Diez años atrás había abandonado Larnion jurándose no volver a menos que fuese a destruirlo de la misma manera que los elfos habían devastado Hallow Falls, su pueblo natal. Pero ahora volvía por propia voluntad y en búsqueda de paz. El ejército humano estaba acampando a medio día de camino y ellos se encontraban cabalgando a todo lo que sus monturas resistiesen. El unicornio de la princesa Kenny encabezaba el viaje con su fuerza sobrenatural y esplendor que iluminaba el recorrido como una linterna celestial. Gracias a ello podía apreciar el dorado cabello de su líder agitarse como un hechizo, debido a que las dos coletas de la princesa simulaban listones hechos de hilos de oro. Si el Rey Mago se enteraba de sus acciones, ellos serían condenados a una larga tortura. Entones ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué había aceptado ser parte de la comitiva, pero estaba tan nerviosa al ver las torres de vigilancia de Larnion acercarse cada vez más en su campo visual? La princesa hizo una señal para que se detuviesen y Wendy agradeció el retraso, bajando de su montura. No le extrañó ver como el paladín Leopold apresuraba su paso para que la princesa posara sus manos sobre los finos hombros masculinos, mientras este la tomaba de la cintura y la ayudaba a bajar del unicornio de guerra. Ese acto siempre le había parecido tan íntimo entre ambos, le recordaba a su esposo y la forma en que él siempre había corrido a ella para gestos así a pesar de que ambos sabían que no era necesario.
Wendy negó y sus ojos se posaron en el anillo familiar que aun llevaba consigo. Cuando viese a Stan se lo devolvería, ya no cargaría esa preciosa joya consigo y tal vez por fin lograría cerrar ese capítulo de su vida.
- ¿Te encuentras bien? –le preguntó Leopold- Luces marchita.
Tal vez el paladín fuese torpe e inocente, pero también podía ser muy imprudente cuando hablaba. La princesa se acercó al oído del hombre y susurró algo. Wendy fue paciente en esa interacción tan común entre esos dos. El paladín asintió para el final, lucía solemne por lo que había oído.
- Lo siento, alteza. –el hombre la observó e inclinó el rostro- La princesa me ha recordado que no debo merodear en el corazón que no he sido invitado. Por ello le pido disculpas, mi lady.
- Te he dicho que no me trates tan formalmente. –comentó Wendy, incómoda- Somos compañeros de batalla.
La princesa contuvo una risa y volvió a susurrar al oído de su compañero, descartando cualquier conversación casual.
- Ayudaré a su alteza a prepararse para presentarse con los elfos. Te pide que esperes aquí.
- Por supuesto...
Wendy asintió, el rey Ky Le creía que la princesa Kenny asistía como su invitada, los atuendos de fugitivos no iban con la nobleza. Y como siempre, la princesa tomó a su fiel paladín y se apartó para ser asistida al vestirse y limpiar su cuerpo. En un inicio ella se había extrañado por dicha elección tan poca ortodoxa, pero la princesa era el pináculo de lo poco convencional, algo que a Wendy le había costado asimilar, pero ahora tomaba como parte de su vida como rebelde. Además, tenía una fuerte sospecha de por qué su líder prefería al confiable pero tímido paladín a una entrenada y experimentada doncella para que le ayudase con sus tareas personales.
Pero no era nadie para opinar al respecto.
Mientras esperaba, soltó su escudo de las agarraderas en su espalda y admiró el grabado élfico del mismo. Su antigua señora, la reina Shei La, la había educado en los caminos de las féminas drows, la raza matriarcal que había tomado el control de los elfos y que sus tradiciones eran las más respetadas. La reina le explicó que una mujer debía ser inteligente y manipuladora, una gran estratega y apta para luchar. Shei La, la Implacable, había sido la verdadera gobernante de Larnion, siempre sentada en el trono principal, comandando la expansión y doblegando a todos con sus creencias. La relación que Wendy había tenido con la reina había sido confusa, podía sentirse amada y mimada por ella, al punto de que la había hecho vivir longevamente cuando su destino había sido marchitarse como cualquier humano. Pero también había sentido su dureza, sus gritos de furia cuando no daba la altura y los castigos irracionales que no necesitaban dejar marcas en su piel para aun así causarle pesadillas. Wendy admiró el grabado de una flor en el escudo. Y como siempre, no supo cómo sentirse ante el último regalo que había recibido de la reina. Lo había obtenido como recompensa al vencer a Stan por primera vez. El gran guerrero y magnífico luchador había sucumbido bajo su cuerpo en un entrenamiento doloroso y salvaje. Porque era una de las cosas que entretenía a la despiadada vena drow de los reyes: ver a sus guerreros luchar entre sí para ascender en puestos de poder y obtener una mejor paga. En un inicio Wendy había sido buena, pero no la mejor en las peleas, algo que había hecho que la reina fuese más dura con sus entrenamientos privados y al final en verdad habían funcionado. Shei La, la Implacable, era el terror en los campos de batalla, casi una leyenda o más bien un cuento de terror para asustar a los novatos. Ella la había entrenado y el fruto de esto fue vencer a su esposo frente a todos los soldados y guerreros de Larnion. Cuando lo hizo, la reina aplaudió con orgullo y le entregó su premio. Un escudo inmergido en magia élfica, resistente y poderoso.
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Al servicio de su Majestad «South Park» [Style]
FanfictionFantasy of Truth AU «Style» Algunos humanos decían que no existía suficiente territorio para compartirlo con los elfos en sus grandes bosques, los enanos bajo tierra y otras razas que merodeaban constántemente. Los guerreros aseguraban que las arma...