SebasCiel💜

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Inglaterra, 9 de la mañana.

Un mayordomo caminaba con pasos elegantes y tranquilos hacia la alcoba de su señor, recorriendo largos pasillos repletos de antigüedades y legados de la familia Phantomhive. Una sonrisa leve decoraba sus finos labios y sus intensos ojos rojos brillaban con los rayos de luz que entraban por las vidrieras de las ventanas en esa cálida mañana de primavera. Tocó a la puerta de madera un par de veces y esperó unos breves instantes antes de hablar.

- Bocchan, es hora de levantarse ~

Una vez dicho eso, agarró el pomo entre su mano cubierta por un intacto guante blanco y tras abrir, entró a la habitación. Ésta estaba completamente a oscuras, aunque a la izquierda se podía apreciar una gran cama de matrimonio en la que dormía su amo. Sin dejar de sonreír, caminó hasta el fondo de la habitación y abrió de golpe las cortinas, haciendo que la estancia se iluminase de golpe. Escuchó un gruñido provenir de la cama y su sonrisa se amplió.

- Hoy tiene muchas cosas que atender, por lo que debería levantarse cuánto antes -avisó el pelinegro, acercándose a la cama y quedándose de pie junto a ella-

- Callate, no me digas lo que tengo que hacer... -una voz aniñada y soñolienta se escuchó bajo las suaves sábanas de seda. El hombre esperó pacientemente a que el dueño de esa voz se dignase a levantarse, pero tal parecía que no iba a ser así. Con una mirada impasible, observaba las sábanas moverse una y otra vez, arrugándose cada vez más. Soltó un suspiro cerrando los ojos, para luego negar con la cabeza.-

- Bocchan, no me obligue a sacarlo de la cama... -volvió a decir, llevándose una mano a la cara y apoyando el codo en la otra mano. Poco después, vio satisfecho como el señor de la casa salía de las sábanas y se sentaba en el mullido colchón con las piernas encogidas. Era solamente un niño de 12 años, le resultaba normal que le costase tanto despertarse a esas horas, pero era su deber como cabeza de la familia. Realmente le parecía asombroso que un chico de tan corta edad pudiese hacerse responsable de lo que conllevaba ese título, pero no sólo eso, él no se comportaba como uno de su edad. Al contrario, era frío e insensible, directo a la hora de hablar y orgulloso, cosa que gustaba a Sebastian.

- No me encuentro muy bien. -y era cierto, notaba su cuerpo cansado y caliente. Lo menos que le apetecía era levantarse. Con su pequeña y pálida mano limpió algunos restos de sudor que permanecían en sus mejillas y frente, poniendo una mueca de asco al instante. Tras limpiarse en las sábanas, permaneció cabizbajo. Su respiración era irregular, jadeaba con fuerza y sus mejillas estaban rojas.
Observó de reojo como Sebastian ponía una mueca extraña y se sacaba el guante de la mano derecha, para luego lentamente acercarla a su rostro.

- No tiene fiebre -comentó extrañado, frunciendo levemente el ceño y retirándose lentamente, incorporándose de nuevo- ¿le duele algo? -vio como el niño negaba y encogía aún más las piernas. Se estaba comportando muy extraño, en esa situación le hubiese gritado y le hubiese echado de la habitación para seguir durmiendo. Era una extraña manía, cuando enfermaba no quería que nadie le cuidase o se hiciese cargo de él.
Sebastian carraspeó y observó atentamente sus movimientos sin decir nada, cabeza gacha, pómulos enrojecidos y piernas encogidas. Con una sonrisa, intuyó lo que podía ser, pero no dijo nada al respecto.
Se tomó la libertad de sentarse en el borde de la cama, recibiendo una mirada fría por parte de Ciel-

- ¿Que haces? No te he dado permiso para que te sientes -habló entre jadeos entrecortados, mirándolo mal. Volvió a abrir la boca para insultarlo, pero la voz de Sebastian lo calló al instante-

- ¿Le ocurre algo entre las piernas? -preguntó con una sonrisa juguetona en sus labios y una mirada cómplice. El chico le miró con los ojos muy abiertos de la sorpresa, apretando los dientes con rabia después-

- ¡Claro que no, estúpido! -exclamó molesto, alejándose del mayordomo y agachando de nuevo la cabeza para ocultar su notable sonrojo. Oyó una leve carcajada del pelinegro y gruñó- ¡cállate!

- Es usted tan infantil ~ -opinó con una sonrisa. El niño no lo estaba mirando, por lo que se acercó aún más a él- Bocchan, no se enfade, eso es normal...

- ¡No digas ni una sola palabra más! -gritó enfadado. Le dolía y lo menos que quería era escuchar burlas por parte de ese estúpido demonio inútil.- ¡vete de aquí!

Sebastian hizo todo lo contrario. Sin utilizar mucha fuerza, agarró al pequeño e hizo que se tumbase en la cama, colocándose sobre él inmediatamente. Ciel, algo desconcertado al principio, lo miró con los ojos abiertos, pero rápidamente frunció el ceño. Un golpe. Otro. Sebastian recibió varias bofetadas en la cara, pero ni se inmutó y poco le importó, ya que con solo una mano, agarró las dos del peliazul, inmovilizándolo. Al chico no le quedaba otra cosa que patalear mientras soltaba groserías por doquier dirigidas al mayor. "¿Cómo se atreve?" pensaba con inquietud y nerviosismo, absorto del que podía ser el siguiente movimiento del mayordomo.
Pero no ocurrió nada.
Simplemente Sebastian lo miró de arriba hacia abajo, parándose en cierto sitio y sonriendo con orgullo.

- Con que es eso, ¿verdad? -preguntó sin esperar una respuesta. Con rapidez, se coló entre sus cortas piernas pegándose al cuerpecito del niño, evitando que le patease.- no tiene por qué avergonzarse~

- ¡Apartate de mi! ¡Sebastian! -gritaba una y otra vez con el ceño fruncido, mirándolo con odio. Sus mejillas estaban completamente rojas por la vergüenza y su pelo estaba revuelto.-

- Bo- -paró de hablar en seco cuando Ciel le escupió en la cara, dándole en el ojo. Suspiró por lo bajo y se limpió con un pañuelo que sacó del bolsillo de su oscura chaqueta- es de mala educación escupirle a alguien en la cara, Bocchan...

- Pudrete -le dijo simplemente, orgulloso de su hazaña. Poco duró esa satisfacción, ya que inmediatamente Sebastian deslizó la mano por el interior de su pierna, alarmandolo al momento- ¡Sebastian! -volvió a gritar, colérico-

- Es esto lo que le molesta, ¿verdad? -preguntó con total tranquilidad en su voz, ignorando los gritos e insultos del más pequeño. Deslizó la mano por debajo de su camisón hasta llegar donde quería.
El niño había tenido una erección, por eso, según él se encontraba tan mal. Se había molestado al no saber como arreglarlo, pero él le ayudaría encantado. Aunque fuese a la fuerza...- si no deja de gritar, los sirvientes vendrán y nos verán así...no quiere eso, ¿verdad? Que lo vean sonrojado y tan vulnerable a mis toques... -el chico enmudeció y simplemente le lanzó una mirada de odio al pelinegro. Era un orgulloso.
Sebastian envolvió el miembro del pequeño y lo masajeó lentamente, sin prisas. Ciel cerró los ojos con fuerza y evitó soltar jadeos que lo delatasen apretando los dientes con fuerza. Al mayordomo le divertía abochornarlo de esa manera, verlo tan sumiso y avergonzado le excitaba. Con uno de sus largos dedos, apretó levemente la punta mientras que con los otros masajeaba su pene erecto de arriba hacia abajo. El peliazul no pudo contenerse por mucho más, esa sensación le estaba gustando aunque odiase admitirlo. Inconscientemente alzó las caderas y jadeó con fuerza al notar como los movimientos del pelinegro iban aumentando de velocidad. Sus dedos se movían con rapidez a lo largo de su extensión, sin dejarle ni un segundo para que parase a recuperar el aliento. El ambiente se fue caldeando a la vez que los jadeos y gemidos de Ciel eran más audibles. Sebastian sonreía con lascivia, disfrutando de las expresiones de placer que ponía su querido amo.
El orgasmo no tardó mucho en llegar, manchando así la mano del mayordomo.

- Te odio -murmuró el pequeño aún con los ojos cerrados, intentando respirar adecuadamente. Los latidos de su corazón estaban desenfrenados y martilleaban contra su pecho. Notó a Sebastian separarse, probablemente con una sonrisa en su rostro.

- No sea cabezota, le he hecho sentir mejor... -Sebastian se volvió a llevar una bofetada, pero no le importó, ya estaba hecho.-

One-shots YaoiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora