»Seguí debilitándome con una especie de lánguido éxtasis, si es que eso tiene algún significado para ustedes... Era como irse quedando dormido poco a poco en una cama muy suave con una buena dosis de coñac en el estómago después de haber quedado agotado a causa del frío y el ejercicio físico. Lo siguiente que supe es que había perdido el equilibrio y había caído sobre los peldaños: mis rodillas estaban tan flácidas como las de un muñeco de trapo. Al caer debí de darme un golpe terrible en la cabeza, pues perdí el conocimiento, y lo siguiente que recuerdo es haber despertado para verles atendiéndome. Díganme, caballeros ,¿lo he soñado todo? Me... siento... muy... cansado.
A medida que pronunciaba esa frase su voz se fue haciendo cada vez más lenta, como si estuviera quedándose dormido, y la cabeza se le cayó hacia adelante mientras su mano se deslizaba sobre su regazo hasta acabar rozando el suelo con los músculos totalmente relajados.
—¿Ha muerto? —murmuré viendo cómo De Grandin cruzaba de un salto la habitación y le abría el cuello de la camka de un manotazo.
—No —respondió—. Más nitrato de amilo, por favor; revivirá dentro de un momento, pero no volverá a su casa hasta que prometa no destruirse a si mismo. Mon Dieu, tanto su cuerpo como su alma quedarían destruidos si se incrustara una bala en el cerebro antes de que... ¡Ah! Mire, amigo Trowbridge, ¡lo que me temía!
En la garganta del joven había dos minúsculas perforaciones, como si una aguja muy fina hubiera sido introducida a través de un pliegue de la piel.
—Hum —comenté—. Si hubiera cuatro diría que le ha mordido una serpiente.
—¡Y así es! ¡En nombre de un hombrecillo azul, así es! —replicó De Grandin—. Una serpiente más virulenta y sutil que cualquiera de las que se arrastran sobre su vientre ha hundido sus colmillos en él; y le ha envenenado de una forma más terrible que si hubiera sido víctima de la mordedura de una cobra; pero juro por las alas del ángel de Jacob que nosotros impediremos que esa serpiente se salga con la suya, amigo mío. Le demostraremos que no se puede jugar con Jules de Grandin, tanto ella como ese enamorado suyo de los ojos de pez aprenderán la lección; ¡de lo contrario, juro que mí cena de Navidad consistirá en repollos hervidos acompañados con agua de alcantarilla!
Al día siguiente De Grandin se presentó a desayunar con una cara muy seria.
—¿Tendría media hora libre esta mañana? —me preguntó mientras apuraba su cuarta taza de café.
—Supongo que sí. ¿Está pensando en algo especial?
—Ciertamente. Me gustaría volver al cementerio de Shadow Lawn. Querría examinarlo de día, si es tan amable.
—¿Shadow Lawn? —repetí yo, asombrado—. Pero, ¿qué diablos...?
—Justamente —me interrumpió—. A menos que esté totalmente equivocado, creo que este asunto tiene mucho que ver con el diablo. Vamos; debe atender a sus pacientes y yo tengo cosas de las que ocuparme. En marcha.
La lluvia se había esfumado con la noche y cuando llegamos al cementerio un esplendoroso sol de noviembre brillaba en el cielo. Fuimos directamente a la tumba donde habíamos encontrado al joven Rochester la noche anterior. De Grandin se detuvo ante ella y la inspeccionó atentamente. Sobre el dintel de la inmensa puerta había tallada una sola palabra que De Grandin señaló con el dedo: HEATHERTON
—Hum —Sostuvo su puntiagudo mentón entre el pulgar y el índice con expresión pensativa—. Debo recordar ese apellido, amigo Trowbridge.
Dentro de la tumba, colocadas en dos hileras superpuestas, estaban las criptas que contenían los restos de los difuntos de la familia Heatherton: cada cripta tenía una losa de mámiol blanco unida con cemento a un marco de bronce, y una breve inscripción de dos líneas recogía el nombre y los datos vitales del ocupante. Los marchitos restos de una corona funeraria colgaban del anillo de bronce que adornaba el panel de mármol de la cripta más alejada sostenidos por una cinta anudada, y detrás del reseco círculo de rosas y hojas de rusco leí la siguiente inscripción:
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Almas en pena. (Restless souls)
VampireEn este sentido, Almas en pena presenta uno de los casos más aterradores de Jules de Grandin, académico de la Universidad de Medicina de París y detective de lo oculto, quien investiga el mundo de lo desconocido desde la perspectiva de un científico...