Parte 1 Prologo

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Estaba amaneciendo, aunque el sol apenas asomaba por el horizonte y la mayoría de las crituras apenas comenzaban a agitarse en sus guaridas. El silencio era tal que se podía escuchar el suave crujir de las hojas, causado por un gorrión que se acomodaba en su nido en lo alto de un abeto, sin saber que un depredador se encontraba a apenas unas ramas de distancia:

El felino negro de patas blancas se estiró, desperezándose. Era consciente de que ese pájaro sería una captura fácil, pero estaba demasiado somnoliento como para escalar el árbol sólo por un misero bocado.

—Buenos días, Azabache—escuchó, y su atención pasó a su amigo, que estaba sentado a unas colas de distancia.

—Hola, Dentón—no necesitaba girarse para saber quién había hablado.

Por el rabillo del ojo vio como Dentón se sacudía el pelaje antes de acercarse a él.

—¿Qué vas a hacer hoy?— Azabache tuvo que contenerse para no hacer una mueca de desagrado cuando el hedor a pienso del aliento de su amigo lo rodeó.

—Lo de simpre...—maulló, saltando hasta lo alto de la cerca y dejando atrás a su amigo, que estaba tumbado boca-arriba—Y ya de paso cazaré algo.- añadió, hinchando el pecho orgulloso. Él era de los pocos gatos del barrio que no se alimentaba únicamente de pienso.

Dentón suspiró.

—Tenemos la comida de nuestros dueños, ¿enserio vas a cazar?

—Sí. ¡Y no llames a eso comida—contestó mientras abandonaba el jardín de un salto.

Dentón se encaramó a lo alto de la valla, justo donde Azabache estaba hacía apenas unos instantes. Aunque jamás lo admitiría le sorprendió que su viejo compañero de vida, con su redonda tripa y sus patas torpes, hubiera sido capaz de subir tan rápido.

—Veo que no puedes estar un suspiro sin verla—rio Dentón, agitando los bigotes. Después sacudió la cola a modo de despedida.—¡No tardes demasiado! ¡Y ten cuidado, ya sabes a qué me refiero!

Azabache asintió, aunque pensaba tardar lo que hiciera falta. Si fuera por él se pasaría la vida lejos de casa con tal de pasar más tiempo con Iris.

Echó a correr, al recordar las susves facciones de su amiga un hormigueo le recorrió las patas, y las ganas de verla aumentaron, si es que era posible. No tardó demasiado en encontrarla:

—¡Iris!—aulló, saltándo sobre su amiga plateada, que rodó por el suelo cuando las grandes zarpas blancas de Azabache aterrizaron en su lomo.

—¡Azabache!—ronroneó ella.

Ambos se frotaron, saludándose cariñosamente.

—¿Sabes qué?—preguntaron a la vez, y rieron.

Pero Azabache no podía esperar más. Llevaban sin verse demasiado, y tenía que contarle algo importsnte. Retrocedió un paso y buscó la mirada de Iris, que brillaba como nunca. Ella ladeó levemente la cabeza, intrigada ante la repentina actitud de su amigo.

–Voy a abandonar a mis dos patas—soltó al fin, sin poder ocultar su nerviosismo. —Viviremos juntos.

Los ojos de Iris se abrieron con asombro. Durante un momento Azabache temió que fuera a rechazarlo, que lo quisiera como un amigo cuando para él ella lo era todo, pero después la mirada de Iris se iluminó y un ronroneo brotó de lo profundo de su garganta.

—¿De verdad? Oh, Azabache, ¿lo haces por mi?

ÉL asintió mientras Iris frotaba ferozmente su cabeza contra su pecho contra su pecho. Azabache estaba seguro de que había escuchado su corazon agitadándose como un pájaro asustado, pero no se avergonzó. «Ella sabe lo mucho que la amo, estoy seguro. Y ella a mi también» Sus pensamientos sobre los dos corriendo juntos por el poblado, libres y felices, fueron interrumpidos cuando Iris habló:

—Oh... pues... yo... he tenido una idea.

Azabache se sentó y la miró a los ojos. La conocía demasiado bien, y sabía que lo que ella iba a decir no le iba a gustar. Aunque qué más daba, qué podía decir, iban a irse juntos, nada podía estropearlo ya.

—Quiero ir al bosque— Maulló ella, tras unos instantes de duda, aunque su voz era firme y su mirada no mostraba ni una pizca de miedo.

Azabache sintió como sus garras se hundían en la tierra, y su lomo se erizó levemente.

—Pero, ¿y los gatos salvajes?

—Quizá nos acepten... —Azabache abrió la boca, aunque no emitió sonido, se esperaba de todo menos eso. Iris prosiguió antes de que él pudiera quejarse.—Seremos una pareja allí, como siempre hemos querido

—Pero...—maulló Azabache, indeciso. No quería parecer débil, pero la realidad era que esa idea no le hacia nada de gracia. Dentón le había contado demasiadas historias aterradoras.

—Ven—Iris avanzó hasta un pequeño árbol que estaba creciendo, sacó las uñas y rasgó la superficie.—Ahora tú, encima.

Azabache dejo la marca de sus uñas sobre la de ella.

—¿Y ahora?— Preguntó. No entendía nada, pero el roce de su pelaje con el de ella lo tranquilizó.

—Está es la muestra de nuestra amistad. Para siempre.—dijo ella.— Siempre juntos. Donde sea. Y si no nos gusta el bosque, encontraremos nuestro lugar, ¿vale?

Azabache lo miró y asintió.

—Vale.

Iris no pudo contener una sonrisa, y le lamió la mejilla, agradecida. Azabache le devolvió el gesto. Aunque sentía temor, le admiraba la valentía de ella. No podía haber elegido una mejor compañera de vida, y debía estar a su nivel. «Son gatos, como nosotros, ¿qué puede pasar?» Trato de tranquilizarse. Además, el no era tan débil como Dentón y sus amigos, él sabía cazar y defenderse, y pensaba demostrarlo. «Nunca más me dirá que tenga cuidado, ahora los demás tendrán que tener cuidado conmigo, sobre todo si estoy con Iris. Voy a hacer que se sienta a salvo conmigo» Se dijo.

—y ahora, ¿vamos al bosque?

Iris echó a correr emocionada, sin esperar respuesta. Azabache suspiró, aunque su actitud aventurera y juvenil era parte de lo que le gustaba de ella: siemlre tan animada, siempre dispuesta a ser feliz por el más mínimo motivo.

la venganza de un felinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora