Capítulo #2: Oscuridad

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A pesar de que se había transformado de un lobo a un humano, su hermano lucía ropa. No estaba desnudo, como normalmente sucedía en las películas. Tenía unos pantalones azules rasgados al final que le cubrían hasta la mitad de las piernas y una camisa a cuadros que le recordaba a las que usaban los leñadores.

Sin embargo, su cara al pronunciar su nombre no era muy característica de él.

—¿Quién? ¿De quién hablas? —preguntó, frunciendo al ceño al haber oído ese nombre tan extraño—¿Quién rayos es Osomatsu?Y entonces sonrió divertido con una mezcla extraña de burla también—¿En serio alguien puede llamarse así? Que ridículo...—soltó la carcajada, logrando hacer que se vieran sus afilados colmillos que asomaban en cada esquina de su boca.

Todomatsu se encogió aún más, sin saber que pensar o que decir. Ese lobo que ahora se había convertido en un chico lucía y hablaba como el mayor de todos sus hermanos, pero al parecer no lo era.

—¿C-Cuál es tu nombre, entonces...?—musitó, apenas audible, pero el contrario pudo escucharlo gracias a sus sentidos agudizados.

—¿Nombre? Los lobos solitarios no necesitamos un nombre. Basta con saber dónde cazar y encontrar buenas lobas para pasarla bien—dijo jocoso, recordando con placer la última vez que había tenido una diversión con una hembra de su especie—. Las manadas y las identidades solo son una pérdida de tiempo.

Todomatsu abrió grandes los ojos al oír sus palabras. Ya era bastante extraño estar dentro de un cuento como para que ahora no entendiera cómo iba la trama.

—Pero tú eres un humano, ¿verdad?—continuó hablando, viéndolo divertido—Por tu aroma puedo deducir que eres uno de esos tontos, aunque tú no luces como uno aburrido, sino que eres lindo y hasta hueles bien...—Empezó a decir, logrando que el menor se alarmara en cuanto sintió una de sus manos adentrarse peligrosamente bajo la falda de su vestido.

Fue ahí cuando recordó que conocía uno de sus puntos vulnerables y decidió darle un rodillazo a su pierna herida, logrando que se le quitara de encima y se pusiera a lloriquear agarrándose la zona golpeada.

—¡Au! ¡Auuuu!—aullaba de dolor ante el daño recibido por el contrario. A pesar de verse ahora como humano, Todomatsu pudo ver como una cola de lobo se enredaba entre sus piernas, como si estuviera escondiéndose o arrepintiéndose de lo que había hecho.

O al menos eso pensaba, antes de que aquel que llevaba la misma cara que su hermano lo mirara con odio y abriera sus voraces fauces mostrando sus grandes y -por lo que se veía- fuertes, además de relucientes colmillos.

Todomatsu no esperó ningún gruñido o intento de mordida: se echó a correr como si su vida dependiera de ella.

Bueno, así era en cierto modo.

Corrió todo lo que sus piernas le permitían, aprovechando que aquel hombre lobo o lo que fuera esa cosa no podría perseguirlo del mismo modo debido a su herida. Una parte de él le gritaba que abandonarlo en ese estado era dejarlo indefenso ante algún cazador o leñador, pero otra le continuaba diciendo, desde su lado más racional, que huir por ahora era lo más sensato.

Sobre todo si recordaba cómo había tocado su pierna bajo el vestido.

Había sentido la caricia, sí, pero también había sido capaz de percibir las garras que tenía en cada uno de sus dedos y que habían delineado con cuidado cada poro de su piel que había tenido al alcance.

Y algo le decía que no había querido comérselo. No literalmente, al menos.

Estaba corriendo con tanta exaltación que no se dio cuenta de que las raíces de un árbol estaban sobre la tierra, creando un arco perfecto, la trampa ideal para que él metiera uno de sus pies allí y tropezara cayendo de cara al suelo.

Con los colmillos en el cuelloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora