Dudó un poco, pero finalmente entró. La habitación era decente, un colchón de una plaza en una esquina, junto a él una caja para guardar las pocas pertenencias que le habían permitido entrar, no habían cortinas ni tampoco ventanas “por los intentos de suicidio” recordó, las luces estaban en el techo y no había interruptor, una puerta dirigía al baño que no era más que un retrete, una pequeña ducha, un lavamanos y un espejo. No le habían permitido entrar con cordones ni hilo dental, también tuvo que dejar su celular y sus documentos, aquí no los necesitaría. Se resignó ante la idea de que su nueva vida serían esas cuatro paredes. Se dejó caer en su colchón y se dispuso a desempacar. En su bolso no llevaba más que algo de ropa interior, fotos, cartas, algunos libros de poesía, pasta y cepillo de dientes y desodorante, se las arreglaría para poder cepillarse el cabello. “No estás aquí de vacaciones” le dijo su subconsciente, entonces recordó la verdadera razón de su estadía en aquel lugar. Lo que hizo no tenía perdón, merecía algo mucho peor que esto. Los recuerdos llegaron a ella como una tormenta, y no la dejaron en paz. Abrumada por el dolor, empezó a tirar de sus cabellos y a gritar. Las lágrimas salían sin control. Se paró y empezó a golpear la pared, mientras los recuerdos la invadían con más intensidad. Quiso abrir la puerta y salir corriendo de allí, pero la puerta no se abría, había sido cerrada por fuera. Se golpeó, arañó e insultó. Su abdomen estaba llenos de rasguños y su cara de moretones. Se dio cuenta de lo que había hecho e intentó recuperar la calma, se apoyó contra la pared y se puso a llorar como un bebé. Quería que su madre apareciera y le trajera algo de café mientras le decía que todo iba a estar bien y le contaba historias vergonzosas de su padre, pero ya no podía, era demasiado tarde. Se quedó así por horas mirando al vacío.
Una alarma empezó a sonar y su puerta se abrió. Media aturdida se levantó y salió para averiguar lo que estaba pasando, vio que todos salían de su habitación y se perdían por los corredores, sin saber que hacer se quedó parada en la puerta. De la puerta de al frente salió una muchacha, no aparentaba más de quince años, ella le dio una mirada rápida y soltó una carcajada.
-Primer día ¿No es así?- Le dijo, su voz era ronca, como si hubiera gritado por horas.
-Sí- susurró Ann avergonzada
-Se te nota- sonrió –Hay que almorzar ¿Vienes?
-Seguro.
Caminaron por el largo pasillo, doblaron un par de veces. Ann pensó que pasarían por las celdas, soltó un suspiro de alivio cuando las esquivaron. Bajaron unas escaleras y llegaron a un amplio pasillo, al final de este se divisaba un comedor.
-Por cierto, no me dijiste tu nombre- Dijo la chica.
-Me llamo Ann, ¿Y tú?
-Kath.
-Lindo nombre.
-Lo mismo digo
Después de eso la conversación se dio por terminada, entraron al comedor y un olor a sopa las envolvió. Tomaron una bandeja, retiraron su plato y se sentaron en una mesa cerca del ventanal. Afuera había un jardín, con unas banquitas para sentarse.
-Así que ¿Qué hace una chica como tú en un lugar como este?- Preguntó Kath. –Quiero decir, te ves menos demente que todos nosotros.
-Es una buena pregunta ¿Qué cojones hago aquí? Pues supongo que lo mismo que todos hasta acá- Respondió mirando su sopa.
-¿Delirar hasta enloquecer? Por qué es eso lo que hacemos acá. Dejamos que el dolor y la locura invada cada célula de nuestro cuerpo, hasta que no sepamos quienes somos y terminemos en las malditas celdas como los otros, esperando algo que nunca vendrá, suplicándole a alguien que nunca nos escuchará – Su voz estaba cargada de odio y dolor. Su mirada penetraba la sien de Ann. No titubeó ni un segundo, cada palabra estaba dicha con precisión.
-Suena perfecto- Respondió Ann con una sonrisa de suficiencia.
-Retiro lo dicho, estás más demente que cualquiera de acá.
Ann se limitó a sonreír y siguió comiendo. La sopa le recordaba las tardes de invierno en las que su madre la esperaba con un tazón de sopa caliente después de la escuela y le contaba su día. El recuerdo la invadió con fuerza y su cabeza le empezó a doler en las zonas donde se había jalado el cabello. “Recuerdos, por favor ahora no” rogó.
-¿Te sucede algo?- Le preguntó Kath.
Prefirió ignorar la pregunta –Nunca me dijiste porque venías acá-.
-Es una muy linda historia- Respondió Kath de manera irónica.
-Tengo todo el tiempo del mundo- Le sonrió.