Capítulo III.

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—Hemos ganado el caso, campeones — los miraba entusiasmada.

¿Cómo podría encontrar algo tan emotivo? Probablemente era otro caso más que ganaba, otro que aumentaba su lista de éxito y hacia añicos su lista vacía de derrotas, pero ahí estaba, completamente muerta en emoción. Sus ojos recorrían los rostros complacientes de todos sus compañeros, hasta que al final, al chocar color gris intenso con hazel, los cerró y sonrió para sí.

—Podemos celebrar esta noche —comentó Martha sonriente.

Martha era la jovencita más alegre y guapa que había cruzado la fiscalía hasta ese entonces. Un bello rostro sonrojado revestido de pecas y hermosa sonrisa ¿Cómo podrían negarse a su propuesta?

Todos asintieron en señal de estar de acuerdo con ella.

En esos instantes a Eleanor todo le resultaba placentero, un saludo por las mañanas, el canto de los mirlos, una taza de té después del sueño e inclusive saber que esa noche tomaría vino; para ella ese era el significado de la vida y la clara señal de estar a punto de cumplir los 40 años, un año más transcurrido, un año más cercano a la muerte. Suspiró y se encaminó rumbo a la fiscalía.

—Puedo verla muy feliz ¿A qué se debe? —el curioso cuerpo de Paul se acercó a su paso.

—No todos los días se gana un caso, James — tenía muchas más razones para encontrarse tan feliz.

Vislumbró en el rostro del joven un espectáculo increíble; incredulidad y asombro entrelazarse. Él pasó su dedo pulgar e índice por su bigote y al final su mano la posó en su barbilla.

—¿Qué pasó? Veo que te sorprendiste ¿Acaso ya no quieres ser vicefiscal? — carcajeó.

De su boca masculina brotó una carcajada que poco a poco se fue atenuando hasta terminar en un prolongado suspiro.

—Para nada, señorita Eleanor. Es solo que... Desde la muerte de mi madre nadie me había llamado James, nadie hasta hoy — sus ojos reflejaban el agotamiento acumulado de sus pocos años de vida.

Incluso, su padre Jim, era incapaz de llamarlo por ese nombre, puesto que, era consciente de lo mucho que aún le afectaba.

Se quedaron unos instantes estáticos hasta que él no lo resistió y bajo la mirada al asfalto; sin embargo Eleanor, desconcertada por la situación, se quedó sin poder articular ninguna palabra, encapsulando sus cuerpos a la expectativa del silencio. Pasaron unos cuantos segundos más para que ella diera media vuelta y siguiera caminando a su destino dejando abandonado un joven meditabundo atrás; pero que después, la siguió hasta armonizar sus pasos.

En la mente de Paul nació la inusual necesidad de decirle "Oh, señorita Eleanor, la soledad nocturna me hizo pensar momentáneamente en usted" pero sus labios se negaron para admirar y deleitar sus pupilas con la imagen de aquel femenino andar; su rizado y castaño cabello hasta su cintura que daba vida y luz a su rostro, lienzo fiel de décadas transcurridas.

Entonces así, vagando en sus recuerdos, se encontró con su realidad; un solo nombre, una sola mujer. Jane Asher.

—¿Le molesta que la acompañe?

—Para nada, Paul.

"¿A qué se debía ese cambio tan repentino?" Pensó Paul. Sintió extraño el querer escuchar de nuevo como Eleanor pronunciaba su segundo nombre. Nadie, ni el más sabio podría entenderlo.

***

Llegada la noche, todos fueron unos breves minutos a sus casas, para después, conglomerarse a celebrar un caso más ganado y la llegada de un nuevo integrante; Paul McCartney.

Las cartas de un poeta |Paul McCartney|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora