No dijo nada más y me tomó por un codo guiándome a través de pasillos interminables, llegamos a una escalera la cual el empezó a subir sin mayor dificultad, pero a mí los pies me ardían por mis cadenas.
-Oye, oye, oye, tranquilo. Recuerda que llevo estas cosas- Lo detuve y le apunté a las cadenas.
-Oh, sí, lo siento. Las cadenas, lo olvidaba- Sacó un llavero de su bolsillo, tenía como una docena de llaves ahí. Estuvo unos minutos buscando la llave hasta que dio con ella, se agachó y sacó las malditas cadenas. No pude dejar de sentir un alivio tremendo, me senté en la escalera y froté mis tobillos.
-Hey, gracias
-Claro- Dijo y siguió subiendo. Me apresuré hasta llegar a su lado e intenté seguirle el ritmo.
-¿Qué se supone que me van a hacer?- Dije asustada.
-Tranquila, te van a hacer unos exámenes para saber en qué grado estás- No entendí nada.
-¿Qué? ¿Cómo que en qué grado estoy? No lo entiendo.
-De enfermedad, todos aquí están enfermos y tú no eres la excepción. Tienen que saber en qué grado estas. Las variables de las enfermedades mentales post-trauma son enormes. Puedes tener episodios psicóticos, tendencias suicidas y/o homicidas, quizás tengas problemas por las noches, quizás por los días, puedes ser maniática, negativista desafiante. No lo sé, hay muchas posibilidades. Los grados son para saber qué tan jodida estas, o si realmente estas en el área correcta- Dijo como si fuera lo más obvio del mundo, y realmente lo era.
-Parece lógico- Me limité a decir.
Seguimos el camino en silencio. Poco después llegamos a un pasillo, este terminaba en una puerta grande. El sujeto la abrió pero no entró.
-Ponte esta bata, luego ponte esta ropa. La ropa que estás usando no la necesitarás más. Toma agua. Relájate. No pienses mucho. Cuando la alarma suene te tomarás ese líquido verde ¿entiendes? Ni antes, ni después. Debes tomártelo, si no lo haces ellos lo sabrán, pero no harán nada. No resistirás los exámenes y terminarás en las celdas, quedarás loca de inmediato ¿Alguna duda?- Dijo todo muy rápido y no pude comprender bien lo que dijo ¿Acaso ese líquido era tan importante? ¿Por qué puedo enloquecer por los exámenes? ¿Qué me van a hacer?- Es mejor que no preguntes nada. Es más, es mejor que no hables. Limítate a responder lo que ellos dicen. Suerte- Dijo y luego desapareció.
Me saqué mi polera de gato y la dejé en el armario, hice lo mismo con el resto de mi ropa. Mi bata era verde, y gracias a Dios no tenía esa molesta abertura atrás. Me puse unas pantuflas que habían ahí y bebí un poco de agua. Intenté alejar cualquier pensamiento de mi mete y pareció dar resultado. Me puse a analizar la habitación. Habían unos sillones y una camilla de hospital. Era pequeña y demasiado blanca. Había un pequeño estante donde estaba la bata y ahora está mi ropa anterior y la que tendré que usar pronto. Me dediqué a observar mi futura ropa, eran dos pantalones de buzo, dos poleras negras y dos blancas simples en cuello V, un polerón con capucha sin cierre que atrás tenía escrito “Estoy en el paraíso”, que considerado y por ultimo un chaleco de lana gris que alcanzaba a cubrir mi trasero con un gorrito y un cierre. Parecía cómoda, un punto a favor. Seguí esperando, mientras le seguía echando miradas despreocupadas a este lugar, como si esperara que algo cambiara… y algo cambió. Me acerqué al armario y lo moví muy despacio para que no se cayera, al ver que esto no pasó lo moví con más fuerza. Atrás había un trapo blanco que cubría algo. Con temor lo moví, mis manos a este punto temblaban. Atrás de dicho trapo había un espejo limpio, pulcro. Bajé mi mirada, se sentía incorrecto mirarse a un espejo, sobre todo en estas condiciones. Al diablo. Levanté la cabeza, con miedo a encontrarme con mi reflejo, me di un impulso y la subí completamente. Mis ojos cafés estaban vacíos, no irradiaban la luz que irradiaban hace unas semanas atrás, cuando todo era como antes. Mis mejillas estaban algo coloradas, supongo que por los golpes que me di. Tenía algunos cortes en las cejas y mis manos estaban marcadas a mi cuello. Tenía unas ojeras horribles, y las bolsas debajo de mis ojos no tardaron en aparecer. Tenía la piel pálida, lo único que le daba un poco de color eran algunos moretones. Mi pelo parecía de una vagabunda, intenté acomodármelo con las manos, había mejorado algo. Me subí la bata e intenté ver mi abdomen. Las costillas se estaban marcado por las semanas que no comí, cuando estaba en la celda de la comisaría o torturándome a mí misma en mi habitación; ahora que lo pienso fue como un mes y lo único que comía eran unas jaleas que me iba a dejar Martha y muchísimo café, los rasguños seguían ahí y había sangre seca alrededor de ellos. Se me ocurría solo una palabra para describirme. Mierda. Estaba literalmente hecha mierda.
La alarma sonó, me apresuré en correr el armario y me acerqué al vaso que estaba junto a la puerta. Lo examiné unos segundos, era verde, aparte de eso nada más. Vacilé un poco, saqué coraje de no sé dónde y lo bebí. Sabia a fruta, en realidad sabía bastante bien. Relamí mis labios y procedí a salir por la puerta ya abierta.
