Pequeño ángel

Pequeño ángel (5)

Soplos de pavesa anegaban al cielo estrellado y la luna presente lloraba tratando de iluminar con su nítida luz siendo opacada. Los fuertes colapsos se acumulaban carbonizando a su alrededor, pero el de mechones rojos no se turbaba por el hogar donde se había criado o de que alguna vez fue acunado por la mano del señor. No, nada de eso; su desolada alma solo sufría por el cuerpo inerte del ángel que era consumido en llamas, fuego que igualmente se lamentaba por abrasar la pálida piel del tan amado joven.

Quien se atormentaba se había proclamado a sí mismo como a un cadáver, su vida se había ido junto con el menor que poco a poco yacía en cenizas, ya no veía a ningún ángel dentro de toda esa mansión que se carbonizaba lentamente, sus alas volaron escapando de aquel infierno. Todos sus demonios se habían apoderado de él y se dejó alcanzar por el anticristo aniquilando su sensibilidad humana cediendo completamente a la obsesión.

Las oscuras pesadillas se incrustaron en la mente de Pete, tan gráficos y punzantes que lo hacían suspirar. Los recuerdos se convirtieron en alucinaciones nocturnas, nunca encontrando los momentos hermosos y siempre desenterrando el viejo sufrimiento.

Mientras tanto, Damien lo observaba en medio de la oscuridad sin querer inmutarse. Presenciaba claramente en el interior Pete y pesadillas era lo único que encontraba cada que lograba cerrar los parpados. Podía respirar dentro de él el devastador fuego quemado la suave tez de un joven, palpando de igual manera el vació del de orbes oscuros. Sin importar de qué se trate siempre estaba atento a ellas, evocando antiguas escenas de las que también llegó a ser testigo no logrando apreciar la larga distancia del tiempo.

-Mortales estúpidos... – Con la cola demoniaca arrastrándose en el suelo se apartó del otro.

Los demonios no tenían sentimientos, solo se dejan hacer por los instintos mas bestiales totalmente ajenos al sentido del bien con el propósito de tentar a los mortales. Y Damien, él y su padre eran los máximos representantes de todo eso, del mal encarnado. Eso lo tenía más que claro por supuesto y, sin embargo, tiene la sensación de haber sentido alegría, duda, tristeza, gozo, miedo e incluso amor en algún punto de su ancestral vida, aunque pueda pensar que se trate solo de una estúpida idealización o un repugnante sueño.

Damien puede recordar con claridad cada una de sus acciones que reían ante lo perverso, cada una totalmente diferentes respectivamente para el de ojos escarlata, mas no visualizaba en su mente la imagen gráfica de alguno de esas emociones que el hombre tenía, pero que a la vez se sentía experimentador de ellos por su experiencia misma. Por eso quería palpar si quiera un poco de esa esencia adentrándose en el sufrimiento de Pete ansiando en silencio cada uno de sus sentires.

– ¡Soy el heredero del infierno, maldita sea! – Gritó solo a los oídos del silencio no dejando conocer su debilidad. Se agobiaba, como representante del infierno debía solo saborear el dolor deseando el cruel propósito que tenía. Si bien, aun siendo el anticristo quería contagiarse de Pete como si padeciera lo mismo que él – Y si me vuelvo un marica, va a ser tu culpa, pendejo ¿Me escuchaste, Pete? – Dijo al de mechón rojo quien solo se perdía en sus pesadillas.

...

La frescura de un nuevo día despabila a Craig, quien se encontraba a la orilla de la cama observando a la nada de su habitación. El sol mañanero apenas despertaba colándose sobre su ventana y su supuesto despertar lo sentía con mucho peso, pues sus pensamientos no lo dejaron dormir por la noche.

Días antes había discutido con Tweek y hasta ese entonces no se han dirigido la palabra. Se sentía como un miserable imbécil, es decir, ¿Cuál fue el verdadero motivo por el que pelearon? Tal vez y se trate solo de una estupidez; Él mismo sabía que era una persona celosa, de las más recelosas que cualquiera pudiera conocer, pero jamás se molestaba en demostrarlo en realidad. Había aprendido a controlarse y a ocultar ese desagradable sentimiento, eso o hasta donde él sabía.