1 | Tentation Square

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     Tentation Square, es uno de los burdeles más conocidos, de aquellos que se ubican en los suburbios de Chicago. La buena fama no era sólo producto de una publicidad copiosa pasada de boca en boca por sus propios clientes. También debía gran parte de ella a sus peculiares servicios: "No hay chicas con más experticia en el campo del placer carnal que las de Tentantion Square". Descripciones similares solían escucharse por parte de los hombres que visitaban el lugar. El administrador estaba convencido de que la clave del éxito en un tipo de negocio como el que dirigía estaba en no discriminar a nadie por ningún motivo. Si quién se acercaba tenía el dinero para costear su placer siempre sería bienvenido a dichos aposentos.

      La noche era joven. Las agujas del reloj, por mucho, deberían marcar eso de las ocho con cincuenta y tres minutos. La puerta del burdel fue abierta por uno de los dos hombres encargados de la seguridad. A través de ella ingresa un joven alto, atlético, vestido completamente de negro... de manera impecable. Portando un cuello muy similar al de aquellos quienes representan el clero pero dejando en vista una franja triangular de color azul cielo que reemplazaba la convencional cuadricula blanca. Su nombre era Marco Sitelli.

      —¿Qué hace aquí un Bokushi? —La pregunta asaltó a la mayoría de los presentes.

      El joven se había convertido en el centro de atención. Parecía que la música, el ruido de la tertulia y hasta la emoción de muchos por los bailes eróticos de las chicas en pasarela, se opacaron por completo. Un silencio incómodo empezó a experimentarse.

      El huésped empezó a entender lo que pasaba. Era de esperarse pero aun así nada le haría cambiar de parecer o arrepentirse de haber entrado. Sin vacilar caminó hasta la barra y se sentó en uno de los pocos espacios vacíos.

      —Deme un Vodka, por favor —el barman actuó con un poco de lentitud. Al igual que los demás nunca imaginó encontrarse con un Bokushi en un burdel. Tomando la botella, y sujetando en su otra mano el vaso de cristal, sirvió la bebida y la entrego luego de casi un minuto.

      —Dime muchacho, ¿Qué te trae por acá? —preguntó uno de los hombres que se encontraba al lado del joven.

     —Nuestra Hermandad, no comparte información de carácter confidencial con extraños.

     —Para poder avanzar, tendrás que confesar ¿qué trae, a alguien como tu, hasta este lugar?

     —¿Dónde está el encargado? —El señor se levantó, tambaleándose un poco, como consecuencia de haber tomado unas cuantas copas. Sacó del bolsillo la acreditación oficial que dejaba al descubierto su calidad como dueño y señor del establecimiento.

      El joven cerró los ojos y exhaló con fuerza. Luego de bajarse de la silla ubicó su brazo rodeando el cuello del casi ebrio señor, soportando el hedor y la presencia de un manto de vapor que antecedía su rostro, consecuencia de todo el alcohol etílico consumido. Mientras hablaban en un tono inaudible para los demás se alejaron de la barra. Tanto el barman como sus clientes no despegaban la mirada de la pareja. Entre gesticulación y un tiempo de mediar palabras, imposibles de escuchar, el rostro del propietario dibujó una expresión de asombró mientras la cara del joven endureció producto de lo que, a la distancia, parecía una justificación de su presencia. El dueño señaló con su dedo índice la entrada a uno de los corredores que conectaba un grupo de habitaciones destinadas al placer sexual, dejando ver una mano temblorosa y un repentino sudor copioso. El joven asintió con la cabeza, acarició de forma delicada su prolijo corte de pelo y desapareció por el pasillo.

      Las zancadas del Bokushi resonaban de punta a punta por el corredor. Aunque las manos del él estuvieran libres, sin sostener nada en particular, un brillo intermitente entrecortaba la oscuridad de la estreches entre las paredes, indicador inequívoco de que aquél a quien buscaba, se encontraba cerca. Nada más llegar al final del pasillo se encontró con un pequeño lobby cuyo confort reinaba ante todo lo demás. Las luces eran opacas y reducían la oportunidad de reconocer su objetivo. En realidad no tenía una descripción específica de él. Una intuición, poco frecuente en sí, le había conducido hasta allí.

Artilughia | Los Estigmas DefinitivosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora