SE ME VOLÓ EL PARAGUAS

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Mi sonrisa era gigante, pues algo me ponía tan contenta de todas esas alargadas figuras que fielmente dejaban que las gotas cayeran en sus coronillas. Los paraguas, si. ¡Ah! Cómo me gustaba verlos llegar para adornar el sombrío invierno, estación gris como una tumba pero bella como un misterio. Me imaginé siendo un paraguas.
Me imaginé sumamente contenta, sintiendo como cada gota vibraba sobre mi. Y envolviéndome en mi imaginación, saqué el paraguas que tenía sobre mi cabeza y sentí la lluvia en mi cuerpo. Me puse a bailar con su música, le sonreí, usé el paraguas como una vaqueta e hice ritmos con él en la vereda.

Pero entonces, mi paraguas, enojado, dijo:
-"¿Crees que disfruto ser un paraguas? ¿No se te ha ocurrido que pueda tener mucho frío? ¿O que, quizás estoy enfermo de tanto estar en la lluvia?
Pues, ¡Qué boba eres!"-
Y con seguridad en su apuesto rostro, dijo:
-"¡Que me lleve el viento!"-
Y el viento aventurero llegó y se lo llevó.

-"NOOOOO"-grité, llena de tristeza. Y me agaché como si fuera prisionera de algo invisible, mirando hacia el cielo infinito, donde mi paraguas volaba como un gran vestido rojo, todo inflado.

Pasaban los días.
Yo no comía. No tomaba agua.
No dormía.
La lluvia ya no me animaba.

Sólo pensaba en todos los paraguas, tristes y solos, deseando ser libres del frío. Y en mi paraguas y yo. ¿Por qué no pudimos haber establecido una relación sana? Si me hubiera dicho antes, le hubiera dado aguita de jengibre todos los días y le hubiera puesto una parka.
Pero ya era muy tarde.

¿O no?
De repente, un día en que salía el sol, y el arco iris brillaba como un puente transparente de flamas, vi un punto rojo en el cielo.

¿Podía ser? Quizás no, pues venía un punto azul al lado.

Al acercarse, vi que era mi paraguas. Venía con otro paraguas de color azul, directo a mi ventana. Y cuando llegó, sonrojado (y si, se puso más rojo de lo que ya estaba) me confesó la verdad.

-"Me sentía muy sólo"-dijo él, -"pero estoy acostumbrado a la lluvia. Todos los paraguas lo estamos. Sólo que me daba vergüenza decirte la verdad."-

Pasmado, vi que el otro paraguas estaba muy tímido y sonriendo le tendí la mano. Le di la bienvenida a mi casa, y desde entonces fuimos muy unidos los tres.
Una noche, comiendo cabritas y viendo "Mary Poppins", le dije a mi paraguas rojo: -"Oye. Si alguna vez sientes cualquier cosa, ten la confianza de decírmelo."-

Y él me sonrió.

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