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- Por favor, deja de llorar - Susurraba un chico con acento español, quien intentaba tranquilizar a una niña a la que su grupo de amigos sin querer había golpeado en la cara con un balón.

Eduardo siempre había creído que el amor era cosas para niñas y maricas, y más si se trataba de amor a primera vista. Pero aquella adorable criatura delante suyo hacía que todas sus palabras se fueran por la borda.

La forma en la que ocultaba su ojo morado con sus pequeñas manos, los intentos desesperados por secar sus lágrimas y los adorables jadeos que soltaba reprimiendo el llanto provocaban un extraño cosquilleo en su estómago y un sentimiento de culpa.

- O-oye en serio, deja de llorar, v-vas a hacer que nos castiguen - Ese comentario no hizo más que aumentar las lágrimas de la pequeña, provocando que su contrario se ponga más nervioso de lo que ya estaba y haga lo primero que se le cruzó por la mente, envolverla en un abrazo. Lo único que se oyó fue un jadeo en unísono por parte del grupo de niños en el fondo.

La menor sólo se sorprendió ante el repentino acto, pero al intentar corresponderle el abrazo al más grande, éste se separó rápidamente.

- Ya vete a hacer tus cosas de niña y ten cuidado, la próxima que te golpeemos con un balón no me detendré para preguntarte si estás bien - Pese a lo real que podía sonar su tono, él mentía.

...

El día había seguido con naturalidad, al grupo sólo se les dio una advertencia y Eduardo no volvió a ver a la "niña de pelo extraño", como él le decía.

Las clases habían terminado, y el español estaba volviendo para su casa, pero se detuvo abruptamente al oír unos rápidos pasos detrás de él. Ni bien se dio vuelta para ver de qué se trataba sintió unos pequeños brazos envueltos en su cintura.

- Gracias por preocuparte -

Dulce | EduardoLaurelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora