¡A cenar!

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6 de agosto de 1997

Susana está tumbada en la cama y enreda el cable del teléfono con sus dedos. La habitación está muy ordenada para una chica de su edad. Excepto por una silla con un montón de ropa, lo demás lo tiene impecable. Los cajones están cerrados y no hay trastos encima de las mesitas ni en el tocador. Lo único que identifica ese cuarto como el de una adolescente es un tablero de corcho con frases dedicadas e instantáneas con sus amigas. No tiene muchas y siempre aparecen las mismas. Se la ve crecer junto a ellas.

Una de las fotografías le da vergüenza porque tiene cuatro o cinco años y solo lleva bragas, un sombrero de pescador y sandalias de plástico. Sale con Beatriz, ella con un vestido de flores. Susana mira hacia fuera del encuadre, a alguien de su familia. Beatriz sí que mira a la cámara, solo que aprieta los ojos y tiene la boca abierta, porque le da el sol de lleno en la cara. En los pies de las niñas hay una carpa enorme que pescó Carlos. En otra foto tienen siete u ocho años y están disfrazadas de los cazafantasmas. Su madre dijo que las niñas han de disfrazarse de princesas o de cosas monas, como de vaquita o de ratoncita. Al cabo de unos años, con once, Susana se disfrazó de Miércoles de la familia Addams. Todo el mundo dijo que era idéntica. No conserva las fotografías porque se perdieron con la mudanza. También se perdieron los disfraces. En otra sale en una fiesta de cumpleaños. Beatriz le da un beso en la mejilla derecha y Raquel en la izquierda. En casi todas sonríe.

Ahora, en cambio, no lo hace. Parece preocupada.

—¿En serio no te dejan ir a la feria? —pregunta, con el auricular pegado a la oreja.

—Qué va, tía, es una mierda —dice Beatriz al otro lado—. Me han castigado hasta que empiecen las clases. Y será una suerte si no lo alargan.

—¿Valió la pena?

—No creas. —Pasan unos segundos y suspira.

Aún sin verla sabe que sonríe como una boba enamorada. Le da mucha envidia. No sabe si quiere preguntar si pasó algo en la piscina. Respira muy despacio para controlar su voz. Prefiere no preguntar, no quiere ser la única de sus amigas que todavía no ha hecho nada.

—Pues no sé con quién ir —dice—. ¿Raquel va con su novio?

—Sí, pero ve con ellos. Seguro que no te dicen nada.

—Es que no quiero acoplarme.

—Qué va, que no te acoplas, tía, tú la conoces desde antes.

—Ya, bueno, da igual —musita—. Tampoco parece ella misma cuando está con su novio, ¿sabes? Me sentiría rara con los dos.

—¿Tú crees?

—Sí, tía, pero no se lo digas, porfa. —Enrosca el dedo en el cable, se da la vuelta en la cama—. A lo mejor soy yo, no sé. ¿Tú me ves diferente con ellos?

—No sé, la verdad. Yo te veo igual, creo. ¿Por qué lo dices?

—Da igual, da igual. —Traga saliva, suelta el aire por la nariz—. Oye... ¿y Carlos...?

—No está en casa ahora —dice inmediatamente, a la defensiva.

Susana no le ha preguntado si está en casa o no. Una de las cosas que la echa atrás sobre lo de Carlos es que sea el hermano de su mejor amiga. Si las cosas no salen bien, también la perderá a ella. Por eso lo mantiene como amigo y nada más. Pero los amigos pueden ir juntos a la feria, ¿no?

—¿Sabes si tiene planes para...? —murmura, dubitativa.

—Y yo qué sé, tía. No se lo he preguntado, ¿sabes?

—¿Se lo preguntarás?

—¿En serio?

—Porfa, tía, por mí.

—¡Bueno, pero no te prometo nada, eh!

—¡Gracias, eres la mejor! ¡Te quiero! —grita, y se muerde una uña con una sonrisa y da unas patadas en la almohada.

—Ya, bueno, cálmate, ¿vale? Me incomodas, tía —resopla y Susana se la imagina rodando los ojos—. Es mi hermano, ¿te acuerdas?

Susana escucha a su madre llamándola desde la cocina. Pregunta que con quién habla. También le dice que cuelgue ya, que la cena está lista.

—Espera un segundo, porfa —le dice a Beatriz, antes de tapar el auricular—. ¡¡Con Bea!! ¡Vaaaale... ahora voooy...! —grita.

—¿Tu madre? —adivina Beatriz.

—Sí, tía, es una pesada. Me llama para cenar.

—Qué dices, tía, si son las ocho.

—Ya, pero mi padre tiene que cenar pronto porque mañana trabaja —le explica.

—Pues que cenen ellos, tía —responde, indignada, como si fuera ella la que tiene la vida cuadriculada—. ¿Tienes hambre o qué?

—Ya, bueno, es una mierda —susurra—. Me llaman otra vez. Adéu.

—Flipo con ellos, eh.

—Yo más —dice—. Buenas noches, Bea.

—Bona nit, tía.

—Gracias otra vez por lo de Carlos.

—No me las des aún.


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