Croyd se despertó en junio para descubrir que su madre estaba en un sanatorio, su hermano se había graduado en el instituto, su hermana se había prometido y él tenía el poder de modular su voz de tal manera que podía destrozar o alterar virtualmente cualquier cosa una vez que hubiera determinado la frecuencia adecuada mediante una especie de juego de resonancias que no podía explicar con palabras.
Además, era alto, delgado, de pelo oscuro, cetrino y los dedos que le faltaban se habían regenerado. En previsión del día en que estaría solo, habló con Bentley una vez más para que organizara un gran trabajo para su período de vigilia y que lo acabaran rápido, antes de que la somnolencia le invadiera. Había resuelto no tomar pastillas de nuevo al recordar la atmósfera de pesadilla que había impregnado los últimos días la vez anterior.
Esta vez prestó incluso más atención a la planificación e hizo mejores preguntas mientras Bentley fumaba sin parar desgranando toda una serie de detalles. La pérdida de sus padres y el inminente matrimonio de su hermana le había llevado a reflexionar sobre la transitoriedad de las relaciones humanas y a darse cuenta de que Bentley no siempre estaría cerca.
Era capaz de alterar el sistema de alarma y dañar la puerta de la cámara acorazada del banco lo suficiente para permitir el acceso, aunque no había contado con destrozar todas las ventanas en un radio de tres manzanas mientras buscaba la frecuencia adecuada. Aun así, logró escapar con una gran cantidad de efectivo. Esta vez alquiló una caja de seguridad en un banco en la otra punta de la ciudad en la que dejó casi toda su parte. En cierta manera, le había molestado el hecho de que su hermano condujera un coche nuevo.
Alquiló habitaciones en el Village, Midtown, Morningside Heights, en el Upper East Side y en
Bowery pagando un año por adelantado. Llevaba las llaves en una cadena alrededor del cuello junto con la de la caja de seguridad. Quería lugares a los que pudiera llegar rápidamente, sin importar donde estuviera, cuando el sueño le invadiera. Dos de los apartamentos estaban amueblados; los otros cuatro los equipó con catres y radios. Tenía prisa y podía ocuparse de otras comodidades más adelante. Se había despertado consciente de varios acontecimientos que se habían revelado en su sueño más reciente, y sólo podía atribuirlo a una asimilación inconsciente de los noticiarios de la radio, que había dejado encendida esta última vez. Decidió seguir con esa práctica.
Tardó tres días en localizar, alquilar y equipar sus nuevos refugios. El de Bowery fue el último.
Buscó a John, se dio a conocer y cenó con él. Las historias que oyó entonces acerca de una banda de acosadores de jokers le deprimieron, y cuando el hambre y el frío y la somnolencia le invadieron aquel atardecer se tomó una pastilla para poder estar despierto y patrullar la zona. Sólo una o dos, decidió, apenas importarían.
Los acosadores no aparecieron aquella noche, pero Croyd estaba deprimido por la posibilidad de poder despertar como joker la próxima vez. Así que se tomó dos pastillas más con el desayuno para retrasar las cosas un poco y decidió amueblar su cuartel local en el ataque de energía que experimentó a continuación. Aquella noche se tomó tres más para una última noche en la ciudad y la canción que cantó mientras caminaba por la calle Cuarenta y Dos, rompiendo ventanas edificio a edificio, hizo que los perros aullaran en varios kilómetros a la redonda y despertó a dos jokers y un as dotados de un oído de frecuencia ultra alta. Orejas de Murciélago Brannigan —que expiró dos semanas después bajo una estatua que le lanzó Músculos Vincenzi el día que la policía de Nueva York lo derribó a tiros— salió a buscarle para hacerle pagar por su dolor de cabeza y acabó invitándole a varias bebidas y pidiéndole una versión suave en frecuencia ultra alta de Galway Bay.
La tarde siguiente en Broadway, Croyd respondió a los insultos de un taxista sometiendo a su vehículo a una serie de vibraciones hasta que se cayó a pedazos. Después, mientras estaba en ello, dirigió la fuerza sobre todos los demás que habían demostrado ser sus enemigos haciendo sonar sus cláxones. No fue hasta entonces, cuando el consiguiente rugido del tráfico le evocó el que había fuera de la escuela en aquel primer Día Wild Card, que se dio media vuelta y huyó.