Entra en la cafetería y finalmente respira tranquilo. El aire que hasta hace diez segundos estaba calándose en sus huesos y enviando escalofríos por todo su cuerpo ahora es reemplazado por un calor acogedor que le permite a Gerard sacar sus congeladas manos de sus bolsillos y mover el cabello de su rostro.
Descubre su rostro de la bufanda e inspira el fuerte aroma a café, ya sintiéndose como en casa. A esta hora del día la cafetería se llena de gente que acaba de salir del trabajo, y la tenue luz amarilla contrastando con las rojas paredes crea una sensación de calma a pesar del incesante ruido de múltiples conversaciones ocurriendo al mismo tiempo que llena el lugar.
Gerard siempre pensó en que algún día debería preguntar por el decorador de ambiente para felicitarlo por el excelente trabajo que logró creando un espacio tan confortable en el que incluso alguien tan asocial como Gerard se siente cómodo rodeado de tanta gente.
Camina sin apuro hacia el mostrador y mira a la tabla que muestra todas las bebidas que el lugar ofrece a pesar de que siempre ordena lo mismo:
–Un café negro, por favor –pide sin dejar de mirar la tabla, preguntándose a sí mismo si algún día va a salir de la rutina y ordenar algo extravagante como un Frappucino de dulce de leche, lo que quiera que sea eso.
Pero el día es frío y Gerard todavía siente secuelas del frío en su cuerpo además de un abrumador sueño por quedarse toda la noche despierto en vez de dormir antes de un examen tan importante como el que tuvo hoy, así que necesita un café fuerte y amargo que le despierte los sentidos así puede concentrarse en revisar los apuntes de la clase de cálculo.
–¿Algo para comer?Gerard frunce el ceño, esa no es una voz que él reconozca, y eso que él viene casi todos los días. Finalmente despega la vista del cartel y mira al barista que lo mira expectante.
El primer pensamiento que atraviesa su cabeza es ¿Cómo permiten que un chico con tantos piercings y tatuajes trabaje aquí?
–No –responde simplemente, cejas alzadas y labio inferior expuesto.
El chico asiente y presiona la pantalla, indicándole el costo del café a Gerard (aunque él ya lo sabe) y esperando a que el ticket se imprima.
–¿Tu nombre?
–Gerard.El barista asiente y escribe el nombre en el vaso de plástico, arrancando el ticket de la máquina y entregándoselo a Gerard al mismo tiempo que recibe el dinero y lo guarda en la caja.
Gerard se mueve para un lado pero sus ojos no se despegan del nuevo barista que sigue tomando órdenes y escribiendo en vasos. Gerard observa que cuando alguien pide una orden específicamente difícil, el chico muerde el piercing en su labio y lo hace girar con la lengua, lo que, según la opinión de Gerard, debería ser ilegal.
La tenue luz ilumina su rostro y las sombras que genera con el movimiento resaltan sus facciones, su quijada que se ve suave cuando baja la mirada a la pantalla o los vasos pero se marca con firmeza cuando alza la mirada para mirar a la gente; sus ojos se ven aburridos, escuchando a la gente pero sin prestarle atención realmente; sus labios no son tan rellenos como Gerard preferiría, y se ven aún más finos ahora que están presionados en una fina línea.
Gerard baja la mirada a su cuello y observa que detrás del alto cuello de la camisa se esconde el principio del tatuaje de una tijera, y detrás de su oreja otro que no puede llegar a distinguir.
El café finalmente está listo y el barista toma el vaso y vuelve a leer el nombre, Gerard extiende la mano y lo toma, tocando por un breve momento sus también tatuados dedos y sintiendo el contraste de sus fríos dedos contra el calor de los del barista.