Capítulo 1: Escarabajos

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Hubo un tiempo en el que el campo y el poblado eran uno mismo, nadie recuerda qué tiempo fue exactamente...

Pero sí recuerdan el asombro que daba ver los lirios crecer pícaramente, ver el cesped cuchichear en las mañanas soleadas, cuando salían a pasear los viejos caracoles con su pinta de ser los más lentos del mundo, mientras los árboles animaban su propio entorno.

—Así es como se atrapa un escarabajo Annie, ¡acércate a ver!.

—¡¡No quiero!! ¡¡me dan miedo!!.

Y allí estaba Ánica, una pequeña niña con su mayor temor enfrente. Escarabajos de campo.

—¿No quieres? ¡te protegeré!.

—E~está bien.

Ella se acercó a la jaula donde se supone estarían las enormes y voladoras bestias, a primera vista no se lograba apreciar nada.

Pero entonces, el escarabajo saltó para aferrarse el cristal. La pequeña soltó un grito terrible, claramente intentó huir.

— ¡Ahh!.

— ¡Oye! ¡aplastas mis costillas, quítate de encima!.

Ánica se había exaltado tanto que terminó cayendo al cesped.

— ¡P~perdoname Edgar, no era mi intención!!.

Así es, ese pequeño niño tenía por nombre Edgar, quien era el mejor amigo de Ánica.

—¡No te disculpes, solo levántate!.

Ella sonreía mucho cuando pasaba tiempo con ese muchacho, tan solo siendo niños habían forjado una amistad muy bonita.

Ánica y Edgar solían hacer todo juntos, lo cual les traía problemas

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Ánica y Edgar solían hacer todo juntos, lo cual les traía problemas. No siempre llegaban a tiempo a su casa por jugar hasta muy tarde en el bosque, claro que a ninguno le gustaba se reprendido por sus padres pero ellos jamás entendían.
Las tardes junto a las cosechas eran maravillosas. Edgar y Ánica solían compartir el almuerzo ahí, los cuervos siempre los molestaban pero a ellos no les importaba. Edgar se quedaba viendo a las vacas por horas, mientras Ánica sólo bostezaba mirando. Así era su vida en la aldea.

—Oye Edgar, ¿cuándo me presentarás a ese amigo secreto que tienes? siempre te vas mucho tiempo cuando quieres estar con él.

En esa ocasión...la pequeña y su amigo se encontraban en un puente de madera, alimentaban a los patos del lago con migajas del pan que habían traído consigo. Los pies de Ánica colgaban de la madera que crugía.

—Oh, bueno, es que él es muy especial para mí, ¿sabes?. Es mucho mejor estar solos.

Siempre se le iluminaba la mirada a Edgar cuando mencionaban a su amigo secreto, cosa que hacía reír  mucho a Ánica.

Aquel gato y el Sadista II: Almas InocentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora