Una Resolución

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Para la mañana del día siguiente llegó un convoy de gendarmes federales, vinieron en busca mía, habían pagado un "rescate". Me llevaron al hospital y me internaron ahí un par de días, mi cuerpo estaba débil y esquelético, casi parecía recién salido del Gulag. Temía que durante mi estancia ahí algo pudiese sucederle a Karina, no había incumplido en la suerte de trato que había hecho con la mafia chihuahuense, pero me intranquilizaba la falta de entrañas de esos hombres y siempre esperaba que pudiesen hacer lo peor, ¿Hombres sin entrañas? ¿Quién era yo para juzgarlo? No era nadie, había asesinado también en el curso de mi corta vida militar, ¡Un par de semanas ahí y creo que ya llevaba al menos diez personas en mi libreta negra! Claro que para mí era un deber y para ellos simple orgullo, simple ego. Ellos mataban por dinero y yo por mi país. No, realmente sabía que entre ellos y yo no había diferencia alguna, la única diferencia es que ellos eran una figura de poder y yo tan sólo una marioneta de un gobierno corrupto, y aun siendo así, no dejaba de sentir que ellos eran peores que yo, que de alguna forma podían ser más malvados de lo que yo llegaría a ser jamás.

Por eso mismo debía apresurarme a recuperarme para terminar con esta locura y asegurarme de la salud y seguridad de Karina. Conforme pasaban los días más crecía mi preocupación, lo que perjudicaba mi recuperación, lo que más me atormentaba es que cada vez parecía que lo que me angustiaba más no era realmente la seguridad de ella sino el temor de que fuese abusada, de que alguien más estuviera con ella antes de mí, aun cuando sabía que quizá yo nunca podría estar con ella. Sentía que había hecho para merecérmela, sentía que debía pertenecerme, ¿Cómo podía ser posible que por medio de la violencia alguien más pudiera arrebatarme eso? ¡No! ¿Cómo podía pensar así? ¡Era su vida lo que importaba! Debía atacar primero yo antes de que cualquier cosa pudiera sucedernos. Debía recuperarme cuanto antes, finalmente tenía algo que hacer antes de morir.

Finalmente llegó el alta y pude volver a casa una noche antes de volver a la comandancia y poner en marcha el nuevo trabajo que se me había encomendado. Debía tener bajo perfil, así que como era costumbre en mí decidí tomar el autobús. Me recosté para descansar un poco en mi asiento, eran las siete de la mañana y para mi fortuna había asientos vacíos en la parte trasera del vehículo. Mi oído ardía como si una aguja se hallara perforándolo. Cuando llegué a mi apartamento me recosté, trataba de llorar, pero las lágrimas no emanaban de mis cuencas oculares. Quería oír la voz de Karina por lo menos una vez más, pero sabía que sería un peligro contactarme con ella... Pero no importaba, si las cosas salían según lo planeado, quizá no volvería a verla, así que decidí visitarla. Para ello me deshice de mi teléfono, compré una chaqueta con capucha, unos pantalones y unos zapatos que sólo usaría en esa ocasión, recorrí la calle más transitada cercana al hogar de Karina, dando vueltas numerosas veces para perder el rastro de mis posibles perseguidores. Siempre palpando la Five-Seven en el bolsillo de mi chaqueta. En una de mis numerosas vueltas vi que iba saliendo de su casa y se encontró con un hombre en la calle. Quería acercarme a ella cuanto antes cuando de pronto vi que el hombre entró con ella a su casa y cerraron la puerta precipitadamente.

Yo me angustié profundamente, ¿Podía ser el Cártel o era...? No, ¡No era posible! Así que en un impulso de vesania escalé la pared de su edificio y los vi por la ventana. Se estaban besando. Apunté al hombre con mi pistola mientras yo gemía de dolor y lloraba. Ya no importaba, acabaría con esta locura cuánto antes. 

El Centauro Del NorteWhere stories live. Discover now