Capítulo I.

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Invierno 1967.

Miraba minuciosamente la butaca que estaba junto a la puerta de su habitación. Observaba como cada mota de polvo caía y quebrantaba la solitaria y desvencijada tela, mientras que él, sumía su cuerpo en cada pliegue de su cama.

Muchas mañanas el frio salvaje que irrumpía en Liverpool, invasor de cada recodo de la cuidad, era desgastante para su joven cuerpo, pero ese preciso día, le pareció ser el más cálido de todo el invierno.

Era un bello día de enero a las 7 de mañana cuando él recibió la llamada que estuvo esperando durante casi un año.

—Buen día ¿morada del señor McCartney? —un jovial timbre femenino le llamó.

—Así es, señorita —su voz aún sonaba soñolienta.

—¡Perfecto! Necesitamos urgentemente su presencia en la fiscalía, la señorita Eleanor quiere hablar con usted.

Sintió nacer dentro de sí una euforia cegadora que fue capaz de dejarlo mudo e inmóvil. El motivo de la llamada era más que claro, ya lo había adivinado.

—Muchas gracias señorita, voy de inmediato —colgó.

Se dispuso a hurtar deliberadamente entre su ropa algo más decente que un pijama deslavado y un suéter desgastado, largo hasta sus muslos, para salir rumbo a la fiscalía. Antes de salir, dio un último vistazo a su casa y tomó las llaves de su vehículo; condujo con los nervios gobernando todo su ser haciendo que, emanara de su boca, una risa intranquila.

No era que sus logros hasta esa fecha le fueran un desagrado, al contrario, se había convertido en tan poco tiempo en un abogado de renombre en todo Liverpool; pero como joven, fresco en pensamiento e ideales, tenía aspiraciones mucho más grandes.

—Hola, señorita —saludó cuando llegó, recibiendo como respuesta la sonrisa de una chica rubia tras el mostrador.

—Supongo que usted es el señor Paul McCartney.

—Supone bien, pero por favor, a los veinticuatro años la palabra "señor" es muy ofensiva.

Le regaló una sonrisa coqueta que hizo a la chica sonrojar y bajar la mirada.

—Perdone —transcurridos unos segundos recobró su posición —. Recorra el pasillo, en la última puerta a la derecha está la oficina de Eleanor, la fiscal —se detuvo para deslizar su pulgar sobre su labio inferior en señal de preocupación —. Solo que paciencia ¿está bien? Cuando está bajo mucha presión suele ser algo... descortés.

Ante tal comentario, su confusión y exaltación se desbordaron. Cuando se encontró frente a la puerta que le había dicho la chica, una maldición había traspasado la madera; no era que el nombre de Eleanor Lowry le fuera indiferente, siempre la imaginó como una mujer digna de admirar en muchos aspectos, pero jamás pasó en su mente encontrarla en sus peores momentos, inclusive, nunca imaginó estar frente a esa puerta sabiendo que muchas personas más deseaban estar en su papel. Tomó valor y levemente tocó la puerta.

—¡Pasa de una buena vez! —aquel gritó lo dislocó.

Cuando entró, la imagen de Liverpool dibujada por el gran ventanal de la oficina, apenas flameante por el sol, contrastó con el rostro cansino de Eleanor. A tempranas horas del día su figura reflejaba desasosiego y malestar; sus manos recargadas sobre el escritorio, tiritaban levemente al querer tomar un cigarrillo de la pitillera. Después, una gran nube de humo con el característico olor a tabaco le cubrió el rostro.

Sus ojos lograron encontrarse y la descubrió escudriñándolo sin disimulo.

—Soy...

—Tan jovencito. Ya sé quién eres, no hacen falta presentaciones, Paul McCartney ¿No es así? —dio una calada profunda al cigarrillo que tenía sobre sus dedos—No hay tiempo, toma asiento y lee esto —deslizó una gran cantidad de papeles por el escritorio.

Las cartas de un poeta |Paul McCartney|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora