| Primer latido |

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Hay alguien que me gusta. De la misma forma que me gustan los batidos de vainilla, los días cálidos y las sandalias con cinta. No es un gusto excesivo, o algo demasiado complicado. Solo es alguien que me gusta. Podría no gustarme mañana (incluso si mi gusto por esta persona se ha prolongado por diez años. Diez largos años). Las personas que lo saben no están de acuerdo conmigo. Ellos dicen que mi gusto hacia esa persona es algo más que solo eso, que estoy enamorada. ¿Mi respuesta?

Un suspiro suave, cerrar los ojos y entonces. Eso depende de la persona en cuestión. Ellos dicen que después de tanto tiempo mi flechazo hacia él debe de ser llamado amor. Pero eso no es más que mierda. Si yo sé, en mi corazón, que mis sentimientos no son lo suficientemente intensos para ser clasificados como amor, entonces no lo son, y nadie más que yo puede tener la razón sobre ellos.

Mis amigos se han reído, fuerte y prolongado, o se han quedado callados y decidido por ellos mismos que sus esfuerzos por hacerme confesar mis sentimientos son inútiles porque aún estoy en esa etapa conocida como negación.

Sea cual sea, pierdo en ambos casos.

La primavera de mi primer año como estudiante de preparatoria se hace presente entre susurros suaves del viento que atraviesa las ramas de los árboles de cerezo. Hay cierto aroma invernal aún en el aire que se cuela a través de la ventana de mi habitación y me pica la nariz provocando en mí un estornudo.

Observó mi cabello desordenado en el reflejo en el espejo. Siempre es una tarea difícil conseguir domar este desastre. Hoy no será diferente. Enjuago mi rostro con agua tibia antes de aliviar mi cuerpo; luego me coloco mi uniforme innecesariamente elegante con la falda negra tableada y está camisa azul que afortunadamente combina a la perfección con el azul de mi cabello; el saco blanco es lo más difícil, tengo que hacer esfuerzos sobre humanos para no ensuciarlo.

Cuando bajo a desayunar mi abuela está ahí esperándome con una sonrisa y un vaso de leche. Mientras tomo mis alimentos repaso mis apuntes sobre el periodo Yayoi en Japón para mi examen de Historia. Doy un trago enorme al jugo de naranja para terminarlo y entonces cierro mi libreta después de poner un separador en ella. Fuera el cielo comienza a iluminarse tan intensamente que las nubes no son suficientes para cubrir tal espectáculo.

Lavo mis platos en el fregadero con parsimonia, a su vez escucho el programa matutino que mi abuela siempre ve. Tarareo. Estoy tranquila. El timbre suena. Tomo mi mochila y luego doy un beso a la abuela diciéndole que me marcho. Ella dice algo sobre esforzarme y pasarla bien. Al abrir la puerta mis ojos se encuentran con una suave mirada carmesí.

En serio, por qué te empeñas en venir a buscarme cada día para ir al instituto.

No lo digo sin embargo, me limito a saludar con un buenos días mientras atravieso la reja de entrada al jardín de mi casa. Él me responde como cada día y comienza a avanzar con pasos que podrían ser flotantes por lo ligero que parecen. Su colonia cubre el aire de primavera reemplazándolo por un dulzor mentolado.

No es que me queje de tener compañía. No genuinamente al menos. Pero no lo entiendo. La persona a mi lado podría perfectamente ahorrarse el largo camino a la escuela usando uno de esos elegantes autos que sé tiene guardados en la cochera de su elegante casa y sin embargo él insiste en esto.

Nunca hablamos mientras caminamos. No demasiado. Soy una persona callada y él lo es también, pero por alguna razón los silencios entre nosotros nunca se han sentido incómodos.

A medio camino nos encontramos con una ruidosa belleza de cabellos negros. Se llama Kazunari Takao y es mi compañera de clase. Ella me guiña un ojo –rasgado desde que empezó a ahumarlo con sombras terrosas y a delinearlo a base de lápiz– con suficiencia, la falda tableada negra se ondula con el viento y las medias negras por arriba de las rodillas se tensan entre sus pasos. Su largo cabello negro lo lleva sujeto en una coleta simple y su aroma a cítricos es un poco dulce hoy.

—Hola preciosa — ella dice, aunque sé que ella es realmente la que luce preciosa. A diferencia suya yo aún luzco como una niña –sin grandes pechos y caderas pavoneántes.

—Buenos días — una sonrisa discreta y un asentimiento.

Ahora caminamos los tres juntos. Cuando Takao se nos une, los silencios dejan de existir y a cambio obtenemos una larga y resumida historia sobre lo que sea que le haya sucedido a lo largo de esta mañana. Ella siempre se interpone en el medio de nosotros. A veces demasiado lejos de mí y más cerca de lo necesario de él. No tiene la confianza suficiente como para enredar sus largos dedos en uno de sus brazos, pero poco falta para que lo haga.

Al llegar a la escuela tenemos que despedirnos, él tiene deberes como presidente del consejo estudiantil y nosotras debemos estar a tiempo en nuestra clase.

Le veo alejarse con los mismos pasos suaves. Su figura luce distorsionada para mí entre cada paso, como si no importase cuánto estirase mi mano, no habría forma de alcanzarlo.

Takao habla ahora sobre su madre y lo mucho que odia cuando ella llega a casa con uno de sus novios, el cual, pronostica, no pasará de tres semanas. Luego, antes de que pueda decir algo o dar algún consejo, cambia el tema a uno mucho menos serio.

Sé que no debo meterme en sus asuntos si ella no lo quiere, pero no puedo evitar preocuparme. A veces quisiera que confiase un poco más en mi y me dijera todas esas cosas que le hacen daño.

Miro la hora en mi teléfono. Aún es temprano. A causa de la indeseada –pero nada incomoda– compañía que obtengo camino a la escuela, siempre llego demasiado temprano. No me quejo. Pero hay días es lo que de verdad quisiera ser capaz de dormir cinco minutos más sin tener que preocuparme por dejar a alguien esperando.

Me pongo de pie y camino hacia la ventana. Quiero observar a los alumnos mientras llegan. Quiero observarlo a él desempeñando su labor como presidente del consejo estudiantil.

Ah... está latiendo muy rápido.

Aquí vamos. Está es la típica escena en la que el objeto de tu interés se hace presente ante ti y todo lo que puedes hacer es asombrarte por su perfección. Está ahí en la entrada, observando meticulosamente que todos cumplan de forma correcta con su uniforme; parado así me recuerda a uno de esos soldaditos de plomo que la abuela guarda en el sótano y que nunca me dejó tocar por miedo a que pudiera romperlos. Luce inalcanzable y admirable. Incluso cuando habla, a pesar de que no soy capaz de escucharlo desde esta distancia, sé que su voz es serena y respetuosa. Quiero hablarle. Quiero que me note. Quiero que se sorprenda de verme aquí, observándolo. Soy consciente de que soy una persona desesperada. Y duele, créanme. Pero duele aún más saber que él realmente no es capaz de notarme.

Supongo que en este punto la pregunta de qué es lo que veo en esta persona ha comenzado en tu cabeza. Déjame decirte algo en primer lugar. Él es un demonio bastante guapo (solo que nunca pensé en ello hasta que mis compañeras de clase y demás chicas en el instinto lo destacaron, después de todo no estoy interesada en él por su apariencia). Segundo. Él es bastante inteligente y educado al saber la diferencia entre un tu y un usted para referirse a cualquier clase de reino dentro de la biosfera. Es habilidoso en cualquier clase de cosa que se proponga, lo que recompensa su baja estatura en comparación a otros hombres. Si soy sincera, su altura es algo que me devasta, yo soy una persona pequeña también así que solo imagina lo difícil que será para nuestros hijos sobrevivir a un mundo plagado de burlas. Sería muy duro. Tercero. Él es un completo perfeccionista. Y alguien que, aunque sereno, no es del todo estable. Es algo así como bipolar. Y sin embargo, esos pocos defectos los compensa con su enorme lealtad y amabilidad, aún más con lo apasionado que es con todo aquello que realmente le interesa. ¿Qué como lo sé? Simple.

Probablemente no haya en el mundo persona que lo conozca mejor que yo. Sé cada uno de sus gustos y disgustos. Tanto así que soy capaz de reconocer cuando hay alguien a quien trata de modo especial. Alguien para quien tiene reservada toda esa amabilidad y lealtad (incluso si él no lo admite). Puedo decirlo sin temor a equivocarme, porque es así como Seijūrō Akashi, mi amigo de la infancia, trata a mí mejor amiga.

Tú, yo y el espacio entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora