20. It beats me black and blue but it fucks me so good...

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Geo pudo ver el momento exacto en el que la expresión de Alfred cambió, ese segundo en el que sus ojos empezaron a brillar iluminándolo todo. A su alrededor todo el mundo aplaudía y vitoreaba, pero Alfred estaba quieto, mirando algo o a alguien, Geo buscó que había causado tal impacto y la vio.
Amaia también estaba fija en sus ojos, no se movía, no aplaudía, simplemente le miraba, ajena a todo lo que pasaba, solo existían ellos.
Geo se acercó a Alfred para susurrarle algo al oído y quitarle el trombón de las manos.

—Te dije que vendría.

Alfred cortó la conexión visual y se giró hacia Geo, le acarició la mejilla para luego fundirse en un abrazo con ella.

—Me llevo todo a casa, no te preocupes, vete.

La sonrisa de Geo fue algo triste, eran amigos y quería que Alfred solucionara las cosas en su vida y sobre todo en su corazón, pero no dejaba de pensar que eso implicaría que ella iba a desaparecer de ese camino y que, de nuevo, se iba a convertir en alguien efímero. Con un nudo en el estomago, vio cómo su amigo se iba en busca de ella, su ella.

Amaia estaba muy nerviosa, la mirada había sido demasiado para ella, y cuando vio que la chica, supuso que era Geo aunque no podía afirmarlo porque nunca la había visto, se acercaba a él y le decía algo al oído, bajó la mirada y salió del local.
Se quedó cerca, apoyada en la fachada del edificio, la calle estaba vacía, ya no llovía, pero estaba todo mojado, el olor a mar y lluvia le invadió llenándole los pulmones, el único ruido que había estaba amortiguado por la puerta cerrada del local, no pudo evitar suspirar para aliviar lo que estaba sintiendo, nunca había visto a nadie que conectara tanto en la música con Alfred, salvo... Salvo ella.
La música salió casi atronadora cuando alguien abrió la puerta del local, acto seguido se volvió a cerrar, y ella notó una presencia a su lado, no miró quién era, lo sabía, su olor y ese "algo" que nunca supo explicar le delataban.

—Hola.

Amaia se giró para mirarle, tenía la espalda completamente pegada a la pared, un pie apoyado en el suelo y el otro, con la rodilla doblada, en la pared, con una mano agarraba uno de los tirantes negros, con la otra jugueteaba con algo que no podía ver.

—Hola.

La sonrisa que apareció en los labios de Alfred hizo que algo en el bajo vientre de Amaia se apretara con fuerza, se miraron durante varios minutos sin decir nada, solo sintiéndose el uno al otro.

—¿Y Geo?
—Se va a casa, no está lejos.

"A casa", a su casa, a la de ambos.

—¿Vivís juntos?
—Bueno, podría decirse así, soy una especie de invasor.
—Es... Es muy guapa.
—Es una hada.

Amaia tragó saliva y no pudo evitar tocarse el pelo echándoselo todo hacia un lado.

—¿Damos un paseo?

La propuesta de Alfred ayudó a que la tensión se disolviera un poco, aunque el silencio que se había creado no era muy tranquilizador, andaban uno al lado del otro, muy juntos pero sin rozarse.
Amaia se dio cuenta de que Alfred andaba por allí como si hubiera estado toda su vida, como si fuera su lugar en el mundo.

—Alfred...

Habían llegado justo al lado de la arena de la playa, estaba mojada por la lluvia, pero a pesar de ello daban ganas de descalzarse y pisarla, la miró esperando a que siguiera.

—Lo siento, yo...
—No tienes que pedirme perdón, Amaia.
—Lo que dije, lo que se filtró...
—Te conozco, estabas enfadada y borracha, según la prensa, estabas en todo tu derecho de decir todas esas cosas, cuando cortamos también me las dijiste.
—Pero no fueron las formas, sabes que yo no pienso eso de ti, que tú...
—Llevo mucho tiempo destrozando las cosas buenas de mi vida, ver las consecuencias y la realidad me está enseñando a intentar encauzar todo de nuevo, yo también tengo que pedirte perdón.
—Alfred...
—Sabes que tengo razón, me he equivocado casi en cada decisión que he tomado en los últimos años.
—¿Casi?
—Venir aquí, venir aquí la primera vez no fue un error.
—¿Por ella?
—Si.

Amaia empezó a sentirse mal, sin poder evitarlo se alejó de él y empezó a andar hacia el lado contrario, no se conocía los caminos, pero quería llegar al hotel, deprisa. Alfred se pasó una mano por el pelo, la había vuelto a cagar.

—Amaia...

Ella no se volvió, siguió andando.

—Amaia, joder, espera...

Cuando la alcanzó, cogió su mano para que le mirara a los ojos.

—Estás malinterpretado mis palabras, ella no es... Ella es mi amiga, es muy importante para mí, pero no siento lo que piensas, eso solo lo siento...

Amaia le miró a los ojos y vio verdad, pero también había visto la conexión que tenía con Geo.

—Os habéis acostado, ¿verdad?
—Amaia, llevamos casi un año sin estar juntos, ¿de verdad vamos a echarnos en cara habernos acostado con otras personas?

Alfred tenía razón, y Amaia lo sabía, él acortó la distancia que los separaba sin soltar su mano, posó su otra mano en la cadera de ella y se acercó a su oído.

—Te lo dije en la ducha de la academia, déjame que te demuestre que aún hay algo aquí, lo que somos...

Un cosquilleo recorrió la espalda de Amaia de arriba a abajo, y lo sintió, sintió ese magnetismo que hacía que sus cuerpos se entendieran y se buscarán casi desde que se habían conocido, ese magnetismo que hacía que la piel de ambos ardiera con un simple roce del otro.

—Me da miedo.
—Esta noche nada nos puede dar miedo, estamos juntos.

Amaia cerró los ojos y notó la frente de Alfred sobre la suya, él soltó su mano y la puso en la otra cadera, pegando por completo sus cuerpos, ella le rodeó el cuello y acarició su nuca, despacio.

Llegaron a la habitación de hotel en la que se había alojado Amaia, no podían separarse ni medio centímetro, al cerrar la puerta, Amaia le apoyó en ella y, sin rozar aún sus labios, empezó a desnudarle, le quitó los tirantes y la camisa, Alfred la miraba hipnotizado, ese aura animal que tenía cuando iban a follar era superior a él, reprimió el impulso de lanzarse sobre ella y se dejó hacer, a la camisa le acompañó toda la demás ropa, con una mirada de arriba a abajo y mordiéndose el labio, ella también empezó a desnudarse también, no dejó en ningún momento que él la tocara.
Tiró de su mano para acercarse a la cama, empezó a acariciarle los brazos, subiendo hasta su nuca, pegándose de nuevo a él, notó como su erección se pegaba al cuerpo caliente de ella, y de nuevo la mirada, esa mirada de Alfred que lo desataba todo, Amaia repasó los labios de él con la lengua y metió las yemas de los dedos entre su pelo.

—Joder, Amaia...

Las manos de él se aventuraron hasta su culo, lo agarró con fuerza y buscó con su lengua la de ella, jugando a un juego que los dos conocían demasiado bien, en el que sus cuerpos se fundían en uno solo, y en el que el premio siempre era para los dos.

Un punto sin fin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora