Prefacio.

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6 meses y 2 días después de la desaparición de Mindy...

Las notas ya habían sido escritas y mientras los sucesos acontecían, enviadas.

Los gritos de terror, se oían en cada rincón del condado.

El cuerpo inerte de Mindy, en unos días más, sería encontrado.

¡Swing, swing!
Cuchillo, navaja. Cuchillo, navaja.
Dale filo a tu arma y que siga la matanza.

-¿A dónde te diriges con tanta prisa?-había dicho su madre aquél 19 de octubre. Seis meses después de la desaparición de Mindy Curly.

-No te importa-le cortó y se fue con su maleta negra colgando de un hombro. Había salido en su bicicleta y pedaleado varias calles antes de sacar su celular.

Se aseguró que nadie observaba a hurtadillas y revisó una vez más la lista con nombres. Nombres que se esmeraría aún más en ensuciar si quería salirse con la suya y no levantar sospechas. Había elegido a cada uno de esos chicos porque, si bien eran diferentes, tenían algo en común: un gran y podrido secreto. No se tentaría el corazón al momento de arruinar la reputación de cada uno y exhibirlos como la basura que eran.

Se sonrió y continuó pedaleando.

Su teléfono vibró repetidamente, a lo cual, decidió ignorarlo. Seguro era su lunática madre, intentando decirle que se abrigara. Así es, en pleno octubre estar abrigado, vaya fiasco. Considerando que Colton Hills es de los lugares más calurosos, sería como entrar a una sauna. En cualquier lugar estaría sintiéndose ya el frío, pero no en ese condado; un lugar caluroso desde enero hasta el entierro.

En unos minutos, ya se encontraba en la vieja iglesia, que tras la inundación de 1994, quedó hecha pedazos y como consiguiente, abandonada. Hecha pedazos era una expresión que su madre solía utilizar para describir las condiciones de la -deslavada, sucia y casi en ruinas- parroquia, pero si entrabas, descendías al sótano, donde años atrás vivía el sacerdote, aquella habitación lo menos que sería es: hecha pedazos.

Escondió su bicicleta entre unos arbustos y la tapó con unas ramas, solo por si acaso. Rodeó la entrada principal y se coló por un hueco que se encontraba a un costado derecho de la iglesia, uno que, si pasabas a través de unas enredaderas y zarzas, sería visible.

Caminó a través del templo hasta llegar a una puerta de madera, ya mullida y bastante vieja. Entró al que en un tiempo fue el sagrario y justo debajo de un tapete morado, donde se leía una alabanza, se encontraba una escotilla que llevaba al sótano. Era básicamente una escalera que descendía al ser abierta desde abajo, algo así como la de los áticos; solo que desde arriba, tenías que bajar con una cuerda. Debido que, gracias a la inundación, ese artilugio se dañó. La escalera se despegó por la humedad y las malas condiciones del lugar, de modo que para subir, había que apilar unas cosas, de lo contrario, ascender por la misma cuerda.

Con la maleta en hombro y cuál bombero, bajó hasta la habitación. Se aseguró de cerrar bien la puerta y vació su maleta sobre una mesa de trabajo de madera. Frente a sí, estaba el mapa de Colton Hills, un condado alegre y donde nada fuera de lo normal había pasado en los 89 años que había sido fundado, no hasta ese mismo año, a casi un mes del aniversario número 90. En el mapa, habían innumerables notas, escritas en pequeños cuadritos de colores; junto a ellas, fotografías de distintos estudiantes, unidas con tachuelas y un hilo rojo. Tal como luce una investigación policíaca. Solo con una pequeña diferencia; quién los investigaba no era un hombre uniformado, con placa y que disfrutaba beber café y comer donuts.

Tomó una lata de pintura roja y un pincel, con ellos dibujó una equis en la fotografía de uno de los estudiantes que tenía en su pared de investigación. El adolescente era un él. Un chico de último grado, rubio y con una personalidad que fastidia hasta a la persona más paciente y benévola del planeta.

The Shadow Of CrimeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora