Prólogo | Nunca hubo tiempo de tregua

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     Una nueva jornada empezaba sobre las áridas tierras y el basto paisaje. El cielo evidenciaba las primeras señales de una nueva era. Montañas infértiles y sus bordes inconclusos podían apreciarse en el firmamento que acorralaba de manera agobiante el castillo principal y junto a ello la intromisión de algunas ramificaciones lánguidas de un torrente de aguas heladas... era el río Cócito. Su presencia podría interpretarse como una mueca ante el abrumante horizonte. En la ladera izquierda del castillo se encontraban ocho Akumas. Uno de ellos permanecía de pie, era el único con apariencia femenina. Los demás se situaban inclinados alrededor de aquél. Parecía que habían encontrado el momento oportuno para ejecutar un plan que durante mucho tiempo se cocinó a fuego lento. Una obra cargada de insidia escondida bajo la manga del Inicuo. En ese preciso instante, agazapada en la mente de sus secuaces,... un plan a punto de ejecutarse.

      —¿Ha llegado el momento que tanto hemos esperado? —preguntaba ansiosamente Belfegor.

     —Deberías mantener la calma. No es oportuno perder la compostura —contestó el Saketh, frunciendo el ceño.

     La Líder observó de reojo al primero que habló e ignoró por completo, con algún posible contacto visual, al otro.

     —Es ahora o nunca —replicó—. Durante todos estos años hemos planeado esto de tal forma que no tenga margen de error. El fracaso es inadmisible.

     —¿Por qué no nos damos prisa? —Añadió Leviatán—. Así veremos qué tan eficaz será nuestra obra magna. Sé muy bien que no podemos fracasar, pues todo está calculado... fríamente calculado.

     —Temo que lo mejor es no subestimar ni para bien ni para mal -añadió Asmodeo un tanto molesto.

      La Líder agitó con vehemencia el látigo que sostenía en su mano. Luego lo levantó. Las miradas de los subordinados siguieron la punta afilada del arma y, justo en ese instante, las pieles de todos soltaron un brillo tan fuerte que la escala de grises, rojos, y los escasos colores vívidos del lugar, quedaron opacados ante el brillo de los múltiples matices.

     —¡Es la luz... por fin volvemos a verla! —A pesar del molesto efecto que el brillo causaba a los ojos de todos los que estaban allí, era un momento de excitación. El significado de la luz era lo que hacía posible tanta felicidad.

     —No olviden que la orden de restricción, solo permite que sean enviados uno por uno —Recordó la Líder—. Exijo prudencia mientras estén allá afuera. Mantengan la calma. No llamen demasiado la atención.

      Los demás seres sobrenaturales interrumpieron sus labores para presenciar la ceremonia. Un sonido grave y ensordecedor se expandió mucho más allá de la cordillera de montañas rojizas y casi marchitas. En algunos de los camaradas era posible observar también una felicidad que costaba disimular mientras que en el rostro de los restantes se notaba no precisamente un entusiasmo. Todo lo contrario.... la gesticulación de unos pocos podría tomarse como una preocupación que no guardaba con recelo un posible ápice de victoria.

      —¡Yo seré quién inicie todo! ¡Sé que el jefe me elegirá a mí! —Sonó la voz singular de Mammón.

     —¡Eso está por verse! ¡Soy la mano derecha de la Líder! —agregó el Saketh. Sin previo aviso, de los ocho, uno empezó a desaparecer. De forma lenta, pero sin vacilar. Las cosas empezaban a ser más clara para todos... a algunos los tomó por sorpresa, mientras que el resto lo veían venir. Por lo que estaba sucediendo parecía que la Líder había optado por escoger la modalidad más compleja y tediosa de ejecutar la misión. El Primero fue quién abandonó a sus camaradas. No pasó mucho tiempo para que los espectadores empezaran a murmurar sobre aquello de lo que eran testigos; "¿Ha optado por el método de mayor rigurosidad?", "¿Fue una decisión tomada a la ligera?", eran interrogantes que deambulaban dentro de la cabeza de la mayoría. El movimiento ya estaba hecho.

      —¡¿Por qué rayos lo has enviado a él a iniciar?! —La querella de Saketh sonó con fuerza y arrogancia. Todos los demás bajaron la mirada y se mantuvieron en un silencio mortecino.

      La Líder dio un giro sobre sus pies. Sus ojos magenta perforaron la arrogancia del joven súbdito. Descargó el mango del látigo en la base que se ajustaba a su cintura y con pasos lentos, pero decididos, se acercó a aquél que reclamó. Estando en frente levantó la mano y casi de forma instantánea hizo caer la palma sobre la mejilla. El golpe lanzó al suelo al súbdito inconforme.

      —Vuelves a levantar la voz de esa forma y te aseguró que tus dientes se convertirán en el césped de dónde has caído —La frase de la Líder resonó en la cabeza de todos los que aún permanecían. Muchos empezaron a sentir que se generaba una sensación de pánico difícil de contener.

     Asmodeo estuvo a punto de ir a socorrer a su camarada. Saketh volvió a caer al suelo. Belfegor intentó levantarse para servir de apoyo a su camarada sobre el suelo pero se detuvo justo cuando la Líder tomó con ambas manos el látigo. El Belfegor bajó la cabeza. Se encogió de hombros y retomó su lugar. Saketh luchaba por levantarse y, justo ya casi de pie, de su boca empezó a brotar un hilo de sangre.

      La reunión se daba por terminada y hasta nueva orden. Deberían volverse a congregar cerca del recinto principal. Con el paso de las horas a cada uno de los Akumas les fue posible retomar sus puestos de control. No estaba permitido que sus funciones quedaran demasiado tiempo sin supervisión. Ellos tenían la voz de mando en muchas áreas del Infierno. Mientras el que había partido dejaba su cargo por el momento... uno de los jueces de los círculos del Infierno debía encargarse, apersonarse, con el aval de la Líder, para fungir como la autoridad de tal zona.

      Con los anteriormente reunidos en sus respectivas áreas y la Líder supervisando la tarea de cada uno de ellos, resultaba complicado que todo se saliera del orden en que debía mantenerse El Averno. Lo que había sucedido en el inicio de aquél día podría marcar un hito en la historia de la supuestamente frágil y desprotegida humanidad. El tercer asalto de una guerra que durante décadas se había mantenido en un letargo estaba a punto de retomarse. En esta ocasión la humanidad no estaba desprotegida pero sus herramientas para defenderse se estimaban que eran menos letales que la de sus enemigos. Un acontecimiento de proporciones bíblicas, estaba a punto de empezar y podría ser el detonante de un caos sin precedentes o por lo menos algo imposible de prever. Eran estragos inevitables que la humanidad esperaba... no en este instante sino mucho tiempo después.


[1] Seres sobrenaturales que provienen del Averno y están al servicio del Inicuo.

[2] Ángel caído que ejerce su dominio y gobierno en el Infierno.

Artilughia | Los Estigmas DefinitivosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora