En la entrada que correspondía a los representantes de ámbito político en los condominios de Lunae, se encontraba cierta joven de piel morena, cabello raso, fluido y castaño que caía por su espalda hasta rozar sus caderas; la fémina en cuestión, quien vestía con ropajes de colores verde y oro, tenía las mejillas rojas y una expresión de horror en todas sus facciones.
Con apenas veintiún equinoccios de vida, la joven heredera al reino de la tierra, Stella, haría su presentación oficial de la manera más espectacularmente boba, ridícula y sosa: participando en el torneo del Rey Sol.
Sobra decir que Stella no tenía la mejor de las complexiones, era bajita, pecosa y alguien tan tímida y asustadiza que tenía una complexión a tenderse a odiar a si misma. Brillante, en sus escasas áreas, pero siendo la torpeza andante en todo lo demás; para ella, quien negada de su capricho al pedirle a su padre que no tuviese su presentación en un evento de tal talle estelar, había que comprender la inmensa preocupación por echar a perder todas esas relaciones que su familia y planeta había logrado construir con el pasar de los lustros.
Así que es de esperarse que con semejante repertorio de desgracias, Stella no se hubiera perdido antes; la situación era la siguiente: se había perdido a mitad de uno de los más grandes centros mercaderes de toda Universia y no tenía ninguna idea de donde podían estar sus padres, sus doncellas o algún ápice de alguna cara conocida. Estaba sola y perdida, con miles de rostros que no conocía rodeándole.
Ella siguió caminando, reteniendo el nudo que se le hizo en la garganta al sentirse desolada, y fue tambaleante hasta una pequeña área de descanso; sentía que quería vomitar, y justo cuando parecía que las náuseas ganarían, sintió una mano que le frotaba la espalda y otra que sostenía una pequeña partícula brillante en color plata frente a sus ojos.
Vagó su mirada por el brazo de la persona, sintiéndose asombrada por el tono tan azul-grisáceo y contrastante con su persona. Dirigió su mirada hasta el rostro de la persona quien había acudido a ayudarle, solo para ahogar una exclamación de asombro al percibir sus orbes: Brillantes cuencas negras, profundas y asfixiantes; cabello en color índigo, tejido por los costados de su rostro de manera perfecta; y lo más exquisito, la sonrisa más bella que había visto en toda su existencia.
El latido de su corazón en sus oídos, la repentina sed de su boca y la dilatación de sus pupilas hicieron a Stella avergonzase y querer lanzarse a un rio de lava solar.
― ¿Estas bien? ― Pregunta la chica que la había tratado con amabilidad ―Ingiere esta partícula, es un remedio de los condominios de Lunae y te ayudará a pasar las náuseas más rápido.
Casi en estado automático, Stella tomó el brillante halo y cuando estaba por llevárselo a la boca el grito despavorido de su acompañante le hizo dar un pequeño salto. Le había asustado.
― ¡No se ingiere por la boca! ― Grita la de cabellos oscuros ― ¡Incrústala en tu corazón!
Stella se horrorizó ante las palabras de la mujer; ¿Qué acaso no lo sabía? ¡Eso podría darle un paro cardiaco!
― ¡No! Te aseguro que eso no va a matarte, ¡Deja de ser tan racional!
― No... ¿Cómo es que quieres que me incruste esto? Además... Dolerá, y creo que eso solo me causará más nauseas.
Los ojos abiertos de la de piel azulada eran tan cómicos que a la terrícola tuvo que llevarse la mano a la boca para retener sus risas.
― ¿Es una broma? ― La incredulidad goteaba en cada una de las palabras de la joven ― Además, jamás mataría a mis invitados.
Stella observó entonces con mayor detenimiento a la persona que tenía a su costado. De porte grácil, vestimenta formal en colores oscuros y muchas otras brillantes partículas como la que sostenía en su mano pululando a su alrededor. Ahora que caía en cuenta, muchas personas que pasaban frente ellas se detenían asombrados, solo para hacer una pequeña reverencia y huir rápidamente.
Que el Rey Sol la perdone, porque su padre jamás la dejaría vivir con la vergüenza de no reconocer a la persona frente a ella.
― ¿Reina... Lunae? ― Pronunció Stella tartamudeando entre horrorizada, asombrada y odiándose a sí misma.
Lunae, quien con una sonrisa brillante juntó las manos de Stella entre las suyas, las acunó en sus mejillas y dijo sentenciando:
― La única.
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La Premisa de la Reina Luna
Historia CortaExisten muchas teorías que explican el origen del universo: hay quienes lo atribuyen al ámbito científico, otras a algo religioso y también existen a aquellas personas a las cuales sinceramente no les interesa saber. No hay, a la fecha, una explicac...