Manos esqueléticas la condujeron por un pasillo oscuro, su nuca sudaba y sus manos temblaban. Gritos desesperados resonaban en su cabeza, manos jalando sus ropas y arañándole los tobillos, voces pidiendo salvación y suplicando misericordia; decidió ignorarlos y se dejó guiar por aquel desconocido. El olor a sangre inundaba sus fosas nasales. Las luces se encendieron, pudo ver donde estaba. Paredes blancas con celdas cubriéndolas en su mayoría. Los barrotes de la celda eran desde el piso hasta el techo, las paredes de esta estaban cubiertas de moho, arañazos y mensajes escritos. Caras huesudas y ojos dementes observaban con cautela sus movimientos, manos destruidas intentaban alcanzarla. “¡SAL DE ACA!, AÚN TIENES OPCIÓN” le gritaban, pero ella prefería no escuchar. Había hecho algo terrible, merecía esto y más.
Vio al frente suyo a un hombre, encorvado y con cabellos blancos que vestía una capa que le llegaba hasta los pies. Sentía el rechinido rítmico de sus propias cadenas mientras caminaba. Ellos mentían, ya no tenía opción. El recorrido se le hacía interminable, sentía que aquel pasillo no tenía fin. El hombre volteo y le sonrió, pudo ver su cara huesuda, sus ojos vacíos y su sonrisa cínica.
Doblaron hacia la derecha, dejando atrás las celdas y sus gritos. Escuchaba susurros, pero no podía descifrar de dónde venían, pronto se apagaron y lo único que sonaba eran sus cadenas contra el piso de concreto. El pasillo era igual de largo que el otro pero tardó menos en recorrerlo. El aire olía a humedad, las paredes eran color crema y habían puertas por ambos lados del pasillo. Llegaron hasta el final del pasillo y se detuvieron frente a la puerta 72, su nuevo hogar.
-Adelante- Se limitó a decir el hombre y desapareció por el pasillo.