La fiesta iba de puta madre, era una pasada. Ya habían llegado nuestros amigos y en cuestión de tiempo, ya estábamos todos con las copas subidas a la cabeza. Como siempre una que otra gilipollez provenía de mí, causando en el resto una gran carcajada.
— Ust, ust. —dije mientras movía de manera extraña mis manos y mi cabeza.
— Eh, ust. —gritó mangel alzando el vaso que sostenía con su mano derecha. — ¿Por qué no jugamos?
Todos concordaron con la idea de Mahe. Mangel se sentó en forma de indio en el helado suelo y le dio suaves golpes a éste, para indicarnos que debíamos sentarnos para jugar. Todos nos tiramos al suelo, para luego posicionarnos de la misma manera en la que estaba Mangel.
— El juego consiste en que debemos decir cosas que ya hemos hecho. — Tomó una bocanada de aire, tratando de contener el sueño. — El que no las haya hecho, deberá hacerlas.
Todos asintieron levemente con la cabeza, indicando que les parecía una buena idea.
— Quien esté dispuesto a jugar de verdad, se queda. —dije con una sonrisa esbozando mi cara. Parecíamos las típicas hembras en sus fiestas de chicas. — Porque yo no me controlo, eh. —alcé ambas manos en señal de todo lo que pasara no sería mi culpa.
— Vale, que le dais un rollo a esto que no me lo explico ni yo. —dijo cheeto, quitándole a mangel su botella en un movimiento rápido.
— ¡Eh! —protestó el chico de ojos negros.
— Calla. —contraatacó él. Seguido de esto, tomó al seco lo último que quedaba de la botella, para luego dejarla en el suelo y hacerla girar.
Todos estábamos mirando atentamente la botella, nadie sabía que se nos esperaba. Tampoco era la gran cosa, estamos todos tomados hasta los cojones, de un modo u otro lo que pase no se recuerda de ninguna manera. La botella se detiene en uno de los presentes.
Samuel.
— ¡Hala tío! ¡Samuel amigo mío! —gritó alexby desde un lado del pequeño círculo humano que se había formado en el salón.
Samuel le hizo una cara de pocos amigos, para luego caer en un profundo pensamiento de unos cuantos segundos.
—Yo nunca he besado a un hombre. —soltó el chico a quien conocían como vegetta.
Nadie se movió, indicando que todos por lo menos, alguna vez en su puñetera vida, besaron a un hombre. Todos excepto Mangel y yo.
— ¿A qué esperáis? —dijo guillermo tratando de contener la risa.
No le di demasiadas vueltas al asunto. “De todos modos nadie recordará lo sucedido. Están todos tomados hasta las patas.” Me acerque cuidadosamente a mi amigo, dedicándole una pequeña sonrisa; Esa clase de sonrisa que te dice “Hey, no hay otra opción. Lo siento.” Miré sus rosados labios e inconscientemente, mis dientes hicieron presión sobre mi labio inferior. Puto Samuel. Puto Mangel. Putos todos. Decidí acabar con todo este jueguito de una vez, así que impulsivamente, tomé de sus mejillas con ambas manos, para luego plantar un cálido beso en sus labios.
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Estuvimos jugando por un largo rato, hasta que llegó la hora de despedirse y los chicos salieron de mi nueva casa desde un taxi. Pobre del taxista, dios cuide a ese buen hombre de estos gilipollas. Como era de esperarse, nadie recordó el beso después de haber sido realizado, absolutamente nadie.
Excepto yo.
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