¿De qué está hecha el agua?

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 Cuando vi las advertencias en la televisión, aseguré mi puerta de inmediato e hice una barricada con la mesa del comedor. Podía escuchar a las personas de los demás apartamentos haciendo lo mismo. Corrí a las ventanas y las cerré. No iba a entrar nada durante mi guardia.

Mi hija salió caminando de su habitación, frotándose los ojos, somnolienta.

—¿Qué estás haciendo, papi?

Se veía tan inocente con su pequeño pijama rosa. Mi corazón se llenó de apreciación. La recogí en mis brazos y besé su frente.

—No te preocupes, cariño. Papi hará que todo esté bien.

La televisión permanecía encendida. Un hombre con manos temblorosas leía desde un teleprónter.

«Pónganle seguro a sus puertas y ventanas. Ellos pueden entrar por medio de cualquier abertura. No abran la puerta en ninguna circunstancia. Les mentirán, pero no les crean. La Guardia Nacional recomienda que usen tapones para oídos o audífonos».

Mi hija se aferró a mi brazo con más fuerza. Su largo cabello rubio se me metió en la boca. Me lo limpié y la besé de nuevo.

—Ve a dormir, Eva —le dije suavemente.

Ella me vio con grandes ojos azules.

—Tengo mucho miedo, papi.

—Bueno. Pero vas a estar usando audífonos, ¿está bien? No necesitas escuchar la tele.

Agarré mi iPad y cargué un programa infantil. Eva se acomodó al otro lado de la habitación con los audífonos puestos. Mis ojos seguían pegados al televisor.

Ahora el hombre estaba sudando:

«Las autoridades dicen que están yendo detrás de todo aquel en un radio de 80 kilómetros de la zona del impacto. No tenemos claro qué es lo que son. No es ningún animal que haya sido visto antes. Es posible que provengan de sea lo que sea que causó la explosión. Se ven como humanos».

—¿De qué está hecha el agua?

Giré mi cabeza y vi a Eva con uno de sus audífonos por fuera. Me costó responder.

—¿A... A qué te refieres, cariño?

Se acarició el cabello.

—El agua. ¿De qué está hecha?

—Está hecha de agua. Solo agua. —Me di la vuelta para regresar la mirada al televisor, pero Eva comenzó a arrastrarse hacia mí. Su cuerpo pequeño se deslizaba a lo largo del piso de madera.

—No, tiene cosas más pequeñas adentro. Moldícules.

—¿Las moléculas? —Se metió en mi regazo. Acarició mi mejilla con su mano pálida. Me sentí extraño. Con voz atemorizada, respondí—: Hidrógeno y oxígeno. ¿Hablaron de ellas en tu programa?

—Sí, papi —dijo, lentamente—. Pero estás equivocado. Son dos hidrógenos. Dos. —Sostuvo dos dedos contra mi brazo.

Mis ojos se desviaron de nuevo hacia el televisor. El hombre y la mujer estaban menos ansiosos ahora. El hombre alzó la voz:

«Las autoridades dicen que toman la forma de seres humanos. Puede que incluso creas que los conoces».

La mujer rio irregularmente.

«No, no tienen esa forma. Nada que ver. ¿No lo recuerdas, cariño?».

Él la miró, sonriendo.

«Tienes razón, cariño».

Bajé la mirada hacia mi hija. Su piel blanca resplandecía sobre mi piel oscura. El contraste era cegador. ¿Por qué tenía piel tan blanca? ¿Por qué se me seguía metiendo su cabello a la boca? Su cabello rubio...

Aterrorizado, agarré su figura pequeña y la tiré por la habitación, contra la pared. Escuché un crujido. Su hombro se dislocó y su codo se torció en sentido contrario. Un hueso manó de su pecho, estirando su piel hacia afuera. Se le escapó un quejido leve. En la oscuridad, me di cuenta de que su tez no era blanca. Era de color caramelo. Debió de haber sido la luz del televisor lo que la hizo verse blanca.

Alguien tocó la puerta. Su voz era afable.

—¡Cariño, ya llegué! Mis llaves no funcionan, por algún motivo.

Me puse de pie, retrocediendo. Eva derramaba sangre por la comisura de sus labios. Había dejado de llorar. La cosa de afuera tocó de nuevo.

—¡Ábreme, cariño!

El golpeteo se hizo más ruidoso.

—¡ABRE LA PUERTA, CARIÑO!

Eva dejó de respirar. Contuve mi aliento. Podía escuchar las puertas de los demás apartamentos abriéndose. Le siguieron gritos. El hombre en la televisión había sido devorado a medias por su copresentadora.

El programa de Eva seguía reproduciéndose, mostrando la tabla periódica. Un pez danzaba el tango con dos hidrógenos y un oxígeno.

Historias de Misterio - Fantasmas no, solo el hombre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora