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...

Ernesto se había encontrado vocalizando y haciendo algo que no hacía desde hace décadas, ensayaba, practicaba.

Y claro quería limpiar un poco aquella visión que podría tener de él, y sí no podía sentirlo ni verlo físicamente de forma vocal, se lo expresaría, aunque Ernesto no notara lo evidentemente de la emoción que lograba Héctor en su ser, si alguien ajeno hubiese logrado verlo seguramente hubiese pensado que se trataba de una cita.

En la mente de la Cruz no podía estar más inquieta, las fuertes emociones que la visita del menor le habían provocado, habían dejado una clara huella.

A veces Ernesto tenía la sensación más incómoda del mundo.

¿Hace cuánto que no se preocupaba por cómo los demás lo percibieran? Incluso después de que todo fuese desvelado, seguía actuando con su mascara de carisma e indiferencia.

Su presión subía, sudaba, y su corazón iba al son del tambor. Tal como su enferma obsesión.

Quizá porque para él Héctor a pesar de todas las atrocidades que intentó y cometió en contra de él seguía en un lugar especial dentro del asesino.

Sus vellos se erizaban y sus pupilas se ensanchaban con vehemencia.

Siguió ensayando su tono de voz, sonaría tan magnifica que lo hechizaría totalmente hasta que su compañía fuese grata.

Y todo a causa de un hombrecillo: Héctor Rivera.

(...)

¿Y bien?

Las cosas para nuestro pobre Héctor no habían acabado nada bien, de hecho, ahora estaba pagando sus consecuencias, tenía que dormir afuera; aunque ésto no era nada que ya no hubiese probado, años y años de estar casi de vagabundo.

Sólo se recostó en el techo de la casa para apreciar el paisaje y el cielo.

- ¡Por Dios santo Héctor Rivera! , ¿qué esta pasando por esa cabecita tuya? - Exclamó Imelda echando humos por la rabia que le hacía sentir la estupidez e inocencia de su marido.

Él sólo guardó silencio, sabía que no había caso en discutir con ella porque así sólo la pondría aún más iracunda, pero prefería esto a tener que ocultarle lo que estaba haciendo y dañar su relación, justo ahora que había recuperado al amor de su vida.

- ¿¡Es que acaso no me vas a responder!? - Dijo en su rabieta, de verdad temía por su seguridad.

- Ime...- Pronunció, de verdad parecía estar suplicándole que lo entendiera. El joven esqueleto posó su mano en el hombro de su fiera mujer.

- Héctor, quiero que me entiendas... Es peligroso, no puedes ir hasta él como si fueran los mejores amigos, él dejó clara su posición aquél día que deseo que desaparecieras.- Acarició el pómulo del contrario, esta vez suavizando su rostro, no quería perderlo una vez más y por culpa de ese malandro otra vez.
- Ese hombre no te traerá nada bueno, ¡y lo peor es que lo sabes! Te puede estar manipulando, sabes lo que es capaz de hacer, no tiene limites ni moral.
¡Sí tiene la oportunidad para volver a aplastarte, lo hará sin remordimientos! - Y era más que obvio que aquéllas palabras sacudieron cada hueso del compositor.

Y recordó a aquél Ernesto indefenso que había escuchado, suplicandole, rebajandose a pedirle que se quedara junto a él, con la voz gangosa por el dolor que persistía en su corazón.

No sabía si de verdad Ernesto le estaba actuando, pero realmente lo convenció. - Imelda... le dije que volvería, sólo siento culpa de que terminase así. -

Su mujer se alejó estrepitosa. - ¿no te escuchas? ¡El te asesinó! Alejó todas las posibilidades de tener a tu hija y a mí cerca tuya, hizo que tu oportunidad de ser feliz y tener una vida normal sean nulas. ¡Incluso hasta en la muerte! - Se presionó la cien de su nariz, se sentía frustrada.
- ¿Te buscó alguna vez cuando tenía una "vida" glamorosa en el mundo de los muertos? - Héctor corrió su mirada.

- Es lo que pensé. - Seguía enfadada, y muy preocupada por la sanidad de su hombre. Sabía lo testarudo que podría ser.
- Mira Héctor, yo no haré nada más, no meteré mis manos en esto pero cuando ocurra algo no esperes que te este apoyando con besos y abrazos.

Dormirás afuera por hacerme enfadar.- Y de un golpetón cerró la puerta.

Héctor no esperaba que ella entendiese su lamento, una parte de el odiaba a De la Cruz y la otra era confusa; aquella era la cual mantenía la culpa de que el charro estuviese desolado, de que lo hubiese dañado mentalmente, ...de que lo asesinase.

Porque ... ¿ Y qué tal sí de verdad se lo merecía? Morir.

Se detuvo, y volvió a contemplar el cielo fantástico del mundo de los muertos, Ernesto podrá ver lo mismo que él.

Cerró sus ojos, aunque desistiera de aquellos pensamientos no podía, aquél hombre inundaba sus pensamientos. No deseaba que Ernesto sufriera la misma soledad que él sufrió.

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OTRO CAPÍTULO CORTO Y ABURRIDO EEEEH

Acordes desorientados. [Ernector]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora