Un Propósito

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El día siguiente hube de despertarme temprano pues las oficinas del cuartel se hallaban hasta el lado sur de la ciudad y cerraban alrededor de las 12 del mediodía. Al carecer de automóvil debía ingeniarme la manera de llegar ahí caminando dado que ningún camión pasaba por ese lugar. Salí de mi apartamento y tomé un camión que me acercara al sur de la ciudad, cerca de la terminal de camiones. Una vez ahí caminé bajo el sol abrasador del verano. Pasé por colonias de bajos recursos y bien no se acababa la cuadra ya me encontraba frente a casas de lujo también. Así caminé unos diez kilómetros hasta llegar al cuartel. De pronto me sentí sumamente inseguro, no sabía cómo llegar, no conocía nada del proceso, mas ya había llegado hasta ahí y no podía retroceder pues había ido únicamente con esa meta. Así pues, atravesé la puerta y hablé con el primer encargado que vi, me explicó el proceso, firmé un par de papeles y de pronto ya estaba en el ejército, ni siquiera importó que fuera muy viejo o que no tuviese experiencia real con las armas. Me preguntaron si podía entrenar ese mismo día y accedí, cuando menos lo pensé ya tenía un rifle en mis manos.

El entrenamiento era duro, pero no tan inclemente como siempre se nos hacía pensar. Pasaron un par de semanas si acaso y ya me hallaba patrullando las calles de la ciudad en la caja de una troca, con mi impresionante FX-05 Xiuhcóatl, apuntando directamente a las calles. Me explicaron los generales que era un arma mexicana que sustituiría a la H&K G3 alemana debido a su bajo costo. Fungía como los militares que me habían "inspirado" en primer lugar, si es que la resignación podía considerarse inspiración. Así pasaron un par de semana si acaso cuando me transfirieron al kilómetro 31 hacia la carretera hacia ciudad Cuahtémoc. Aquí es donde mi vida tuvo un giro y no fui nunca más un simple espectador de la violencia en mi tierra.

Un día mientras revisamos en las aduanas en el kilómetro 31 de la carretera entre Chihuahua y Cuahtémoc llegó un automóvil de una familia que no llamaba la atención en absoluto, era conducido por un hombre de la mediana edad, con barba copiosa y el cabello arreglado con un peinado estilo Benito Juárez, en el asiento del copiloto se hallaba una mujer de quizá unos 27 años, con un cabello rubio que se me antojaba artificial, detrás de ellos venía una niña de no más de 10 años, a su diestra un niño que no podía ser mucho menor. No había nada extraordinario ahí, no obstante, los detuvimos para registrarlos. En realidad, fue algo aleatorio, o al menos eso me disponía a hacer yo como es que hacíamos para no tener que registrar todos los vehículos que pasaban, cuando mi compañero Carlos Villagrán se acercó al hombre tras el volante, regresó con un fajo de billetes y dejo pasar al automóvil. No hacía falta le preguntase qué había sucedido, había habido mordida de por medio y el hombre había pasado impune. No eran tan inocentes después de todo.

A pesar de lo sucedido, no estaba seguro de si fue Carlos quien los había extorsionado o si el hombre había sobornado a Charly para que lo dejase pasar. Podía ser un peligroso delincuente y lo único que nosotros hacíamos al respecto era enriquecernos de aquel dinero. Esa era la realidad, jamás fui un idealista ingenuo que lo ignorara, pero había que decirlo (o al menos pensarlo dado que no me atrevería jamás a mencionarlo) nos enriquecíamos del dinero que a tantos les había costado la vida. En realidad, yo aún no tomaba sobornos, pero no tardé en ser convencido de lo merecidos que eran. Trabajábamos demasiado tiempo en esos yermos de las carreteras de Chihuahua, estábamos alienados, solos en la infinitud del desierto chihuahuense con una Five-Seven en la cadera y el ya mencionado fusil de asalto FX-05 en la espalda. Ni hablar de lo que ganábamos, en los cuarteles nos alimentaban apenas, desde luego la comida que nos facilitaban no era suficiente para el esfuerzo requerido para nuestro demandante trabajo físico, por lo que no sólo me convencí de tomar dichas "ayudas" sino que las sentí más merecidas que mi propio salario, más fundamentales en mi trabajo como las propinas de un mesero. No sin haber rechazado algunas primero, cosa que claramente me puso en peligro, hasta que, con cierta culpabilidad, que cada vez se esfumaba más, terminé iniciando el inevitable proceso de la corrupción.

El Centauro Del NorteWhere stories live. Discover now