Todavía no te olvido | Emilio 'Charal' Orrantia

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 Miré mi móvil por 3043203 vez en el día, pero nada. No iba a pasar, por supuesto que no iba a pasar. No porque Emilio regresara a jugar a Ciudad de México significaba que me iba a llamar, que iba a volver a mi lado y que todo iba a ser como antes.
Debo admitir que me desilusionaba, me hacía sentir tan poca cosa el que no me buscara, me hacía sentir que no había significado para él más que algunas salidas de ocasión, una relación por accidente, una fan que estaba enamorada de él y a quien él le había hecho el favor de mirar por casualidad.
Aferré mi mochila para subir al Uber y dirigirme a la Universidad. Después de mis prácticas por la mañana en una importante empresa de la ciudad acudía a clases por la tarde a la UNAM, aunque aquel día sólo tenía una clase de Economía y Administración Avanzada, la cual me la pasé escuchando cómo Lalo y Gil, los dos chicos que se sentaban frente a mí charlaban sobre si el fichaje de Emilio era benéfico o no para el América. Como si me importara.

Aunque debo aceptar que sí me importaba un poco. O tal vez mucho.
Habíamos acordado dejarnos de vernos desde que él fichó por el Santos y se fue a Torreón, y debo decir que los primeros meses no fue tan difícil. Creo que todo se complicó cuando, después de casi un año fue cedido al Puebla y no me mandó ni un mensaje, ni una llamada, ni un triste inbox, nada. Me tuve que enterar por Ramiro, su amigo de toda la vida que estaba saliendo con una chica llamada Karla Posada, quien era hija de un reconocido empresario y accionista del equipo. Y ahí fue cuando todo se vino abajo, cuando me di cuenta que por más que lo negara me dolía haber terminado con él, y mucho más me dolía que él no me extrañara.
Caminé hacia el café que se encontraba saliendo de CU, esquivando a la gente que parecía una multitud en el camino y me senté en una solitaria mesa, pidiendo un Caramel Macchiato. Ni siquiera me molesté en sacar mi móvil de la bolsa, total, él no llamaría. Enzo, el mesero del lugar y con quien salí en un par de ocasiones dejó el vaso de café sobre la mesa, junto a él un agitador que yo acostumbraba usar como pajilla y un pedazo de pay de tortuga. Alcé mi rostro para verle, pues esto último yo no lo había pedido.
-Cortesía de la casa—me dijo, mostrándome esa deslumbrante sonrisa que seguido hacía que me preguntara por qué no era actor de telenovelas o algo así—¿Estás bien, Liz?—se sentó en la silla frente a mí, dejando la pequeña libretita donde apuntaba sus ordenes sobre la mesa.
-Sí—respondí secamente—lo siento, no soy buena compañía ahora, Enzo.
-Es por él, ¿verdad? Vi que fichó con el América. ¿No te ha llamado?—negué con la cabeza, incapaz de decir algo más sin que las lágrimas brotaran de mis ojos; él conocía toda la historia, y por eso ya no había
podido salir con él—Oh, Liz. Las cosas van a mejorar, te lo aseguro—me tendió una servilleta de papel y yo le dediqué una pequeña sonrisa agradecida justo cuando mis lágrimas comenzaron a salir—debo irme, ha llegado mi jefe. Llámame si necesitas algo—asentí y le dije un pequeño "adiós" con la mano, aquella que no sostenía la servilleta y me limpiaba las lágrimas.
Me sentía como una estúpida pero no podía parar de llorar, no podía parar de sentirme como me sentía. Por que todo lo que sentía era por él y para él, porque así había sido desde que lo besé aquella noche en la boda de uno de sus amigos, desde que me invitó a salir, o incluso antes: desde que lo vi por vez primera.
-¿Tan amargo está el café que ya te hizo llorar?—preguntó una voz conocida, haciéndome alzar la vista. Y entonces lo vi, estaba un poco más delgado, lo cual se acentuaba más gracias a su corte de cabello: ya no se veía como aquel chico alto y de fleco con el que salí alguna vez.
-¿Qué haces aquí?—le pregunté, tratando de recobrarme un poco.
-El tránsito es libre en CDMX hasta donde yo me quedé, ¿o no?—rodé los ojos ante su intento de sarcasmo—además, sabía que te encontraría aquí.
-¿Qué?
-Es tu lugar favorito. Siempre lo fue. Siempre me contabas que, cuando estabas estresada por las clases, cuando querías matar a un maestro o simplemente matar el tiempo venías aquí. También lo hacías cuando querías pensar en mí.
-Estás de broma, Emilio.
-Fiché por el América.
-Lo sé, tu cara está por toda la ciudad.
-¿Y ni siquiera así te dieron ganas de llamarme?—musitó, claramente ofendido.
-¿Y tú?—rebatí—¿Por qué debo ser yo la primera que te llama y te busca siempre? Ah sí, porque a ti te pega la novia—traté de sonar despreocupada, pero al escucharme sólo pude notar un tono dolido.
-¿Novia?—me miró sin entender—ah, ya. Ramiro te habló de Karla.
-¿Vino contigo?—pregunté, mirando por encima de su hombro—me gustaría conocerla, tal vez podría darle algunos consejos... para que sea para ti más de lo que yo fui alguna vez.
-¿De qué estás hablando, Lizbeth?
-Vamos, tú bien sabes de qué estoy hablando, fui tan poco para ti que me olvidaste apenas te fuiste a Torreón, fui mucho menos que poco para ti cuando llegaste a Puebla y en vez de buscarme te encontraste a otra novia...
-¡Tú fuiste la que terminó conmigo!—gritó, molesto.
-¡Terminamos de mutuo acuerdo!—rebatí.
-¡Yo no quería terminar contigo, maldita sea!—soltó. Y el mundo se me vino abajo.
-¿Qué? Pero... tú estuviste de acuerdo—le recordé, sin entender qué estaba pasando.
-Porque tú lo mencionaste. Si tú no lo hubieras sugerido... yo jamás te lo habría propuesto, Lizbeth. Para mi era tan fácil seguir viajando de Torreón a aquí para verte, pagarte los viajes para que me visitaras, pero esa tarde tú llegaste y me dijiste que querías terminar para que yo me fuera sin ninguna preocupación, para que me enfocara en mi carrera...creí que eso era lo que tú querías. Yo todavía no te olvido, Liz.
Y me quedé en silencio, mirando sus ojos graves, dolidos.
-Somos unos tontos, ¿no?—me miró y yo asentí, llorando en silencio. Sacó su cartera, dejó un billete de $500 sobre la mesa y me tomó de la mano, llevándome con él.

Se detuvo en un pequeño parque que estaba cruzando la acera, a unos 50 pasos de la cafetería. Me dio la espalda por un momento, sin soltarme la mano y sin decir nada, cuando de pronto se volteó hacia mi, con los ojos un poco rojos y acunó mi rostro entre sus manos, acercándose a mi.
-Maldita sea, Liz—musitó, chocando sus labios contra los míos, envolviéndome en un beso, un beso similar al que nos dimos aquella noche por vez primera—Qué tontos hemos sido. Hemos sido orgullosos, cobardes. Pero creo que llegó el momento de hacerle caso al corazón, ¿no crees?—me apartó un mechón del rostro, mientras yo asentía, mirándolo por entre mis lágrimas.
Y me abrazó como antes, como siempre, como nunca. Cómo sólo él, Emilio Orrantia, sabía hacerlo. Y así me dejé ir, embarcándome de nuevo en una muda promesa de amor que esta vez lucharía porque durara más.

Soundtrack:
Todavía no te olvido - Río Roma ft Carlos Rivera 

¿Cómo te va, mi amor? - Pandora

#One shoots futbolistasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora