El Bello Durmiente

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La brisa tibia del ocaso se escabulló hasta el palacio de piedra donde habitaba un feroz dragón, traía consigo el peculiar aroma de un humano perdido y se escondió en las fosas nasales de la bestia, haciéndole despertar de su letargo diurno.

Un siseo viborezco estremeció las paredes del castillo. El reptil se alzó sobre sus patas traseras haciendo crujir el piso bajo sus garras a la vez que exhalaba humo de su fauces.

El caer de la noche trajo consigo la segunda peor pesadilla de Markus, la primera era encontrar a Ari exactamente en el mismo lugar donde lo dejó.

Ari había desaparecido.

Cazador dio vueltas sobre sus propias pisadas mientras se rascaba la cabeza (de arriba) exasperado, el estrés le tenía probando sus uñas y empezaba a sentirse culpable. No le quedaba de otra que contárselo a Reynard e Ysegrin.

— ¡Lo perdiste de nuevo! —exclamó Ysegrin palmeandose la frente—. "No lo pierdas de vista" y es lo primero que haces.

—Mira, estaba con una pata en el mundo onírico, se arrastraba como un gusano y chillaba que tenía sed. Solo fui por agua un momento.

— ¡Serás cabezota! —refunfuñó acomodándose el sombrero a la vez que recibía un gruñido por parte del zorro antropomorfo a su lado.

—En fin, ¿Que dices que sabes donde puede estar? —preguntó Reynard moviendo sus orejas peludas en la dirección de donde emanaba la voz de Markus.

—Sí. Las marcas en el lugar solo pueden ser de una moraleja. Será mejor que lo encontremos antes de que sea el aperitivo de ese reptil.

Ysegrin miró al Zorro y a Cazador con cierto recelo, como si no se fiara de él, por ende llevó a su hija a un lado y le susurró algo al oído.

— ¿Entendiste, Wendy?

Ella asintió con la cabeza ligeramente mientras acomodaba sus trenzas castañas con un lazo.

                               ***

En una habitación del castillo de piedra, que tenía la apariencia de una mazmorra, se encontraba una mujer bellísima de ojos color esmeralda sentada sobre una cama de paja. Sus cabellos negros estaban arrimados sobre su hombro derecho mientras atendía a Ari.

El cabello rojizo de este se desperdigaba en la almohada mullida como si fuese el pelaje espeso de un gato angora a la vez que parecía una nebulosa rojiza en el vacío blanco.

Las manos suaves de la chica pasaron por el rostro de Ari con paciencia, sus dedos se pasearon por los labios pálidos del joven y bajaron lentamente por su barbilla hasta rozar su cuello, deteniéndose allí mismo al sentir su pulso, la sangre caliente pasar por aquel torrente sanguíneo...

Podía apretarlo un poco y ver como el rostro del joven se teñía en rojo tan rápido como empezaba a ponerse morado y luego azul. Sería un espectáculo digno de ver, pero mejor aún si estuviese despierto y creyese estar a salvo para darle la sorpresa final... ¿No sería más divertido así?

Ari tardó poco menos de una hora para despertar. Le dolía la cabeza y sentía la presión de las vendas con claridad, como si hubiese recibido un fuerte golpe, suceso pasado hace poco por cierto. Lo primero que vio fue el techo de una cama Moisés con cortinas sedosas, traslúcidas y de color lila plegadas. Estaba recostado sobre una colchón mullido, cubierto con sábanas negras bordadas con hilos dorados.

Cuentos y Leyendas de los hermanos Lewis (Parodias)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora