Capítulo IV

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Era un día muy poco común. La gente no salía de su casa más que para lo necesario.
Temerosos, los ciudadanos de Leipzig intuían que el pirómano de Berlín estaba allí.

-Buenos días, cielo -susurró dulcemente Arielle a su esposo, quien se había quedado dormido en el sofá del living -. Sophia ya se fue, puedes ir a recostarte en la cama.

-No, creo que mejor iré a la universidad -respondió con amargura -. Pero primero pasaré por el hospital, necesito saber de Richard y hablar con Mareike. Christoph me dijo que pasara por la tarde a su oficina, aparentemente tiene información del pirómano...

-¿Qué? Dices que lo de Richard y Till...

-Si -interrumpió -, tiene que ver, y me encargaré de sacarlo a la luz.

Arielle quedó invadida por un silencio que la aturdía más que cualquier otro sonido exterior. Su esposo, experto en criminología, estaba seguro y quién más que él para saberlo.

Mientras tanto, Christoph llegaba a su casa.

-Cielo, estuviste toda la noche en vela -dijo Eloísa acercándose a él con un calzado cómodo y una taza de chocolate caliente, como a su marido le gustaba.

-Gracias, cariño -dijo mientras besaba delicadamente sus labios -. Me daré una ducha e iré a ver a Richard.

-De ninguna manera, primero dormirás y después volverás al ruedo -dijo ella a modo de reprimenda.

-Elo, sabes que él es amigo de Christian y quiero estar realmente allí.

-Sí, lo sé. Además él y Mareike fueron de los pocos que nos aceptaron genuinamente cuando llegamos a esta ciudad -comentó recordando lo mal que la pasó los primeros meses en Leipzig, luego de trasladarse de Coburgo -. Pero tú debes descansar también...

-Creéme que lo haré, dormiré y antes de ver a Kruspe, tengo que hablar con Landers. Puede que los crímenes estén relacionados -suspiró abatido entre bostezos, para luego irse a dormir.

En el hospital.

Eran las primeras horas de la mañana y Christian se encontraba en la sala de estar del hospital, leyendo algunos artículos acerca de los crímenes. «¿Y si todo se vincula?» pensaba entrando en una temible paranoia.

-Doctor Lorenz, qué bueno encontrarlo aquí -dijo el comisario Werner -. Justo con usted quería hablar.

-Adelante, Werner -respondió mientras se levantaba de su asiento para servir café -. Hacía tanto que no lo veía por estos lados.

-Es cierto, pero esta situación lo amerita y creo que a usted le compete saberlo -comentó mientras se sentaba.

-Bien, por favor ¿Nos dejarían solos? -ordenó a los profesionales que se encontraban allí, quienes acataron en segundos.

El doctor Lorenz posó dos tazas con café, el horrible café del hospital, y se sentó justo en frente de Werner. Sospechaba que lo que se venía, no era nada agradable.

-El detective Schneider envío al laboratorio una estatua en miniatura, con el fuego solo perdió el color y casualmente es similar a la que se encontró al lado de la cama de la señora Lindemann -explicaba inexpresiva mente -, su conformación es una especie de mármol fusionado con cerámica, algo que no se suele trabajar en Leipzig.

-¿Al lado de la cama de Simone? Y como nadie me avisó -interrumpió Flake, levantándose bruscamente del asiento.

-No es algo que debamos informarte, además es menester comentarte que al tener vínculo directo con la familia Kruspe y la familia Lindemann, también eres sospechoso -sentenció el comisario, con la mirada fría.

Feuer FreiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora