Capítulo 005

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   En un lúgubre pasillo la luz fluorescente de un tubo apenas si alcanzaba a iluminar las facciones angulosas y morenas; los rasgos indígenas de un joven.

Se masajeó las sienes y el rostro en claro nerviosismo. Su mirada alternaba entre el techo, el suelo y la puerta negra que tiene enfrente. Mientras tanto, no dejaba de masticarse discretamente su oscuro cabello, el cual llevaba largo hasta los hombros

En eso, llegó otro joven. El primero lo mira, aprieta los puños, rueda los ojos y le clava la mirada de nuevo. Logrando que el recién llegado, que pensaba sentarse junto a él, guarde un asiento de distancia.

Al quedar ambos débilmente iluminados por la misma luz, sus insalvables diferencias se volvían evidentes.

—Minutelli —saludó parcamente el primero.

—Rivero —le devolvió el saludo el otro, con un suspiro que le hizo caer un pequeño mechón de su rubia cabellera.

— ¿Qué hacés acá?

—Vine a ver a mis compañeros —aclaró el joven como quien explica lo obvio.

Brevemente se instaló el silencio. Rivero estaba sentado de piernas y brazos cruzados. Observó la puerta con gesto disgustado. Un pequeño zapateo indicaba su nervioso deseo de marcharse.

— ¿Se sabe algo? —preguntó Minutelli, en tono bajo y con una breve seña hacia la entrada a la enfermería.

—No —le contestó Rivero cortante, sin mirarlo. Se había acercado a su espacio personal más de lo aceptable.

Silencio, otra vez silencio. El silencio ofendido y sellador de Juan Rivero. El silencio cohibido y dudoso de Manuel Minutelli.

Este último contempla la puerta de la sala de emergencias con el semblante preocupado. Traga saliva y se muerde un labio. En cierto sentido, su mirada es aún la de un niño. Tiene ese brillo, esa fijadura en algo más allá de lo inmediato, propia de los soñadores.

—Lo siento —dijo Manuel de repente. Y, ante la sorpresa de su compañero, aclaró—: Perdón, por lo de hoy. No quería que terminara así.

—Ni que lo hubieras hecho vos mismo —comentó Juan por lo bajo, algo despectivo.

—No, pero lo permití. Tengo que asumir mi responsabilidad —aceptó, mirando hacia adelante.

Incluso sentado mantenía el rigor militar: los hombros rectos, el pecho inflado y la barbilla en alto. Juan miró su postura y solo vio una pose.

—En cualquier caso —prosiguió, encogiéndose de hombros—, no es asunto mío juzgarte. Sino de los generales. —No, pero es de suma importancia que entre los soldados no haya asperezas —se apresuró a decir.

—No es asunto mío —repitió Juan, marcándole cada silaba con dureza y volviendo a mirar al frente como si nada.

Manuel lo miró confundido. Se puso de pie frente a él para que no pudiera ignorarlo.

— ¿Cómo que no es asunto tuyo? ¿Y qué tal si un día esos conflictos personales nos impiden cooperar? ¿Tampoco te importa?

— ¿Qué sentido tiene preocuparme? Los de arriba van a hacer lo que quieran sin importar lo que digamos —respondió con voz lenta y cansina, también poniéndose de pie.

—Con ese pensamiento, es obvio que van a poder hacer lo que quieran —contravino Manuel con un dejo desesperado en la voz.

— ¿Y? —Juan hizo un gesto y desvió la mirada—. Como te digo, no es asunto mío.

Con gloria morir [Pausada indefinidamente]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora