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La noche anterior, había leído un artículo donde describía a la mujer y hacía encuestas para saber qué tan bonita era, según su estatura, color de piel, entre otras, hice un hincapié al borde de la página en donde decía: «Feliz día, mujer, en especial tú... Mamá». Suspiro y toco la M que trae como dije mi collar.
No quería que se repitieran jamás las pesadillas que me atormentaban. No quería volver al pasado y vivir con el temor de que el suelo se abriera bajo mis pies. Lo he sabido desde siempre o mejor dicho desde aquel terrible accidente donde no me quedaba más que llorar, reclamar el por qué se había ido, llorar otra vez, callarme en medio del silencio de todos y llorar de nuevo... Siempre con la misma rutina, repitiéndose una y otra vez.
Pero es curioso cómo aquello de lo que huyes siempre encuentra la manera de cómo alcanzarte. Cuando menos lo esperas, aparece de la nada, te da un golpecito en la espalda y te desafía a que mires por encima de tu hombro.
Hay momentos en que no puedes evitarlo. Debes detenerte. Tienes que dar la vuelta y mirar.
Debes soltarte y rogar que la caída sea leve. Rogar que, cuando todo haya pasado, continúes entera.
El humo escapaba a borbotones por el tanque de escape. Le di un golpe al volante, es increíble cuán memoria a corto plazo poseía mi cerebro, me lo repetí muchas veces, incluso hasta lo escribí en el calendario que está sujeto de la pared con un clavo en mi habitación, bueno, no tan mía.
Maldije y me detuve a un lado de la solada autopista, comprobé el medidor de gasolina y sí, es un hecho, se me olvidó llenar el tanque.
-Mierda, mierda, mierda -digo con rabia, como si tal palabra iba a ser la clave para que mi camioneta milagrosamente tenga gasolina.
Con furia tomo mi celular, veo la hora y son las doce y treinta, no era demasiado tarde ni para mí y mucho menos para cualquiera de mis dos opciones: Olivia y Tom.
A las doce, Oli siempre estaba en su «descanzo de media noche» o a lo que yo le llamo «follar-dos-horas-con-tu-novio-de-tres-años» Olivia Farrell odiaba que le dijera eso ya que siempre se lo decía muy tajante, siempre le he aconsejado que, mientras estamos en los bares, mire a otros hombres, no tiene nada de malo, no necesariamente siempre se abre el corazón, también se pueden abrir otras cosas... Espero con ansias el día en que deje a ese colegialo polla caliente.
En cambio, Tom Barcley es un caso distinto, trabaja todas las noches en un bar, es el guapo barman, cosa que me irrita, siempre hay más de una mujer preguntándome por su nombre, otras su número telefónico y hay casos más directos aún, me preguntaban si él no se negaría a tener sexo alocado... Aunque es un caro local, su paga podría compararse con la de un cantante que es contratado por noches dando conciertos en cantinas, aún no logro comprender por qué hace eso si no tiene tal necesidad, su padre le deposita semanalmente una cuota cuya cantidad desconozco pero sé que es fuerte, Tom siempre me ha dicho que es porque él mismo quiere tener su propio dinero, que sea de él realmente.
Mientras busco cualquiera de los dos números empiezo a razonar en que si me voy tendría que dejar mi camioneta aquí, barada en medio de la nada, no sé nada sobre autos, pero había visto suficientes películas en las que chicas novatas arreglan sus autos sin saber nada al respecto, y, al encenderlos el automóvil explotaba. No correría ese riesgo.
Del portavasos que está entre medio del asiento copiloto y piloto, recupero mi cajetilla de cigarros, tomo un royo de la nicotina, saco el encendedor de la bolsa de mi jean. Ahueco la mano alrededor de la llama hasta que brotan chispas del tabaco. Inhalo con el cilindro por en medio de mis labios dejando que el humo llegue hasta mis pulmones y lo retenga unos cuantos segundos.
Contemplo la noche tranquila mientras un poco de miedo sale disparado, a mi alrededor los grillos cantaban suavemente y el viento susurraba contra los árboles. El camino estaba desierto y eso es lo que me tiene preocupada.
No me hace nada de gracia estar tan aislada en este camino rural. El pequeño tubo de ceniza de mi cigarro cae por lo largo que se había vuelto, tiro mi tabaco y lo deshago con la suela de mi tacón. Me froto los brazos sobre la delgada tela de mi camisa de mangas, lamento no haber traído un abrigo antes de salir. Las últimas noches de Agosto siempre son así, con mucho frío. Me separo del capó y observo con odio mi estúpida camioneta sin gasolina. Sin otra alternativa y con un suspiro me dispongo a pedir una grúa en el directorio de mi celular. El motor de un carro me hizo temblar, a la distancia veo los focos de un vehículo que se aproximaba en la noche. Sin saber qué hacer, como siempre se me ocurría en situaciones de peligro, dejo que me inunde el deseo de esconderme. Era mi instinto primitivo, pero conocido.
Esta escena contaba con todos los ingredientes de una película de terror. Una muchacha un poco pasada de copas y fumada además de ser la típica sexy y sola. Un camino solitario a kilómetros de casa. Hace dos años fui la protagonista de mi propia película de terror y por nada del mundo se repetiría esa fase de mi vida.
Con un poco de dificultad por andar sobre trece centímetros de alto troto detrás del coche, no me escondí del todo pero tampoco quedaba expuesta y exhibida como un blanco fácil de tocar. Finjo mirar la pantalla de mi aparato celular mientras apreto teclas a lo loco sin sentido, estoy muy nerviosa pero al menos así disimulo y no miro al conductor y también, él tampoco me ve. Mantuve la mirada fija en el iluminador mientras cada fibra de mi ser percibía el sonido de las ruedas el ronroneo del vehículo disminuyendo la velocidad hasta detenerse.
Dejo escapar un suspiro mientras pienso considerablemente en correr y huir de aquí antes de que me violen o me descuartizen. Alzo la vista hacia mi supuesto asesino serial. O mi salvador. Sé que no me hará nada pero toda la escena e lleva a considerar solamente en peores alternativas.
Se trataba de un mercedes. Los focos pintaban un camino de luz en el camino negro.
-¿Estás bien? -la voz de un hombre. Gran parte de su rostro estaba a oscuras. La luz de su radio pegaba contra su cara lo suficiente como para que yo pudiera notar lo bastante joven que se veía. No mucho mayor que yo. Unos treintaicinco años como mucho.
Anteayer estaba mirando las noticias con Olivia, la reportera advirtió que los asesinos siempre andaban entre los treinta y cuarenta años. Mi ansiedad aumenta exponencialmente.
-Estoy bien -respondo de inmediato, alzando la voz en la noche fría al tiempo que le mostraba la pantalla de mi celular como si eso respondía todo para que se fuera de un vez-. Ya vienen por mí.
Él ni siquiera responde, solamente permanece ahí, con su perfil mezclándose más en las sombras de la noche. De pronto, su cara se mueve viendo el camino de ida, y luego el de venida. ¿Acaso analizaba lo sola que me encontraba? ¿Estaba confirmando que no haya ni un testigo para asesinarme a gusto?
Deseo tener una lata de gas pimienta y una navaja en mis manos. O ser cinturón negro en kung-fu. Algo, lo que sea. Mi mano izquierda se cerró en las llaves. Se inclina sobre el asiento y me ve, sé que me está viendo y posiblemente se está muriendo de la risa al ver cuánto miedo tengo.
-Puedo ayudarte en algo, especialmente con tu auto, parece que tiene algo descompuesto.
Ofreció la voz sin cuerpo, no, en realidad mi camioneta no estaba descompuesta, solamente pasa que a la olvidadiza de Madeleine se le olvidó llenar el tanque.
Los mismos ojos se quitaron de entre las sombras y pegaron contra los míos, los sentía, sentía su potente mirada obligándome a responderle un por respuesta.
-No. Estoy bien, en verdad.
Gruñe de fastidio.
-Sé que estás nerviosa.
Subo mi rostro y lo veo de un soplón, no estoy nerviosa. Tengo un ataque de pánico, mejor dicho.
-No lo estoy.
Se recuesta en su asiento y el panel se alumbra en los rizos que brotan sobre su frente.
-Me sentiría mal dejándote aquí sola -mi piel se estremece con su voz que ha dado un cambio de tono. Un tono dominante-, debes estar asustada.
Echo un vistazo a los dos lados del camino, la noche se ponía más oscura y más fría aún.
-No tengo miedo -le respondo pero el hilo de mi voz no ayuda en nada.
-Sube. Sé que no sabes quién soy y también sé que te sentirías más tranquila si me voy pero no me gustaría que te hicieras daño.
«Que te hicieras daño» cariño, mi vida ya es una mierda, el daño es uno de mis mejores amigos. Ronroneo, mi madre siempre me advirtió desde muy pequeña que no hablara con extraños y que mucho menos me fuera con ellos. Lo veo, luego a mi camioneta y viceversa, en repetidas veces.
Lo veo de nuevo y su mirada me dice un "mejor dime la verdad, te irá mejor si lo haces". Salgo de mi escondite con mucho miedo, siento su mirada observando mi traje y mucho más mis labios color durazno.
-¿Tienes algo de gasolina? Se me ha olvidado llenar el tanque por la tarde.
No me dice nada, se hizo esperar tras una pausa extensa como inhalación profunda. Ruego no aparecer en los titulares de las noticias de la mañana.
Mientras lo observo mover su Mercedes delante de mi auto, llego a la conclusión de que, si su intención era atacarme, lo haría (o al menos lo intentaría).
Abre la puerta con un movimiento decidido y, al bajar, desplega su alta figura, introduciéndose en la noche con una linterna de mano y un bote con gasolina dentro. Sus pasos hicieron crujir la grava suelta; el ángulo de su rostro me dictaba que ni siquiera estaba dispuesto a verme, se encaminó directamente a mi auto, fue hacia la pequeña puerta que cubría el tapón del tanque, la desenrosca e introduce la gasolina dentro del hueco.
Con los brazos ligeramente cruzados delante de mí, me acerco con cautela para poder observarlo, no sé cómo se me pudo haber olvidado semejante cosa. Mi memoria está al mismo nivel que mi habilidad para hacer origami.
Estudio sus rasgos envueltos en la penumbra. Hay un destello.
Al terminar de echar el líquido, cierra la tapa y abandona el lugar parándose en el camino con sus largas piernas separadas y una de sus manos en un lado de su cadera puesto que la otra sostiene el bote y la linterna. El farol público golpea directamente en su rostro. Puedo ver sus facciones por primera vez, sin interferencias. Se me corta la respiración.
«Joder, eres endemoniadamente sexy»
La luz directa pudo haberlo hecho lucir menos atractivo o tal vez pudo haber resaltado sus defectos, pero no. Por lo que puedo ver, él no tiene defectos. Así de sencillo. Mandíbula cuadrada, naturalmente apretada. Ojos profundos cafeses con un ligero color negro. Labios largos y suaves. Su cabello amarrado en un pequeño moño con unos cuántos rizos cayendo por su sien le hacía dar esa pequeña interfase entre la juventud y la madurez. Olivia lo definiría como "apetitoso" yo como "hombre para follar".
Hombre para follar camina de nuevo hacia su auto mientras yo le sigo con la mirada, sus botines le hacen ver tan corpulento y lindo. ¿Dije lindo? Lindo no, sexy y caliente.
Regresa de nuevo luego de haber dejado el gas en su auto.
-Ya está.
Se pone a mi lado mientras observa mi tacones de aguja y mis largas uñas pintadas en negro. Su mirada tiene algo, algo que me hace temblar por dentro. Trago saliva. No puedo evitarlo. No puedo quitarle los ojos de encima. Es demasiado hot. Es un estilo atrevido y "no se metan conmigo".
-Muchísimas gracias -digo poniendo un mechón rebelde detrás de mi oreja-. Me salvaste de llamar a una grúa.
-¿Así que no venía nadie, después de todo? -pregunta con profundidad aún mirando mi calzado.
-S-sí. Sí venían por mí -y a pesar de ser la grandiosa Madeleine Prunett nunca se me dio la mentira.
Su mirada abre paso con la mía, asiente con seriedad en su rostro. Mira a los alrededores mordisqueando sus labios, tal parece que me quiere torturar. Me sacudo mentalmente.
-¿Vas muy lejos?
Niego- Universidad de Dartford. Solo a unos cuántos kilómetros.
Vuelve a mirarme de esa manera tan erótica y dominante, en un momento mis bragas se hacen charco pensando en locas fantasías.
El silencio flota entre ambos. Lo recorro con la mirada. Siempre hacía eso. Observaba. Evaluaba. Podía parecer despreocupada, pero mi mente no paraba un segundo, siempre sopesando y considerando. Era necesario que fuera así. Era mi manera de asegurarme que cualquier hombre para follar no fuese un torbellino en mi vida.
Se veía cómodo vistiendo solo de color negro, joder, es endemoniadamente sexy.
No se parecía a ningún otro hombre que yo conociera o había visto jamás. Eso significa problemas. Es el tipo de hombre por el que las mujeres pierden la cabeza, el típico hombre de "no te metas con lo mío y haz lo que te digo". De pronto siento que se me cierra el pecho, a mí nadie me manda.
-Bueno. Gracias otra vez -asiento y me pongo en marcha sobre mis tacones, subo a mi camioneta. Hombre para follar me observa mientras me pongo en marcha. Con fortuna, el nivelador de gasolina marcó su máximo nivel.
Me debato en mirarlo por última vez por el retrovisor, sé que no lo volveré a ver aunque en mi interior haya una vocecita diciéndome: Tranquila Madeleine, lo verás muy pronto. Curiosamente esa voz interior siempre es parecida a la de Oli.

Baiser ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora