La vacante

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Ana estaba sentada en el retrete del piso de Mimi Doblas. La bailarina. Aquella mujer rubia, alta, esbelta y de unos ojos verdes que quitaban la respiración. No podía creer en todo lo que había hecho para que aquella bailarina estuviera en su equipo. Estar en aquel cuarto de baño diminuto le recordó al piso de María, su gran amiga de la época universitaria. Aquellos días primaverales en Madrid le hacían pensar mucho en La Laguna y en el característico frío que casi todo el año recorría sus calles, en los chocolates con churros a las seis de la mañana después de pasar la noche recorriendo bares —sus amigos nunca entendieron que prefiriera el chocolate sin mezclar nada más—, en las parrandas donde desgastaba la voz hasta las tantas de la noche...

¡Eres una puta egoísta de mierda, Miriam!

El grito atravesó la puerta y sacó a Ana de sus cavilaciones. Se quedó mirando hacia la madera de la puerta y solo pudo escuchar voces apagadas que seguramente estaban llenas de reproches, pero no pudo distinguir lo que se decían. Aunque... un momento, ¿el ex de Mimi era una mujer? Por una razón que no entendió se sintió súbitamente nerviosa. Se acercó a la puerta y trató de escuchar la conversación, pero su mente se fue a otro sitio: a la valoración de las pruebas del casting. ¿Será que Vicky sabía que a Mimi le gustaban las mujeres y por eso estaba tan molesta por el maldito beso? Ana estuvo muy tentada de comerle los morros a cada una de las bailarinas que hizo la prueba. Lo habría hecho si hubiera sabido la jugarreta que le haría Vicky para que dudaran de la valía de Mimi como bailarina.

Ana lo hubiese aceptado como muchas otras decisiones sobre Aitana War con las que no estuvo de acuerdo de no ser por aquella bailarina que eligieron en lugar de Mimi, y con la que pilló a Vicky enrollándose en las duchas del vestuario. Podría haberlas delatado, a la directiva de la discográfica y de la gira no les haría ninguna gracia esos enredos con una gira tan importante a la vuelta de la esquina. Pero Ana no era así, no tenía el temple para hacerlo. Ni siquiera fue capaz de contarle lo que estaba pasando a Aitana.

Nada de lo que pasó después habría ocurrido de no ser por aquel encuentro en los pasillos con Mireya. La granadina hablaba con alguien por teléfono y Ana no la estaba escuchando hasta que de aquellos labios salieron el nombre de Mimi.

La puerta del baño se abrió de repente.

—¡Puta! —exclamó Ana cuando la madera la golpeó de lleno en la boca. Lo dijo demasiado alto.

—¿Cómo dices, Mimi? —dijo la ex al otro lado de la puerta. Ana se quería morir.

—¡Nada! —le respondió Mimi, dando un portazo.

Ana se pegó a la pared, con las manos en la boca. Miró en silencio a Mimi, con lágrimas asomando en los ojos, sin atreverse siquiera a respirar y con un dolor pulsátil por toda la boca. Mimi tenía la mano apoyada sobre la puerta y la estaba mirando fijamente. Tenía sus preciosos ojos verdes enrojecidos y no le hizo falta ver ningún rastro de lágrimas para saber que había estado llorando, o al menos no le faltaban ganas.

—¿Ana, estás bien?

Mimi se acercó entonces. La tomó de las manos para apartarlas y mirar si le había hecho demasiado daño. La agarró de la cara con tanto cuidado que Ana se sintió mil veces más culpable por toda la situación que había generado por el puñetero beso. Nadie se lo había asegurado, pero ella sabía que era la razón por la que aquella bailarina con talento de sobra se había quedado fuera. Su culpa.

—Tranquila, soy un imán para los golpes. —Ana intentó reírse, pero ver la carita desolada de Mimi y cómo la acariciaba con tanta ternura le estaba provocando convulsiones en el corazón.

—Cariño, se te está hinchando la boca... Joder, es lo que faltaba... Lo siento. Lo siento...

Y Ana le agarró de las manos y la miró muy seriamente.

—Mimi, no te disculpes. No pasa nada. De hecho, todo esto es culpa mía.

Mimi no supo cuanta verdad había en sus palabras, aunque igualmente no las aceptó. Rehuyó del contacto de Ana y se fue al lavabo. Allí empezó a echarse agua en la cara mientras Ana continuó pegada contra la pared del baño sin saber qué decir.

—Esto es una mierda muy gorda —empezó a decir de pronto Mimi—. Mi vida es un puto caos...

Se le enredaron las emociones en la garganta y aquel peso culpable era cada vez mayor en su pecho. Qué egoísta había sido con toda la situación, no había tenido en cuenta que aquella mujer podría tener sus propios problemas. Y ya estaba a punto de contarle la verdad de todo, de arrodillarse para clamar su perdón, cuando Mimi se dio la vuelta y la miró con gotas de agua escurriéndole por la cara. Ana no sabía si todo era agua o lo hizo para ocultar sus lágrimas, pero sonó tan desesperada que le fue imposible negarse cuando le dijo:

—Por favor, sácame de aquí.

Ana la agarró de la mano, abrió la puerta del baño y asomó la cabeza. No había nadie en la sala e intuyó que la ex de Mimi estaba haciendo algo dentro de la habitación de esta, pues la puerta estaba abierta. Ahora o nunca. Salió, decida, llevando a rastras a Mimi, pero antes de llegar a la puerta de salida, esta la detuvo.

—Espera... —Ana la miró con expectación—. Mejor vete.

—¿Qué dices?

—Ana, lo siento, de verdad... Yo en verdad no valgo para esto y...

—Cállate la boca. No he venido hasta aquí y me has estampado una puerta en la cara para irme con las manos vacías, señorita.

Y en ese momento, una tercera voz se unió a las de ellas, en un tono más elevado:

—¡No me lo puedo creer! ¿Estás con otra?

La cara de Mimi palideció y seguramente la de Ana también. Se miraron unos segundos en los que Ana se olvidó cómo se respiraba y de pronto sintió como Mimi la empujaba hacia la puerta, la cual abrió con rapidez para que pudieran salir de allí. Y en el último instante, justo antes de que Mimi cerrara la puerta. Ana pudo ver el rostro de aquella mujer transformarse en pura conmoción al fijarse en quien acompañaba a Mimi.

Ana no podía pensar, sus piernas corrían de por inercia propia, porque ella tenía incrustada en la cabeza el rostro de aquella mujer y el gesto que puso al verla. Mimi la agarraba de la mano y la llevaba calle abajo a toda prisa. Acabaron en un portal y allí pudieron recuperar un poco el aliento.

—¿No te ha visto, verdad?

Mimi jadeaba. La piel de la cara le brillaba por el sudor. Sus ojos tenían impresos el terror en las pupilas. Ana se apoyó en la pared, al lado de los buzones. Se llevo una mano al pecho y tomó algunas bocanadas de aire. Le ardía la piel del calor y se sacó el abrigo y lo dejó caer al suelo. En ese momento pasó un señor con un perro que se las quedó mirando. Ana sintió un nudo en la garganta apretarla sin consideración, pero el hombre siguió de largo y salió del portal. No la reconoció.

Se sentó en el suelo y exhaló aliviada. No podía creer en la locura que se estaba convirtiendo todo. Entonces Mimi se agachó a su lado y la miró.

—No sé si me ha visto —le respondió por fin—. ¿Debo preocuparme? ¿Es una psicópata o algo?

Y Mimi se empezó a reír con ganas. Ana no entendió qué le provocó tanta gracia porque a ella le iba a dar un maldito paro cardíaco.

—Pues ya hemos salido de mi casa. Tú dirás qué hacemos ahora, canaria.

Y por algún motivo, escucharla dirigirse a ella así le produjo un incontrolable rubor en los cachetes. Dio gracias a la carrera que se habían pegado hasta ese portal desconocido, porque de otra forma, Mimi se hubiera dado cuenta del efecto que produjo con aquellas palabras.

Bailar entre tus manos ♫♪ // warmi fanficDonde viven las historias. Descúbrelo ahora