Capítulo 4: Babinie.

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Era temprano por la mañana cuando Laura Jenkins oyó el timbre de su puerta sonar

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Era temprano por la mañana cuando Laura Jenkins oyó el timbre de su puerta sonar. No esperaba ninguna visita y por esa razón le resultó extraño. Se aproximó a la puerta y miró por la mirilla. A simple vista pudo discernir a un caballero con una actitud sosegada y nada impacientada. Ella tardó varios segundos en decidirse a abrir la puerta. Por un momento pensó que era un policía, pero la vestimenta que portaba no daba a entender lo contrario. Finalmente, abrió y lo recibió con recelo.

Ambos se miraron mutuamente. El hombre se dispuso a hablar.

—Buenos días. Soy el detective Gabriel Morrison. ¿Es usted la psicóloga Jenkins? ¿Estuvo hace un mes trabajando en Fennoith?

—Sí, correcto.

Jenkins hizo el amago de que no se le notara el nerviosismo. Solo con escuchar la palabra «detective», le temblaron los huesos.

—¿Trató con la alumna Victoria Massey?

Jenkins tardó dos segundos en responder. Nunca un nombre le había inquietado tanto.

—Sí, traté con ella. Era la psicóloga de aquel lugar, cualquier alumno estaba a mi disposición.

—¿Sabe dónde podría encontrarla? —formuló.

—No, lo siento. Me marché de Fennoith después de aquel espantoso crimen.

El hombre sacó una pequeña libreta de su bolsillo para apuntar algunos datos que ella le iba dando. Cualquier información podía valer.

—¿Ella hizo amigos en el internado? ¿Podría darme algún nombre?

Laura sostenía el pomo de la puerta de la casa deseando cerrarla de una buena vez y acabar la conversación. Maldijo el nombre de Victoria en su mente repetidas veces. No había pasado ni veinticuatro horas desde que habló con ellos por teléfono. Parecía que aquella chica era como una maldición que la persigue hasta el final de sus días.
No quería dar los nombres de ningún amigo de la muchacha. Jenkins nunca fue una mujer que metiera en problemas a otros por tal de salvarse el trasero ella. Jamás haría algo tan descabellado. Era una mujer fiel, y que, ante todo, estaba Melissa por delante, y por la rubia daba su vida si era necesario.

—Esa chica era un tanto solitaria —informó—. En Fennoith había una costumbre que, cada alumno nuevo que llegaba, era apodado «sangre nueva», y ese apodo significaba tener que hacerte fuerte a sobrevivir y no ser la comidilla de los demás. Massey no necesitó hacerse fuerte ante los alumnos que se burlaban de ella, la chica ya se los comía a todos con una mirada.

—Entonces, ¿no tenía amigos?

—Puede que sí, pero no me dedicaba a saber con quiénes se juntaba. Mi trabajo era saber su problema.

—¿Qué le contó el tiempo que estuvo en Fennoith?

No sabía si lo que diría a continuación perjudicaría a Victoria o no, pero, quizás, podría justificar el nombre de Benjamín y su asesinato.

Hasta que el infierno nos destruya © #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora