Capítulo 2

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Había llegado el momento. Iba a una cita clandestina, la tristeza oprimía su corazón joven, su caminar era lento y sombrío. En la penumbra de la noche, podía distinguir el sendero verde que en antaño tantas veces recorrió, y aunque lo creyera el mejor lugar del mundo, ahora le parecía extraño, frío y distante. Karla despertaba al amor, pero el destino cruel se oponía a tan sublime y majestuoso sentimiento. A pesar de todo, de una cosa estaba segura, lo dejaría partir. Él debía marcharse para seguir su destino, Ya cerca del sitio acordado, lo vio. Él fue a su encuentro. Se miraron por unos segundos y por saludo, un abrazo. Las lágrimas afloraron como un bálsamo consolador y después de un largo rato, sus labios se unieron en un beso:

–Mi amor podemos irnos y escapar –Le susurró Raúl.

–¿A dónde iremos?, no tenemos dinero

–Bueno, trabajaremos...

–¿Trabajar en qué?, No Raúl, es mejor que te vayas y estudies.

–No. Yo no puedo irme y dejarte.

–Sí puedes, eso y mucho más. Mírame, estudia por mí, que yo te espero.

–No me pidas eso... –Le contestó Raúl–. Por favor.

Por sus mejillas varoniles rodaron lágrimas. Él era un joven de tez morena y un cuerpo atlético. Sus grandes ojos color café, expresaban el dolor del primer amor, aquel que marca a veces para toda la vida. Se sentía impotente ante las decisiones de su padre. Ignoraba que su padre había sido amenazado por Pedro; el padre de Karla.

–Sí Raúl. Es hora de que pienses en ti y en tu futuro. –Le contestó con voz trémula–. La oportunidad que tu padre te da, aprovéchala. –La joven haciendo de tripas corazón, fingía una serenidad que estaba lejos de sentir–. Porque teniendo un padre como el que tienes, te hace una persona afortunada.

Raúl la abrazó y lloró inconsolablemente. Ella resignada y decidida a convencer a su amado, lo separó delicadamente y mirándolo a los ojos.

–Vamos. No es tan malo, conocerás mucha gente y aprenderás mucho... –Le dijo con voz dulce.

–Por favor. No me pidas eso. –Le contestó el joven.

–Sí Raúl, vete y haz lo que tienes que hacer.

–Está bien Karla, pero volveré, te juro por Dios que volveré por ti. –Le dijo Raúl. Este suspiró –No hagas promesas que no sabes si puedes o no cumplir. –Le replicó la muchacha.

–No Karla. Esta promesa la cumpliré. Te llevo en mi corazón y te juro que jamás dejaré entrar en él a nadie más. Mira te voy a dar esta cadena que perteneció a mi madre. Tiene un dije de la Virgencita, será mi testigo de que volveré.

Karla observó la cadena de oro. Raúl se quitó la cadena y se la colocó a ella en el cuello. A Karla se le acabaron las palabras y estaba haciendo esfuerzos para que él, no se diera cuenta de su dolor. Se abrazaron y se besaron desesperadamente, como queriendo retener el tiempo. El éxtasis y el sufrimiento se confundieron para unirlos en un solo cuerpo... Desnudos en un lecho de hojas secas, estuvieron abrazados por mucho tiempo. De pronto Karla se separó.

–Es hora de que te marches, ya pronto amanecerá y si nos descubren tendremos problemas. –Le dijo la mujer.

Raúl no prestó atención a sus palabras, la atrajo hacia su cuerpo y la abrazó fuertemente. Karla lo apartó, se vistió, se levantó y empezó a caminar lentamente, sin mirar atrás.

–Te juro que volveré por ti... –Le gritó el joven.

Karla murmuró con los ojos llenos de lágrimas y de desesperanza:

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