Capitulo III

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Landers estaba de salida en la universidad, cuando fue increpado por un grupo de periodistas, quienes lo abatallaron a preguntas «¿Era usted allegado al matrimonio brutalmente asesinado?», «¿Con los cuerpos carbonizados es posible recabar el ADN del asesino?», «¿Cree usted que ambas muertes estén vinculadas al pirómano de Berlín?», solo eran una mínima parte de lo que le cuestionaban, sumando a los mensajes, correos y llamadas que le llegaban a cada hora.
La situación lo estaba desbordando.
Se rehusaba a pensar en algún punto de conexión entre el pirómano de Berlín y el fatal asesinato de Till. Aún sumergido en su duelo, debía meterse de lleno en tal causa. Era su amigo, y sabía que no había sido ninguna falla o accidente clínico, alguien los asesino de manera premeditada...

La noche rugía y su mente también. Conducía por la carretera esperando por fin llegar a casa, donde Arielle se encontraba con Sophia -aún en estado de shock-. De pronto, una vibración en su bolsillo lo saco de sus pensamientos, era el teléfono móvil.

—Hallo, Arielle! —respondió mediante el manos libres —. Estoy yendo a casa ya.

—Cariño, por favor, ¡Detén el carro un momento! ¿Dónde estás? —inquirió desesperadamente.

—¿Qué rayos sucede, Arielle? —gritó mientras perdía el eje del auto, inclinándolo hacia un costado de la carretera —, ya estoy estacionado, ¿Qué pasó?

—Es Richard...

—¿Qué hay con Richard? Arielle, ¡habla ya! —intervino con exaltación.

—Está internado, con el 80% del cuerpo quemado, lo atacaron en su taller —dijo ella entre lágrimas.

Paul terminó la conversación y una temible sensación golpeó su mente. Primero Till, luego Richard, ¿Que carajo estaba pasando?

Horas antes.

Era la tarde, falta muy poco para anochecer. Richard se encontraba debajo de un carro arreglando y haciendo algunas verificaciones, faltaba poco para entregarlo.

—Buenas tardes, señor — oyó una voz masculina, pero solo divisó sus zapatos negros y lujosos.

—Buenas tardes, ¿En qué puedo ayudarlo? —cuestionó sin salir debajo del automóvil.

—Desearía una modificación en el tren delantero y un poco de chapa y pintura —contestó el hombre, mientras se paseaba por el taller.

—Oh, no hermano, no hago esas cosas —respondía mientras ajustaba algunas piezas —. Puedo sugerirle un chapista conocido.

—Le ofrezco cinco mil euros por la chapa y pintura —insistió el hombre.

Ante tan insoportable insistencia, Richard se vio obligado a salir de su lugar.
Al levantarse vio a aquel hombre, alto, calvo y bastante delgado.

—Ya le dije hombre, no —respondió agobiado —, y la plata no me importa.

—¿No? ¿Está usted seguro? —cuestionó esbozando una sonrisa sobradora.

—¿Qué insinúa? Le pediré que se retire.

—¿Desde cuando Richard Kruspe dejo de ser un patán adicto al dinero? —preguntó retóricamente —. ¿Acaso no recuerdas cuando te cagaste en "Olivia" solo por diversión de Lindemann y Landers, por unas pocas monedas?

En ese momento, un frío recorrió la espalda del mecánico. Estaba frente a él, el mismo tipo que luego de la adolescencia lo hizo cambiar su forma de pensar, a quien jamás pudo ni supo pedir perdón.

—¿E-eres tú, O-oliver? —consultó nervioso. Sus manos le temblaban y por su frente llovía sudor.

—El mismo, pero relájate. Pareces que has visto al diablo —comentó mientras se acercaba a él —. Pero yo, querido Richard, soy mucho peor.

Feuer FreiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora