrílico de los lirios blancos flotando sobre un estanque cristalino te llamaba a escuchar el canto de alguien, una melodía que se permitía estar a libre interpretación de quien admiraba sus pinceladas.

Esa era la magia del sentir.

HIS PICTURE.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora