CAPITULO XXV

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Aunque la señora Jennings acostumbraba pasar gran parte del año en las casas de sus hijas y amigos, no carecía de una vivienda permanente de su propiedad. Desde la muerte de su esposo, que había comerciado con éxito en una parte manos elegante de la ciudad, pasaba todos los inviernos en una casa ubicada en una de las calles cercanas a Portman Square. Hacia ella comenzó a dirigir sus pensamientos al acercarse enero, y a ella un día, repentinamente y sin que se lo hubieran esperado, invitó a las dos señoritas Dashwood mayores para que la acompañaran.

Elinor, sin observar los cambios de color en el rostro de su hermana y la animada expresión de sus ojos, que revelaban que el plan no le era indiferente, rehusó de inmediato, agradecida pero terminantemente a nombre de las dos y creyendo estar haciéndose cargo de un deseo compartido. El motivo al que recurrió fue su firme decisión de no dejar sola a su madre en esa época del año. La señora Jennings recibió el rechazo de su invitación con algo de sorpresa y replicó de inmediato.

-¡Ay, Dios! Estoy segura de que su madre puede pasarse muy bien sin ustedes, y les ruego me concedan el favor de su compañía, porque he puesto todas mis esperanzas en ello. No se imaginen que van a ser una molestia para mí, porque no haré nada fuera de lo acostumbrado para atenderlas. Sólo significará enviara Betty en el coche de posta, y confío en que eso sí puedo permitírmelo. Nosotras tres iremos muy cómodas en mi calesín, y cuando estemos en la ciudad si no desean ir a donde yo voy, santo y bueno, siempre pueden salir con alguna de mis hijas. Estoy segura de que su madre no se opondrá a ello, pues he tenido tanta suerte en sacarme a mis hijas de las manos, que me considerará una persona muy adecuada para estar a cargo de ustedes; y si no consigo casar al menos a una de ustedes antes de dar por terminado el asunto, no será por culpa mía. Les hablaré bien de ustedes a todos los jóvenes, pueden estar seguras.

-Tengo la idea- dijo sir John- de que la señorita Marianne no se opondría a tal plan, si su hermana mayor accediera a él. Es muy duro, en verdad, que no pueda distraerse un poco, sólo porque la señorita Dashwood no lo desea. Así es que les recomendaría a ustedes dos que partan a la ciudad cuando se cansen de Barton, sin decirle una palabra de ello a la señorita Dashwood.

-No- exclamó la señora Jennings-, estoy segura de que estaré terriblemente contente de la compañía de la señorita Marianne, vaya o no vaya la señorita Dashwood, sólo que mientras más, mayor es la alegría, digo yo, y pensé que sería más cómodo para ella estar juntas, porque si se cansan de mi, pueden hablar entre ellas, y reírse de mis rarezas a mis espaldas. Pero una u otra, sino a ambas, debo tener. ¡Que Dios me bendiga! ¿Cómo pueden imaginarse que puedo vivir andando por ahí sola?, yo que hasta esta invierno siempre he estado acostumbrada a tener a Charlotte conmigo. Vamos, señorita Marianne démonos las manos para sellar este trato, y si la señorita Dashwood cambia de opinión luego, mucho mejor.

-Le agradezco señora, de todo corazón le agradezco- dijo Marianne calurosamente; su invitación ha comprometido mi gratitud para siempre y poder aceptarla me haría tan feliz...sí señora, casi la máxima felicidad que puedo imaginar. Pero mi madre, mi queridísima, bondadosa madre...creo que es muy justo lo que Elinor ha planteado, y si nuestra ausencia la fuera a hacer menos feliz, le fuera a restar comodidad... ¡Oh, no! Nada podría inducirme a dejarla. Esto no puede significar, no debe significar un conflicto.

La señora Jennings volvió a repetir cuán segura estaba de que la señora Dashwood podía pasarse muy bien sin ellas; y Elinor, que ahora comprendía a su hermana y veía cuan indiferente a todo lo demás la hacía su ansiedad por volver a ver a Willoughby, no planteó ninguna otra objeción directa al plan; se limitó a referirlo a la voluntad de su madre, de quien, sin embargo, no esperaba recibir gran apoyo en su esfuerzo por impedir una visita que tan inconveniente le parecía para Marianne, y que también por su propio bien tenía especial interés en evitar. En todo lo que Marianne deseaba, su madre estaba ansiosa por complacerla, no podía esperar inducir a esta última a comportarse con cautela en un asunto respecto del cual nunca había podido inspirarla desconfianza, y no se atrevía a explicar la causa de su propia renuencia a ir a Londres. Que Marianne, quisquillosa como era, perfectamente al tanto de la forma de conducirse de la señora Jennings que tanto la desagradaba, en sus esfuerzos por lograr su objetivo estuviera dispuesta a pasar por alto todas las molestias de ese tipo y a ignorar la que más le irritaba en su sensibilidad era una prueba tal, tan fuerte, tan plena de la importancia que daba a este objetivo, que a pesar de todo lo ocurrido sorprendió a Elinor, como si nada la hubiera preparado para presenciarlo.

Sentido y Sensibilidad  Jane AustenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora