Capítulo 4; El guía espiritual de Héctor (borrador sin editar).

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(¡Feliz Día de Muertos 2022! Todo esto lo escribí entre 2019 y principios del 2020. Lo comparto ahora como un presente del quinto aniversario de los acontecimientos de "Coco". ¡Sorpresa! Gracias, familia Rivera.)



Abrí los ojos y lo que pude ver no era mi habitación. No era mi entorno. No era mi cuerpo, ni mi alma. No era mi país.
Ni siquiera era mi tiempo.

Estaba observando un parque al mediodía, con un árbol enfrente a la izquierda, de forma redondeada y tronco fino. Más a mi izquierda había unos columpios agarrados a una barra de madera con aspecto de un gigantesco dintel ancho que llevaba muchos años ahí y empezaba a doblarse, astillada y sin lograr soportar el peso. Los asientos eran de metal basto y les ocurría lo mismo.
La arena que estaba pisando era de mala calidad, arcillosa y repleta de polvo. Me removí y se levantó, dejando una nube color ocre a su paso.
Frente a mí, ligeramente a la derecha, más cercana que el árbol, se encontraba Coco, arrodillada en el suelo de espaldas.

Fue entonces cuando me di cuenta de un hecho, al notar discurrir pensamientos y emociones hacia ella más intensos aún que los que yo experimentaba, realmente muy profundos. También ayudó a ello que Coco fuese mucho más joven.
Estaba en el cuerpo de Héctor, viviendo y viendo las cosas tal y como él lo hizo. Yo era una consciencia secundaria a él. Estábamos los tres (cuatro, si me contaba a mí misma como entidad separada) en 1921, en junio.
Apenas meses antes de que él cruzara el puente de cempasúchil en dirección a la Tierra de los Muertos.








–¡Mirad! Soy la reina de este castillo –yo capté entonces el pensamiento que tuvo Héctor en ese instante: "Se ve tan orgullosa como Imelda ya a esta edad". Su hija estaba sonriendo ampliamente con sus dientes de leche y sus ojos brillaban felices.

–Veamos si puedes reinar sobre esto...

































(Su fotografía familiar se la hicieron el penúltimo día, 30, de agosto del año 1920. Héctor tenía entonces veinte años; Coco, dos años y algo más de dos meses.)










































(Ese día se hicieron algunas imágenes más además de la que resultaría ser la fotografía familiar. Se colocaron primero en una posición distinta, por indicación del fotógrafo; Héctor estaba a la izquierda, Imelda a la derecha en la silla, sujetando a su misma altura a Coco en alto con su brazo unos centímetros a su derecha, visto desde el frente; cambiar porque lo narra Héctor. Escogieron allí mismo la que es porque a Imelda le gustaba más.)























«Qué sueño más maravilloso», pensó la mayor parte de mi mente instantes después de volver a mi realidad, en cuanto logré procesar lo que había estado pasando por mí, lo que había estado viendo y (en cierto modo) viviendo desde que me tumbé en mi cama.
«No ha sido solo un sueño», susurró mi alma a través de mi intuición al segundo siguiente, mientras me giraba y desperezaba, abriendo los ojos a un nuevo día, la primera jornada tras el Día de Muertos...
















































(Escrito desde mí, cambiar puesto que lo contaron ellos.)
Cuando volvieron a caminar por el puente aún angosto que lleva a mi casa, un pájaro de plumaje oscuro salió volando del tejado de una de las torres que formaban la mayor parte de las construcciones de la Tierra de los Muertos por ese entonces y, en cuanto se adentraron dos pasos más, les alcanzó con las pequeñas alas desplegadas al máximo, rápidamente.
Con su alegre canto sostuvo una nota aguda y se posó con una gracilidad firme en el hombro derecho de Héctor, agarrándose bien a él con sus garras. Él giró la cabeza y le entonó algunas notas, (...) que el ave repite confiada.

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⏰ Última actualización: Nov 01, 2022 ⏰

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