4 | Advenimiento de tiempos difíciles

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     Empezaba a caer la media noche y Marco continuaba inconsciente tendido en el suelo perdido en un sueño placentero luego de la agotadora contienda espiritual. No fue sino un poco después de la una de la mañana cuando integrantes de Artilughia asaltaron el burdel.

     Entraron sin miramientos, sin solicitar permiso a nadie... los clientes pegaron el grito en el silencio al ver a varios jóvenes vestidos de chaqueta café con camisetas y jeans azul oscuro, caminando hacía la ladera izquierda del local. Al entrar a la habitación los jóvenes, que eran dos parejas de chicos y chicas, pudieron notar la peculiar escena. Los cuatro desviaron la mirada al instante, sintiendo pena ajena, al ver el cuerpo tendido de la trabajadora sexual. Con desgano, pero considerando que debían darse prisa, la ubicaron en la cama. Acto seguido cada uno tomo a Marco por una extremidad arrastrándolo hasta la salida. Cuando abandonaron la recámara, el propietario del negocio se les acerco iracundo, su cara estaba tan colorada, que daba la impresión de que en cualquier momento detonaría.

     —¿Creen que pueden hacer lo que les da la gana en propiedad privada? —Bastó una mirada fría por parte del chico de pelaje negro untado de laca y los ojos de tonalidad miel clara para que el enojo y las palabras resonantes terminaran en un breve silencio que se apoderó de la situación. —Pueden esperar una denuncia por lo que aquí acaba de suceder.

     Habiendo dado la espalda al indiscreto señor, la chica del cabello color rosa pálido y ojos azulosos, arrojó un fajo de billetes, que salió disparado sin previo aviso por encima de su hombro golpeando la cabeza carente de cabello del propietario que de manera inevitable hacía recordar un estacionamiento vehicular vacío. Los billetes rebotaron su frente y en un intento de evitar que cayeran al suelo, el propietario consiguió atraparlos en el aire.

     —Bueno... Esto puede cambiar muchas cosas —dijo el calvo propietario.

     La actividad de la Hermandad era algo conocido a lo largo y ancho del globo terráqueo pero se evitaba que los rumores y la proliferación de múltiples versiones respecto a los acontecimientos terminasen por perjudicar su imagen.

     Quienes socorrieron a Marco abandonaron el lugar, subiendo a una limusina Lincoln... De las pocas que frecuentemente se movilizaban en Chicago. Sin mucho afán, el alargado vehículo se puso en marcha y la calle volvió a quedar sola mientras un roció consolaba la ausencia de actividad humana.

     Más tarde, cuando el reloj marcaba un poco más allá del mediodía, el Bokushi aún continuaba tendido en el somier... descansando cuan roca fija en sendero. A eso de las cinco de la tarde, Marco abrió los ojos y miró a su alrededor, aun tirado sobre el colchón y la frazada. Le tomó unos cuantos segundos despertar por completo y ubicarse en tiempo y espacio. Se sentó de forma brusca en el somier, hizo un giro para conseguir ponerse de pie mientras se preguntaba cómo había llegado hasta su habitación...

     —Siempre me había preguntado cómo despertaba esta cosa horripilante—. Aseveró una voz suave y en tono de burla que cortó el compás del péndulo del reloj de piso.

     Marco se llevó la mano hasta la cara en señal de vergüenza mientras contemplaba a la joven de ojos grises y pelo castaño claro que caía hasta la mitad de su espalda. Lo que estaba sucediendo no era nada muy cómodo.

     —¿Quién te dio permiso para quedarte en mi habitación?

     —No es nada agradable ver como roncas y tiras patadas en la cama. Estoy aquí por órdenes estrictas del Maestro.

     —Existe la posibilidad de negarte a cumplir. No eres la única a quién nuestro superior designa para tales fines.

     —¿Por qué el Sr. Sitelli y la Srta. Satou, se demuestran cariño de esta forma? —Interrumpió la voz del segundo acompañante. Un niño de ojos color miel y blanco turbante.

Artilughia | Los Estigmas DefinitivosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora