—Siempre había pensado que esas historias del amor a primera vista no eran más que un montón de estupideces, pero ya no opino lo mismo. Hasta olvidé mi cena de despedida. No tenía ojos ni cabeza para nada que no fuese ella. Pensé que si dispusiera de aunque sólo fuesen dos años más de vida nada podría impedirme que la cortejara y le pidiera que se casase conmigo.
—Précisément, desde luego, así es. Ya vemos que le dejó fascinado, monsieur; pero, en nombre de veinte mil monos azul claro, le ruego que nos cuente lo que hizo, no lo que pensó.
—Me limité a mirarla boquiabierto, señor. No podía hacer nada más. Cuando esa bestia enorme con la que estaba sentada se levantó y salió del local ella me sonrió, y este pobre corazón mío casi dejó de funcionar. Cuando me sonrió por segunda vez ni todas las cadenas existentes en este país habrían bastado para mantenerme alejado de ella. Su forma de comportarse y caminar a mi lado cuando salimos del café, cualquiera habría creído que me conocía de toda la vida. Tenía un gran coche negro esperando fuera. Subí a él y me senté a su lado. Antes de darme cuenta ya estaba contándole quién era, cuánto tiempo de vida me quedaba y el que lo único que sentía era perderla justo cuando acababa de encontrarla. Yo...
—Parbleu, ¿le contó eso?
—Desde luego que sí, y muchas cosas más, antes de darme cuenta ya le había dicho que la amaba.
—Y ella...
—Caballeros, no estoy seguro de si la enfermedad que padezco debería provocarme delirios o no, pero estoy bastante seguro de que he tenido una experiencia extraña. Antes de contarles el resto quiero hacerles saber que no estoy loco; pero puede que haya sufrido un ataque al corazón o algo parecido que me haya dejado inconsciente y que lo haya soñado todo.
—Siga, monsieur —le ordenó De Grandin con expresión muy seria—. Le escuchamos.
—Muy bien. Cuando le dije que la amaba la chica se llevó las manos a los ojos, así, como si quisiera limpiarse algunas lágrimas que no había llegado a derramar. Había esperado que se enfadaría o que se echaría a reír, pero no hizo ninguna de las dos cosas. Lo único que dijo fue: «Demasiado tarde». Ya sé que es demasiado tarde, respondí. Ya te he dicho que es como si estuviera muerto, pero no podía dejar este mundo sin revelarte lo que sentía. Y entonces ella dijo: Oh, no es eso, querido mío. No me refería a eso. Yo también te amo, aunque no tengo derecho a decir semejante cosa, no tengo derecho a amar a nadie. Para mí también es demasiado tarde. Después la tomé en mis brazos y la estreché con todas mis fuerzas, y ella lloró como si se le fuera a romper el corazón. Acabé pidiéndole que me hiciera una promesa. Reposaré más tranquilo en mi tumba si sé que nunca volverás a salir con ese hombre horrendo junto al que te vi sentada esta noche, le dije, y ella dejó escapar un grito ahogado y lloró todavía más desesperadamente que antes. Entonces me pasó por la cabeza la horrible idea de que quizá estuviera casada con él, y que a eso era a lo que se refería cuando dijo que ya era demasiado tarde; por lo que se lo pregunté a quemarropa.
»Su respuesta me pareció diabólicamente extrañna. Me dijo: Tengo que acudir a él siempre que lo desea. Le odio con un odio que nunca podrás comprender; pero cuando me llama tengo que ir a él. Es la primera vez que lo he hecho; ¡pero tendré que volver a hacerlo una vez, y otra, y otra más! Siguió repitiendo esas palabras hasta que la hice callar con mis besos. El coche se detuvo y salimos de él. Creo que nos hallábamos en una especie de parque, pero estaba tan absorto ayudándola a recuperar la compostura que apenas si me fijé en lo que nos rodeaba. Me llevó a través de una gran puerta y por un sendero serpenteante. Acabamos deteniéndonos ante una especie de albergue y la tomé en mis brazos para darle un último beso.
»No sé si el resto de lo que voy a contarles ocurrió realmente o si perdí el conocimiento y lo soñé. Lo que creo que ocurrió es lo siguiente: en vez de unir sus labios a los míos los puso alrededor de ellos y pareció aspirar el aliento de mis pulmones. Sentí cómo me debilitaba, igual que el nadador atrapado en un oleaje muy fuerte que le golpea y le maltrata hasta dejarle sin respiración, y mis ojos parecieron quedar velados por una especie de niebla; después todo lo que me rodeaba se fue volviendo de un color verde oscuro y sentí cómo mis rodillas empezaban a aflojarse. Todavía podía notar el contacto de sus brazos rodeándome, y recuerdo que me sorprendió lo fuertes que eran, pero entonces me pareció que acababa de ponerme los labios en la garganta.
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Almas en pena. (Restless souls)
VampireEn este sentido, Almas en pena presenta uno de los casos más aterradores de Jules de Grandin, académico de la Universidad de Medicina de París y detective de lo oculto, quien investiga el mundo de lo desconocido desde la perspectiva de un científico...